Película ambigua en sus intenciones, desigual en sus interpretaciones, y como partida en dos entre el tono lúdico de la primera mitad y el más solemne de la segunda, Jeanne du Barry (Maïwenn, 2023) sigue al personaje del título, la última favorita, o amante oficial, del rey Luis XV.
En su sexto título, la directora y guionista Maïwen –quien además interpreta, con más egocentrismo que eficacia, el personaje central– observa, mediante una nada disimulada simpatía, a esta mujer que logra la atracción del monarca, cuya cama compartirá. Un rol puntual que puede recesar por varias causas, desde el desapego del soberano, hasta su enfermedad o muerte, cuanto a la larga ocurriría en su caso.
Apenas Luis XV expira, ya Jeanne abandona Versalles. Eso no la salva de ser guillotinada, a los redobles de la Revolución Francesa. Ironías semejantes marcaron la vida entera de esta hija ilegítima de un cocinero y una costurera, convertida en condesa, quien viviera de 1743 a 1793.
Entre lo admirativo y un contradictorio interés por la reivindicación de esa figura histórica para las causas femeninas, en tanto cuestionable aporte de la cineasta a los tiempos del #MeToo, Maïwenn arma una película que parece concebirse como especie de homenaje a una joven culta, educada, a quien solo le provocaba sorna, por tonto, el mundo de la corte, luego de conocerlo tras su llegada allí para cumplir el papel antes expuesto.
A través de las risas y las reacciones de madame Du Barry, la película pone en solfa la liturgia del Palacio de Versalles, sus costumbres, ritos, normas...La directora de Mi amor (2015) monta un dispositivo de apertura que ridiculiza ese escenario de representación, al cual –en parte del filme– define de risible, patético.
Jeanne du Barry, la película, deja claro que se trata de una estructura cuyo principio de funcionamiento radica en la ingeniería de la simulación, en la que la mímesis queda establecida desde la repetición, ad nauseam, de códigos, procederes y alabanzas.
Pareciera que ni el filme ni el personaje van a torcer su rumbo. Lástima, sucede todo lo contrario. Para el nudo de la cinta, la joven que en un principio se burlaba de cómo debe caminarse de marcha atrás para no dar la espalda a Luis XV, corre por Versalles, eufórica, solo porque María Antonieta, la delfina que desposará al descendiente del monarca, le dirige, de paso, dos palabras de cortesía en un paseo.
Ya a esa altura del metraje, Jeanne du Barry en nada se diferencia de la moldura de tantos filmes o series de época europeos ambientados en cortes, los cuales, salvo excepciones, reproducen acríticamente la existencia en aquellos castillos o palacios, símbolos de la opulencia.
Y también del todo acrítica resulta la mirada a este beatífico Luis XV, a quien asume un Johnny Deep fuera de papel, sin entender qué pinta en tales predios. Tampoco se comprende qué objetivo guarda revestir, de cierto barniz progresista y feminista, a un personaje histórico como Jeanne du Barry, quien –a su pesar, de acuerdo con Maïwenn, y es lo peor realmente–, no pudo ir más allá de satisfacer la lascivia de un anciano a quien lo que menos le importó de ella fue su inteligencia, o que leyera libros cuando se metía en la tina.









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Danilo dijo:
1
13 de noviembre de 2023
10:05:14
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