ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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De izquierda a derecha, conversan Enrique Buenaventura y Santiago García. Foto: Tomada de Internet

Este lunes 23 de marzo falleció en Bogotá, Santiago García. Acumulaba ya una significativa trayectoria, cuando en 1966 funda Teatro La Candelaria, la agrupación que le permitió sintetizar la renovación que acontecía en el teatro mundial con una auténtica expresión nacional.

Desde la escena quería levantar un diálogo sobre la historia y las coordenadas presentes de Colombia, bajo el poderoso influjo estético y político de Brecht y de otros autores de vanguardia que bien habían asumido. Como no había textos dramáticos de tal rasgo, los produjeron en el grupo bajo su guía y la experiencia de la creación colectiva, instancia natural del teatro a la que otorgó un nuevo contenido. Piezas como Guadalupe, años sin cuenta y Los diez días que estremecieron al mundo, son emblemas de esa etapa en los años 70, y recibieron ambas el Premio Casa de las Américas.

El impacto de La Candelaria fue tan grande que, junto al Teatro Experimental de Cali, de Enrique Buenaventura, a quien consideró su hermano de armas, fue pauta para el desarrollo de un movimiento teatral en Colombia, acompañado por un público creciente, rico y vigoroso hasta hoy. Nunca dejó de renovarse, de captar y volcar las fibras sensibles de cada época y momento, junto a su grupo, en su arte de marca muy propia. Y tuvo que defender a La Candelaria con uñas y dientes, entre muchos riesgos y condiciones adversas.

Como un genio, en el teatro lo abarcó todo. Dramaturgo, director de escena, actor bufón peculiarísimo, de vastos conocimiento musicales

y plásticos, pues fue pintor también. Parió una teoría desde la práctica, cuyos textos son de un magisterio perdurable. García fue un maestro en toda la extensión de la palabra y, sin duda, el más divertido. Culto y locuaz, escucharlo era una fiesta para el conocimiento y los sentidos.

Universal y unánime, el dolor ante su muerte recorre la geografía teatral del planeta y, en particular de la América nuestra, donde dejó huellas en muchas partes. Pero, al mismo tiempo, el hondo agradecimiento de tantos seguidores que reverencian su pródiga trayectoria de ecos sin par. Amó a la Revolución Cubana que, sin fisuras, lo tuvo entre sus primeros defensores. Aquí trabajó, enseñó y fue presencia permanente. Cuba le otorgó la Medalla Haydée Santamaría a través de la Casa de las Américas.

La muy dolorosa noticia de su muerte, llega en medio de este tiempo tan duro. Para ahorrar superlativos, solo diré ahora que desaparece uno de los más grandes y aportadores maestros del teatro en el mundo. De la estirpe de los patriarcas, de los fundadores, de los poetas del teatro.

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