ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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Fidel con Ñico López, Abel Santamaría, José Luis Tasende en la finca Santa Elena, en Los Palos, donde hacían prácticas de tiro antes de ir al asalto al cuartel Moncada. En cuclillas, de izquierda a derecha, Ernesto Tizol y Billy Gascón. Foto: Archivo de Granma

Fue hace algunos días cuando nació la idea de estas letras. Grababa, junto a otros colegas, un programa radial dedicado a los jóvenes, con una interrogante esencial, ¿quiénes son, para la juventud cubana, sus paradigmas?

Los argumentos para responderla nos llevaron, desde las luchas por la independencia hasta el entorno contemporáneo, desde la familia hasta los amigos más cercanos, desde lo que otros pueden considerar como tales hasta el protagonismo que signan en esa elección nuestras subjetividades, la manera en que nos vemos a nosotros mismos y al ser humano que nos gustaría ser.

Lógicamente, hablamos de Martí, de Fidel, del Che, hablamos de arte y cultura, hablamos de padres, madres, abuelos, de seres humanos cuya excepcionalidad los ha convertido, de manera ineludible, en referentes a los que, una y otra vez, volvemos, en la búsqueda constante de valores, ética, sentido del deber, talento, modelos de esfuerzo y constancia.

Y aunque el 26 de Julio no escapó a nuestro análisis, y tampoco a los criterios juveniles que otros colegas pudieron captar en calles tuneras, tras un rato de reflexión individual, una vez concluido el tiempo en cabina, una idea me abordó, como si saberla cierta no fuera suficiente para comprender su alcance, como si me exigiera escribirla, para dejar claras las razones que la respaldan.

Además de representar un punto de giro innegable en las ansias libertarias del pueblo cubano, además de ser el motor pequeño que movió al motor grande, además de significar la reivindicación del ideario martiano, el 26 de julio de 1953 nos legó, ya para siempre, toda una pléyade de lo que sin temor a equívocos podemos llamar paradigmas.

Lo cierto es que, aunque esa seguridad puede hacer que tales reflexiones nos parezcan obvias, creo que es una excepcionalidad de nuestra Isla el hecho de que una generación histórica sea, en sí misma, más allá de individualidades, paradigmática.

Cuando decimos Generación del Centenario es como si habláramos de un solo ser, de alguien que por mérito propio llegó a lo más alto, a lo más excelso de lo que un pueblo admira. Basta citar ese apelativo, y los nombres se agolpan, uno tras otro, sin la necesidad imperiosa de detenerse para ser selectivos. Cada uno tiene el mérito de haber hecho historia, de haberse convertido en batalla personal lo que era, a su vez, una lucha de todo el pueblo; de haber hecho causa propia lo que era la causa de muchos, de todo un país.

Setenta años han pasado y la epopeya sigue intacta, incluso, en el corazón de quienes temporalmente no pudimos vivirla, pero la recibimos como herencia inmaterial, y nos apropiamos de ella, que es sinónimo de apropiarse de certezas, de verdades, de fidelidad, de sacrificio, de lo que puede calificarse en todo el sentido de la palabra como ejemplar.

Digamos, entonces, que los protagonistas de la gesta del Moncada, que fueron luego protagonistas también de las nuevas gestas que dieron a Cuba su irrenunciable condición de libre y soberana, ganaron la condición de paradigmas. Ya jamás dejarían de ser merecedores de ella, tanto los que quedaron en el camino hacia la victoria, como los que asumieron luego el reto inmenso de hacer una Revolución, de acompañar al pueblo, de formar, con la dedicación y rectitud de un padre, a las generaciones que han continuado y continúan orgullosas la obra iniciada por ellos.

El 26 de julio de 1953 marcó el nacimiento de ejemplos imperecederos a los que después se sumarían otros, de sangre joven y valiosa, hermanos de ideales y principios.

Saberlos siempre vivos, cercanos, presentes en cuerpo o en legado, es un privilegio, uno que compartiremos con nuestros hijos, y ellos con los suyos. Seres humanos reales, totalmente desprendidos de ambiciones que no fueran la dignidad de la Patria y de su gente, el bien de todos.

En un mundo de símbolos distorsionados, en el que brillan tantas cosas que al final no tienen luz propia, en el que la enajenación del ser es un objetivo trazado por el poder para evitar que el hombre piense, es de un valor incalculable la seguridad de saber hacia dónde mirar cuando necesitamos alimentar el alma, los sueños y el crecimiento individual, con la energía única que desprenden los verdaderos paradigmas.

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