De igual modo que la literatura guarda un copioso apartado para rememorar la trayectoria creativa y vital de sus cultores, mediante ensayos, monografías o textos biográficos, el audiovisual hace lo propio con sus figuras, a través de cortos o largometrajes documentales, películas de ficción o series (solo en 2025 han sido estrenados trabajos sobre Scorsese, Godard, Del Toro…).
Conforma tal parcela una obra fílmica que no cesa, para gozo, fundamentalmente, de amantes del séptimo arte; pero que además cumple valiosas funciones, tanto de memoria histórica como de instancia de referencia para estudios académicos.
Por eso, precisa encomiársele a los organizadores de este 46 Festival la presencia en La Habana del documental colombiano Y me hice maestro, el cual constituye meritorio, justísimo acto de recordación al significativo realizador, guionista y pedagogo cubano Jorge Fraga, integrante de la hornada fundadora del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (Icaic).
Este homenaje al creador –nacido en Cuba en 1935, fallecido en Colombia en 2012– guarda dos intenciones con su título: la primera relativa a un recordado filme documental del propio Fraga, y la otra vinculada a una preferencia personal suya, quien sostenía que lo que más le gustaba era enseñar. El ejercicio magisterial, siempre conectado a la pantalla, lo practicó primero durante la década de los 70 en La Habana; más tarde en Bogotá.
Y me hice maestro ya se denominó un documental del cineasta, de 1961, Medalla de Oro del Consejo Mundial de la Paz en el Festival de Leipzig: uno de los que realizó ambientados en las montañas cubanas o relacionados con la educación. Sobre dicho material, Julio García Espinosa reflexionó, en elogiosas palabras, que lograba comunicar el nada fácil de hallar sentimiento de la ternura.
El documental colombiano del mismo nombre justiprecia el peso dentro de la pantalla cubana del cineasta, en activo en el Icaic desde los mismos inicios de la institución cultural y proveniente del universo de la televisión, quien se hizo a sí mismo gracias a su voluntad de superación e inmarcesibles ansias por aprehender la mayor cantidad posible de ramas del saber.
Dicha pluralidad gnoseológica, según algunos interlocutores, la expresaba en su conversación, asido a una altura intelectual que se manifestaba, sin embargo, desde la sencillez de sus palabras.
Captar no solo la vasta cultura sino también la honestidad ética, sinceridad o deseos tan grandes de transmitir sus conocimientos a los otros (sobre todo a esos que tuvieron la fortuna de escuchar sus lecciones) representa empeño plausible del documental dedicado a rememorar al realizador de Venceremos, Año nuevo –tercer cuento de Cuba´58–, El robo, En días como estos, El huerto, La odisea del general José, Escuela en el campo, Amistad u otros títulos, de ficción y documentales, tan necesarios de ver a la hora de estudiar o analizar las primeras etapas de la pantalla revolucionaria.
Ganador del Festival de Cine de Valdivia en octubre de 2024, el documental ¡Ya México no existirá más!, de la joven realizadora Annalisa Donatella Quagliata, constituye también, de cierto modo, otro homenaje, pero este dirigido a una urbe, la Ciudad de México, y mucho menos convencional en las formas cinematográficas apeladas, aquí dialogantes de a lleno con lo experimental.
Visionar la obra implicará que nuestra mirada se ubique dentro de un turbión imparable de imágenes que muerden la fertilidad de lo mítico en su asunción más conectada a lo identitario, al tiempo que afianzan una cosmovisión en la cual cohabitan las voces de las deidades con las referencias literarias e históricas. México es, aquí, la expresión cambiante pero eterna de los mapas espirituales que la vertebran. Una cartografía inmersiva pautada en capítulos, que a la vez son ciclos de exploración de la sustancia de lo autóctono.
DRAMA SOBRE LAS RELACIONES HUMANAS
Con el sereno arrullo de un cuento moral de Rohmer, la cadencia de un Kuosmanen y la labia de un Hong Sang–soo, la trilogía Historias de Oslo, del realizador y novelista Dag Johan Haugerud, hace de la palabra la columna vertebral de películas alimentadas y maduradas por la vía del diálogo, sin ser propiamente literarias o teatrales.
El diálogo resulta vector natural de relatos que estuvieran desprovistos de sentido, sino quedasen afincados, como a ojos vistas están, a las continuas conversaciones o monólogos de sus personajes, convertidos en el cartabón dramático de tales cintas.
Lejos de la oscuridad prevaleciente en parte del cine nórdico, el tríptico conformado por Sexo, Sueños y Amor, discurre entre seres humanos de talante noble, diáfanos, definidos ante todo por la honestidad, quienes interactúan sin cinismo o dobles intenciones, conscientes de emplear desde el lado del bien su momento en la Tierra: lapso asumido a través de la positividad y la alegría de vivir.
Estudios sobre el componente afectivo de las relaciones humanas en el presente, las tres cintas discurren de forma parsimoniosa, con escasos momentos climáticos y briznas de humor surgidas de la extrañeza de ciertos pasajes cotidianos, nutriéndose siempre, todas, de un verbo exploratorio de la siquis humana y de las formas cómo los personajes expresan su participación de la libertad sexual, la vida en pareja y la existencia en un concepto general.
Al margen de algún didactismo moralizante o subyacentes enunciados pontificadores, no hay reconvención en la tríada fílmica de Haugerud. Lo que practica el también guionista acá es un cine observacional puro (raro hoy día), celebratorio de los vínculos establecidos por los seres humanos, el cual halla su placer máximo en mirar y escuchar la franqueza e interconexión de sus seres.
Además de coloquiales, son las suyas obras donde los personajes, varios de ellos heterosexuales que no se reconocen como gays, manifiestan pulsiones homosexuales (desde los deshollinadores que sueñan con un David Bowie mirándolos como mujer o que se acuestan con los hombres de las casas donde limpian las chimeneas en Sexo, hasta la jovencita enamorada de su profesora en Sueños, o el enfermero tan erótico y romántico de Amor).
Otra característica del tríptico de Dag Johan Haugerud (cuya segunda parte, Sueños, se exhibe en este Festival, tras obtener el Oso de Oro en Berlín) radica en la manifiesta atracción del artista por la capital de Noruega, ciudad que reverencia mediante plácidas panorámicas, elocuentes tanto de la limpieza, tranquilidad y organización, como del sentido del espacio, el crecimiento arquitectónico progresivo y el verdor de la urbe.
Filmadas las tres a lo largo de diez meses de 2024, a excepción de la invernal Sueños, las otras dos son películas estivales o primaverales muy luminosas, en las que los personajes se levantan con el rostro bañado de sol, y tampoco tienen problemas para darse un chapuzón diurno en un arroyo zigzagueante que corre por el medio de Oslo, como igual en la nocturnidad de sus muelles.
No creo aconsejable verlas por separado, pues sus asuntos y preocupaciones se reiteran, y conversan entre sí; por eso sugeriría (así el espectador alcanzará la prudente visión conjunta de la trilogía) descargar Sexo y Amor. Pueden bajarse en varios sitios.









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