
Si tuviera que decir cuál es, en mi opinión, el modo más común de llevar los cubanos dentro a su Martí, sin pensarlo dos veces diría que es por medio de los Versos sencillos. No hay un compatriota que precise callar si se le pide al menos una estrofa del célebre poemario escrito «como jugando» en las montañas neuyorkinas de Catskill.
El poeta vio como flores silvestres estos 46 textos, que armados y agrupados irían «por la vista y el oído al sentimiento», o saltando por ellos, sin grandes complejidades formales; sin embargo, tal es la profundidad enunciada que cuesta verles la sencillez, al no ser por el candor, la humildad o la modestia de quien los escribe.
Abrir su primera página, leer el primero de los versos –Yo soy un hombre sincero– es ir al encuentro de un poeta que cantará desde allí su vida. La estrofa inicial nos advierte que vendrán alocuciones personalísimas, bien marcadas por una primera persona gramatical que prevalecerá hasta el punto final del cuaderno, sin que pierda su condición universal. Unas veces por la obviedad ecuménica del legado: «Yo vengo de todas partes, / Y hacia todas partes voy»; otras por la vocación protectora de un yo que padece y a la vez arropa a quien escucha.
Sin más título que un número romano –nombrados algunos popularmente con el referente protagónico (La bailarina española, La niña de Guatemala) –, hay piezas con estrofas independientes, hilvanadas únicamente por el hecho de referir vivencias de su autor; otros constituyen poemas, donde es fácil palpar al hombre frente a sus situaciones íntimas, su estatura moral, su sentido del decoro.
La belleza en su más alta dimensión brota (mi verso es un surtidor / que da un agua de coral) en los Versos Sencillos: escenas que pintan la exaltación del ánimo, el erotismo, las añoranzas, las pasiones vehementes.
Por tus ojos encendidos / Y lo mal puesto del broche / Pensé que estuviste anoche / Jugando a juegos prohibidos (XIX). Y está también el amor por la familia, mostrando el valor de los recuerdos y las desgarraduras de las pérdidas definitivas.
Otro grupo aborda el tema patrio, la postura frente al destino de la tierra en que se ha nacido, el rechazo y la denuncia a males deleznables como la esclavitud y el coloniaje, la incondicionalidad frente a las causas justas: Vamos, pues, hijo viril: / Vamos los dos: si yo muero, / Me besas, si tú… ¡prefiero / Verte muerto a verte vil! (XXXI).
No escapan entre las conductas expresas las que colocan por encima del dolor o el beneficio personal, el deber mayor, el que no puede aguardar distraído en preocupaciones individuales, tal como refiere el poema XXXIV: Hay montes y hay que subir / Los montes altos; ¡después / Veremos, alma, quién es / Quien te me ha puesto al morir. Ni las que dignifican a la mujer desde la mirada del caballero, que asume la excelsitud del ser femenino por encima de los desdenes que de ellas pueda haber recibido: ¿De mujer?, pues puede ser / Que mueras de su mordida, / ¡Pero no empañes tu vida / Diciendo mal de mujer! (XXXVIII).
Los Versos sencillos reverencian la amistad, sobre todo la que ha nacido por compartir sentimientos nobles, en primer lugar, el amor por la Patria. El poema XXXIX (Cultivo una rosa blanca…), acaso entre los más conocidos, no es, sin embargo, el único que apunta a esta relación humana; otros se encargan de enaltecer ese estado feliz del alma: Tiene el señor presidente / un jardín con una fuente, / Y un tesoro en oro y trigo: / Tengo más, tengo un amigo (XLIV).
Muchos adagios martianos de esos que definen su bregar aparecen aquí y cuesta creer que quepa tanta entereza en tan pocas palabras. Así pueden leerse: Cuando al peso de la cruz / El hombre morir resuelve, / Sale a hacer bien, lo hace y vuelve, / Como de un baño de luz. (XXVI). O también: No me pongan en lo oscuro /A morir como un traidor / Yo soy bueno y como bueno / Moriré de cara al sol (XXIII).
Cada una de estas páginas es, como sucede con las de Versos libres, tajos de sus entrañas. Repasarlas, si se conocen, vivifica la limpieza del carácter que recauda el lector; si se desconocen, es ir al encuentro de una riqueza sustancial, que fortalece a quien la descubre y salva, por su altura, cualquier tragedia del espíritu.
Sirva esta breve mirada para despertar, en quien se le ha dormido, el deseo irreprimible de volver a Martí (o de llegar a él y a su poesía vital). Su voz, para ser oída, no necesita pretextos, pero si alguno faltara, agradezcámosle a enero la luz arpa y salterio con que premió a nuestra Isla, cuna de este hombre que en constante elevación convida, sin exclusiones, al crecimiento permanente.
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R. Pérez Nápoles dijo:
1
9 de enero de 2019
14:00:06
Madeleine Respondió:
9 de enero de 2019
17:32:20
Roly dijo:
2
11 de enero de 2019
10:00:44
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