
Mi libro de Papá Goriot tiene más anotaciones que una agenda. No pude, sin inquietarme, pasar por unas páginas que lanzan hacia afuera mensajes tan definitivos y le estampé mis apuntes. Una librería de libros viejos me permitió adquirirlo unos años después de haberme acercado por vez primera al clásico de Honoré de Balzac, que forma parte de La comedia humana, proyecto literario del insigne narrador.
Supe de la novela, que engrosa junto a otras 86 el empeño de Balzac por recrear la sociedad francesa de las primeras décadas del siglo XIX, cuando estaba en 11no. grado y las obras de la literatura universal se me hicieron adicción. Las clases nos llevaron a la pensión burguesa de la señora Vauquer, un antro monstruoso donde las pasiones más deleznables tenían lugar en las vivencias de sus huéspedes.
Desde entonces conozco a Vautrin, un temido e inescrupuloso expresidario; a Rastignac, estudiante hermoso y pobre que fue a estudiar a París y en el que su familia había colocado todas sus esperanzas económicas; y al señor Goriot, antiguo fabricante de fideos que logró hacer fortuna y fue saqueado por sus hijas Anastasia y Delfina, hasta quedar relegado al peor sitio de una casa de huéspedes, todo eso gracias al viejo libro, que con sello editorial Pueblo y Educación, fue concebido, entonces, para que no faltara en el aula el texto imprescindible para «aprender» literatura.
La opulencia, que penosamente camina por la alfombra roja del mundo, tiene en esta novela descollantes
rimbombancias. No en balde Balzac, crítico exhaustivo de la sociedad burguesa, ha sido llamado el novelista del dinero. En la obra el caballero poderoso circunvala y rellena la vida de estos personajes, fieles a la realidad monetaria y espiritual capitalista, para ofrecernos un cuadro similar al de los escenarios neoliberales contemporáneos.
¿Cómo podría pasarse la página sin antes experimentar un desprecio total por las actitudes burguesas, despojadas absolutamente de los esenciales valores humanos? ¿Cómo, si advertimos los consejos dados por la vizcondesa de Beauséant a Rastignac, para que pueda escalar el París putrefacto al que se aspira?
«Cuanto más fríamente piense usted, más lejos llegará. Castigue sin compasión y será temido. No acepte a los hombres más que como a caballos de posta, a los que dejará que revienten en cada relevo, y así llegará a su meta».
Segura de que el mundo no es más que una reunión de víctimas y bribones, la aristócrata le hará ver a Rastignac que hay nombres que con solo mencionarlos en presencia de los poderosos, le abrirán o cerrarán puertas en dependencia del estado de sus arcas. Vautrin, por su parte, le dejará bien definidas las dos opciones que tiene para llegar a la cima parisina: tener un chispazo de genio o corromperse. «Hay que meterse en esa masa de hombres como una bala de cañón o deslizarse como un truhán. La honradez no sirve para nada».
El joven comprenderá que pisa tierra donde los talentos escasean y que la corrupción, arma de los mediocres que tanto abundan, se enseñorea. Que en el París soñado el hombre digno es el enemigo común. Que el camino se forja allí despreciando a los hombres y el «secreto de las grandes fortunas sin causa aparente es un crimen que no se ha tenido en cuenta porque ha sido cometido limpiamente». Que un padre puede dejar de amarse cuando ha dejado de tener dinero.
Podrían parecer tremendistas estas aseveraciones que apenas dejan espacio para hallar alguna luz salvadora en los mundos que las fabrican. Pero no lo son. Ellas son solo algunos de los apuntes que deberían hacerse a lápiz o en la conciencia después de la lectura de un texto escrito por un autor que impresionó notablemente a Carlos Marx, clásico de la Economía Política.
Papá Goriot sigue formando parte de los planes de estudios de la enseñanza preuniversitaria y es un libro esencial para comprender la inevitable devaluación humana que tiene lugar en el capitalismo, lo mismo en el siglo XIX que en el XXI. Al verlo en las librerías hoy, recién publicado por la editorial Arte y Literatura, no puedo menos que llamar la atención sobre estos imperios que su autor recreó con mágica pluma.
Que la escuela y la familia procuren siempre encauzar a nuestros jóvenes en el gusto por la buena literatura.
Que cada lector sienta suyo el deber de convertir al menos a un hombre al credo de la lectura. Ojalá muchos de los que lo desconocen busquen a Papá Goriot, un clásico que denuncia desde el arte el precio luctuoso que se paga cuando se vive en las fauces de una sociedad donde el valor de las personas se mide por el saldo monetario que hay en la billetera.









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Francisco Rivero dijo:
1
11 de julio de 2018
08:05:34
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