
Lo vio internarse en el cafetal de Arroyo del Medio, vertiente norte del macizo Nipe-Sagua-Baracoa, municipio de Yateras. Escuchó sus amables excusas y la promesa de conceder la entrevista al regreso, «aunque sea por teléfono, le doy mi palabra».
–Mira esas nubes arriba –intentó persuadirlo el recién llegado–, abajo la neblina lo cubre todo, el Toa debe estar intratable; ¿no será mejor esperar a que el tiempo mejore?; ahora esos obstáculos son más peligrosos.
–Oiga, de haberse puesto a contar los obstáculos, Fidel hubiera llegado tarde al Moncada o estuviéramos esperando el asalto aún –replicó sonriente–. Ya en marcha, alzó el índice y, como para despojar de preocupación al cronista: «Yo sé hasta dónde el jején puso el huevo por ahí pa´ allá», presumió.
Mochila al hombro, y en cada mano una jaba repleta, el profesor de Educación Física traspasó la cortina de una lluvia fina que, por segundos, iba haciéndose gruesa, y en breve desdibujó la silueta indetenible del joven mientras, envuelto en un nailon, ascendía la empinada cuesta.
«¡Es un muchacho increíble!», elogió una testigo de la escena en el caserío de Arroyo del Medio. Según ella, Ángel Simón Martínez hacía ese recorrido hasta tres veces en la semana, desde inicios de la pandemia, «llueve, truene o relampaguee, no hay quien lo pare».
La vecina explicó que las jabas y la mochila de Simón contenían medicina, alcohol, nasobucos, panes, encargos de enfermos y de «viejitos que viven allá. Ahora él se las entrega y ellos le encargan más cosas, él las apunta en una libretica y regresa, y así.
«También lleva una memoria (usb) con las clases de los muchachos», abundó, en referencia a las teleclases, sustitutivas de la docencia durante el periodo de aislamiento que impuso la covid-19. Las señales de televisión eran dificultosas por esos días en Riito, Raizú y otras comunidades del lomerío; Simón, y muchos como él, ayudaron a superar el inconveniente.
Muros eran entonces el fango, la neblina, los aguaceros, la corriente malhumorada de un Toa, al que tendría que cruzar cinco veces en el trayecto, y el mismísimo sars-cov-2, que, mortal e invisible, en cualquier parte pudo estar emboscado.
De modo que salvar implicaba riesgos, y aquel joven no lo pensó dos veces.
Lo comprendió el visitante, de pie en el caserío de Arroyo del Medio, mientras sus ojos recorrían el tapiz de niebla sobre la montaña.
Supuso cómo, bajo ese cuadro, estaría la escuelita rural de Raizú; la imaginó cubierta por un silencio inédito en sus casi siete décadas de existencia, y sospechó que los trillos que llevan a ella jamás habían parecido tan desolados como en aquellos días sin el ir y venir mañanero de sonrisas, uniformes y pañoletas.
Como alucinado, el cronista prefiguró a «los viejitos» asomados a las ventanas, en espera del profesor de Educación Física, convertido en ocasional servidor a domicilio. Igual vio a los niños, ansiosos, en las puertas de sus hogares, en espera de la memoria usb.
Análoga sensación experimentaría varias veces después el testigo, en otros sitios. Curiapo, comunidad aborigen del delta del Orinoco, casi 160 kilómetros río abajo, le regaló las vivencias de una doctora joven, y del guantanamero Yubel Iznaga. Sin más alternativa que salvar o rendirse bajo un intenso aguacero, a bordo de un bote, hicieron un parto en medio del enorme caudal achocolatado. Se arriesgaron los dos. Salvaron dos vidas.
Más estremecedor aún resultó lo ocurrido en Maroa, en plena selva del Amazonas venezolano. Una tarde, a poco más de un mes de su arribo a esa intrincada latitud, cuando el enfermero artemiseño Damián Fonseca Marlutica regresaba del consultorio a la residencia, vio a un niño arrastrado por las aguas del río crecido. Dominado por el instinto, se lanzó a la corriente fluvial, llevó al inocente a la orilla, y obró el rescate.
Pero la venganza del río fue inmediata; el cuerpo sin vida del joven de 31 años apareció horas después, aguas abajo. No pudo sobrevivir a su gesto, pero Damián salvó a un desvalido; vive en quienes lo igualan en desprendimiento humano, dentro y fuera de Cuba.
¿De dónde viene el altruismo? La respuesta puede llegar con apariencia enigmática, aun para los que saben de esas leyendas reales y de sus protagonistas de carne y hueso. ¿Cuántos muros derribados después del Moncada?, ¿cuántos más habrá que derribar todavía?, ¿cuántos peligros será necesario afrontar? La suerte es no haber perdido los hilos de aquella mañana…, ¡«de esos enlaces continuos invisibles, se va tejiendo el alma de la patria!».








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