
Apenas dos días antes de comenzar la pandemia, el año pasado, Dagoberto Gaínza Pérez cumplió 80 años. Las celebraciones, de las que habíamos conversado meses antes en su Santiago de Cuba, y que tendrían su cenit en el Festival Máscara de Caoba 2020, se las llevó la COVID. Pero he aquí que, un año después, el actor ha sido proclamado, con total justicia, Premio Nacional de Teatro 2021.
Me cuesta ofrecer un retrato impersonal del Dago, como lo llamamos en los círculos más cercanos, pero es necesario apuntar parte de su trayectoria vital. Con 20 años, participa en la Campaña de Alfabetización, ahora en su aniversario 60, ese gran acontecimiento que transformó al país para siempre en la educación y en la cultura. En esa propia década fundacional, pertenece, en los predios de la danza, al movimiento de aficionados, al cual no ha dejado de atender durante toda su vida, como otro signo de pertenencia a su raíz de pueblo. Y en pleno verano de 1968, inicia su vida como profesional.
Desde entonces, Gaínza atraviesa el itinerario mismo del teatro santiaguero en la Revolución. Desde su entrada al Conjunto Dramático de Oriente, que luego se transfiguró en Cabildo Teatral Santiago, y, más adelante, su estancia en Calibán Teatro y Gestus, hasta fundar A Dos Manos, del cual es director general. Por esa razón, también, tantos colegas santiagueros han sentido como suyo el galardón.
En su extenso repertorio cuentan personajes de Valle-Inclán, Arrabal y Lorca, Molière y Anouilh, Piñera y Milián, así como los provenientes de textos firmados, como autores o adaptadores, por sus compañeros de viaje, en buena medida sus directores formadores, Adolfo Gutkin, Rogelio Meneses, Joel James, Raúl Pomares, Carlos Padrón y Ramiro Herrero.
De ese periodo de los años 70, que estos últimos nombres protagonizan en colectivo, alrededor de esa enorme apuesta estética que fue el Cabildo Teatral Santiago y su teatro de relaciones, son insoslayables los aportes de Dagoberto Gaínza a sus títulos más célebres: El macho y el guanajo, de José Soler Puig; Cefi y la muerte; El 23 se rompe el corojo, y De cómo Santiago Apóstol puso los pies en la tierra, todas de Pomares. La última de ellas un paradigma, el ícono del teatro santiaguero, con Gaínza como Santiago Apóstol, patrón de la ciudad, montado en su caballo de madera.
Si la memoria no me falla, rememoro la viva emoción ante este excepcional espectáculo de nuestro teatro popular en la Plaza de la Catedral de La Habana, hará pronto 35 años. Aquella imagen tan poderosa y la estirpe callejera de Dago, hacen que Albio Paz le deje en herencia El Quijote de El Mirón Cubano, de Matanzas.
En otra cuerda, lo hemos disfrutado en Yepeto, de Roberto Cossa; en el Creón de la Antígona, de Jean Anouilh, y, sobre todo, junto a su entrañable Nancy Campos, familia, trabajo y vida, en Dos viejos pánicos, con dirección de Ramiro Herrero, en su grupo A Dos Manos. También recuerdo el gran impacto de la puesta y de las actuaciones en el Festival de Camagüey en 2002, justo en los 90 de Virgilio Piñera.
No alcanza el espacio para detenerse en su presencia en el cine o la televisión, aunque Gaínza es un actor de raza del teatro: como quiera que lo tires en el escenario, la calle o la plazuela, cae de pie. Con Dago te puedes reír en cualquier lugar del país adonde un evento teatral lo lleve. Siempre dispuesto, su presencia es jolgorio para agradecer.
«En julio como en enero», su ciudad lo ve aparecer cada año en la Fiesta de la Bandera, y en los carnavales y en la fiesta de la urbe. Flaco, mestizo, sencillo, simpatiquísimo, Dagoberto Gaínza es, como en la ficción de su Santiago Apóstol, raíz y encarnación de Santiago de Cuba.
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