ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Granma

El modo más directo que tiene ahora mismo Elsa Claro (Matanzas, 1943) de comunicarse con el público que la sigue, es como exquisita analista de temas internacionales en la Mesa Redonda, programa que transmite a diario la televisión cubana.  Su maestría para abordar estos asuntos permiten ver de cerca a la destacada periodista, con rúbrica prestigiosa en diversos medios de prensa; sin embargo, para muchos podría ser noticia que la autora de la ya lejana columna Mini-Siquis, que publicara Juventud Rebelde, lo es también de varios cuadernos poéticos, entre ellos, Para crecer y darme cuenta (1967), Agua y Fuego (1980, con prólogo de Nicolás Guillén) y Semillas del atardecer (2007). Para muchos –digo pensando en los más jóvenes, pues hace más de una década vio la luz el último de sus poemarios–, aunque no para todos.
   Quien se acercó alguna vez a su obra lírica no podría olvidar la materia de sus textos, sobre todo –en mi opinión– la de sus poemas epigramáticos,  donde brevedad y sentencia dejan en el lector una marca que se archiva en la retentiva de las emociones.    
Semillas del atardecer cobija algunos, como La Piedra (Cada cual yerra dos veces. / Por ignorancia primero, / porque olvida la sabiduría /después); o La muerte (Ya no es algo / abstracto /o potencial, / es tu ausencia). Amplio es el abanico epigramático que se abre en esas páginas donde figuran temas como la ruptura, la frustración, el desamor, el tiempo…,  de los que la autora no podrá despojarse fácilmente.
La certeza –que no limita la obra de Elsa a estos ribetes temáticos, sino que apenas los considera recurrentes– se consolida tras haber leído un libro suyo, presentado por estos días en la sala Villena de la Uneac. Se trata de Eros derrotado, de Ediciones Unión, un texto que llegó fresco ese día a los hogares de más de 50 personas que la acompañaron junto al escritor Larri Morales, presentador del título.   
Lo novedoso es que con Eros… Elsa Claro se estrena como narradora de ficción. En unas 130 páginas, 22 cuentos  la están revelando en el género que defiende sin abandonar su habitual lirismo, también presente en su periodismo de opinión.
Dividido en cuatro partes, Ex corde, Piel y nueces, Serias humoradas y En otra dimensión, aparecerá  siempre distinto el tema erótico (des)animando relaciones humanas que sucumben en el adiós definitivo, en desmentidas realidades o en traiciones que no son necesariamente infidelidades, aunque también ellas cuentan.
Las situaciones de contexto varían como también lo hace la persona gramatical y con ella un narrador que describe con enérgicas sutilezas a personajes y escenarios donde el amor sucumbe como una maldición ante el callejón sin salida:  
«Hubo, naturalmente, tropiezo de los cuerpos, y por eso creímos que todo aquello era el amor. Si no fue el amor es lo que más se le parece, dice uno de tus versos. Es posible que el amor brote también de esa manera, pero se consume pronto, y es triste admitir que solo hubo una débil llamita donde creímos fabricar un fuego grandioso, capaz de sorber océanos sin apagarse». (Lo que más se le parece).
Un ritmo casi literalmente galopante vertebra el cuento titulado Centauro, donde la fatalidad aniquila la feliz conquista de aquel ganadero al que nunca se le vio caminando, crudo solo en apariencias, siempre a la grupa, formando con su caballo un binomio perfecto, que no soportó la muerte de la esposa y sobre cuya tumba aparecieron bestia y hombre un día:
«Junto a él, su caballo los dos tumbados como al final de una endemoniada carrera en la que ambos se hubieran roto huesos y arterias».
Venganza para el fauno pondrá al trasluz frente al espejo un machismo donde el yo se dirá las verdades que otrora escondió de sí mismo:  «Se miró punto por punto. En sus arrugados pantalones, nada, y entre sus piernas solo había un animal pequeño, arrugado y ridículo por el cual no sintió esta vez el menor orgullo».
El humor llega en el momento necesario, página 92, para paliar las dramáticas historias que lo preceden, aunque sin abandonar esa línea con cartel de «No pase», dirigido al amor pleno y largamente vivido.  
En El secreto del señor Pérez se lee: «Los servicios sanitarios de la empresa (…) eran urinarios descubiertos y en hilera, excepto uno con puerta para menesteres mayores. (…) aunque estuvieran desocupados él solía esperar paciente por sospechosa soledad».  
Rápido se avanza por el cuaderno cuya distribución hacia las librerías debe ya estarse ejecutando. Eros, nunca mejor acompañado de un adjetivo más preciso, perece en estas páginas que cierro pensando en aquel dictamen aprendido hace mucho, de la obra poética de Elsa: «Convoca una vez / Jamás /Da dos citas. La vida».

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seralmabar dijo:

1

7 de noviembre de 2018

12:53:39


Nunca pensé que tamaña mujer a quien caracteriza el verbo recio, la palabra clara y dura y la opinión sin tapujos, tuviera mieles para las frases del alma. un espirituano...