ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Foto: Fotograma de Quizás es cierto lo que dicen de nosotras.

Es probable que antes de apreciar el largometraje de ficción Quizás es cierto lo que dicen de nosotras (Camilo Becerra, Sofía Gómez, 2024), a los espectadores les resultaría útil ver el filme documental Antares de la luz, la secta del fin del mundo (Santiago Correa, 2024).

La utilidad sería en materia de información y contexto, porque este último trabajo de no ficción se adentra en la secta chilena que, a los redobles del supuesto «final de la humanidad», en 2012, perpetró cruentos asesinatos, determinados por la fe irracional y la sumisión ciega a que condicionan a sus seguidores los líderes de las sectas.

De la referida secta Antares de la luz fue feligresa Tamara (Camila Roeschmann), hija mayor de la sicóloga Ximena (Aline Küpenheim), en Quizás es cierto... La joven regresa al hogar, luego de buen tiempo fuera y sin brindar muchos detalles sobre su etapa ausente.

Ni la madre ni la hermana menor (Julia Lübbert) conocerán de inmediato su paso por la secta, sino hasta avanzado un relato que trabaja a placer la dosificación informativa y el cual huye, como el vampiro a la cruz, del mínimo atisbo de recrearse en aquellos episodios macabros que conmocionaron a la nación austral.

Lo que a los directores Becerra y Gómez les impulsa aquí es verificar cómo se expresa –de puertas adentro, en este hogar chileno–, el arrepentimiento, la culpa, el reconocimiento del error, el dolor, la vergüenza, el duelo y el trámite por gestionar y comprender las razones por las cuales el personaje de Tamara cometió el inaudito crimen de consentir que su bebé recién nacida fuese sacrificada.

La película retrata la otra cara del horror, desde los duros procesos de expiación transcurridos en el escenario final, inevitable e íntimo de la familia. En su epicentro se purga el precio de la sinrazón; al margen de que a esta locura Tamara fuese conminada e inducida, al ser –en cierto modo– privada de sus fueros y de su raciocinio cabal.

Por ende,  el subtexto valioso de la cinta es el peligro de la fácil manipulación de muchos jóvenes que, por diferentes causas familiares o sociales, pueden ser conducidos a abrazar ideas o proyectos que lleguen a lastimarlos a ellos y a los suyos.

Tamara quiere, en primera instancia, sepultar e ignorar el aciago momento de su pasado reciente; en tanto Ximena aboga por echarle luz, procurar motivos, metabolizar el hecho innombrable. Ella, ante todo, necesita entender. Y lucha sin cejar por lograrlo.

Dentro de la casa transcurren episodios de confrontación entre las dos mujeres, y de búsqueda progresiva de la verdad por parte de la madre, en los cuales se luce –por su forma contenida, pero a la vez visceral de armar su personaje– esa maravillosa actriz que es la Küpenheim.

Las escenas de mayor intensidad dramática de la película –y culmen de la confrontación referida– acontecen al minuto 82. Jalonada por las inquisitorias de Ximena, la hija revienta, expone la verdad y rompe en una catarsis confesional por la que se libera el peso de su miseria. Ahora, al fin, se extrae del silencio el nombre de la bebé ofrendada en holocausto. Resulta una secuencia rodada de forma magistral y provista de un ponderable equilibrio expositivo, pues se mueve sobre una cuerda floja de sentimientos y emociones, en la cual el mínimo de afectación hubiese supuesto un exabrupto dramático lamentable.

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