ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
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El círculo de tiza caucasiano, del Berliner Ensemble (Alemania). Foto: Tomada de Internet

Como es tradición, ayer 22 de enero, Día del Teatro Cubano, se entregaron los Premios Villanueva que la crítica otorga a los valorados como mejores espectáculos de cada año. Entre ellos también a las puestas en escena no nacionales presentadas en la Isla. El 2019 dejará en la memoria tres montajes que perdurarán mucho más allá del justo galardón recibido.

De El círculo de tiza caucasiano, del Berliner Ensemble (Alemania), admiramos su raigal despojamiento espectacular, el profundo ánimo esencial de la puesta, la contundencia actoral, la grandeza poética y política de Brecht. El director Michael Thalheimer renuncia a cualquier marco escenográfico y coloca a los personajes sobre el polvo del camino, sobre el via crucis que habrá de transitar Grushe, esa mujer que encarna lo mejor de la especie, ahora tironeada entre los polos que en escena representan una soberbia narración, de un lado, y el sonido omnipresente de un bajo eléctrico, de otro. Entre las agudas circunstancias de la vida que exigen una discusión profundísima sobre el actuar humano, el derecho y la justicia. Entre luces y sombras que lo extrañan todo. Entre el pasado y el presente se construye una renovación de la profunda humanidad de Bertolt Brecht para hoy mismo.

Al igual que frente a ese gran escenario, pudimos apreciar, en otra escala, pero con idéntico asombro y emoción, Vida, unipersonal del titiritero zaragozano Javier Aranda (España). Su poderoso discurso se despliega mediante unos pocos recursos, apenas unos jirones de tela, pequeños objetos, las manos prodigiosas del animador y una idea que estructura en dramaturgia escénica ese largo ciclo de la existencia y la muerte. Hermosa y humorística visión de las transformaciones inevitables de la fatalidad del ciclo humano y hasta de sus lugares comunes, Vida resulta en exultante deseo de apreciar la justicia –sí, también la justicia– del vivir.

Para el Odin Teatret (Dinamarca), En el esqueleto de la ballena cabe todo. En su habitualmente complejo sistema de yuxtaposiciones, que es la caligrafía escritural y conceptual de sus obras, el campesino que espera el paso ante la puerta de la ley, parece mirar el espectáculo del mundo, también la historia y todas sus esquinas como en un bajorrelieve, y es horror lo que ve. Por eso, de modo inevitable, repito aquí términos ya arriba utilizados porque también vuelven en este espectáculo: humanidad, justicia, contextos entre lo íntimo y lo social, ciclos de vida… en definitiva, el magma del teatro. Esta puesta en escena, dirigida por Eugenio Barba, resulta también un ejercicio de reflexión de un grupo de más de medio siglo, sobre el arte de expresar en la escena a partir de ellos mismos. Conmueve ver su persistencia hecha eficacia.

Estos tres espectáculos, tan diferentes en casi todo, son al mismo tiempo lecciones de construcción artística: la idea, los medios, la expresión. Merecido tienen este Premio Villanueva donde Cuba los une. Alguna vez exclamó Lezama, con su gracia metafórica, lo dichoso que le resultaba Mariano Rodríguez por conocer los cuatro grandes ríos del mundo. Aquí tenemos, para el teatro, la confirmación de un importante diálogo con puntos cardinales del planeta que nuestro público refrendó a gran altura. El otro es, por supuesto, lo nuestro, como dijo el poeta: el Almendares.

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