ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
Compañia Irene Rodríguez en el estreno de Aldabal. Foto: Yander Zamora

Mañana llega a su fin el 24 Festival Inter­nacional de Ballet de La Habana. Los cuatro teatros habaneros donde anida el encuentro se han colmando de espectadores y de altas temperaturas que marcan desde la escena, la calidad de mu­chos intérpretes en novedosas y atractivas coreografías que, al final, se transforman en cerradas ovaciones. Gratitud de un pueblo danzante y conocedor de un arte mayor, que en Cuba ya tiene tantos seguidores como el béisbol y el fútbol. Algo extraño por estas tierras del mundo y, posible, gracias a aquella semilla sembrada por sus fundadores hacia 1948, amén del fértil terreno encontrado aquí para desarrollarse después de 1959.

El termómetro artístico del teatro Mella subió muchos grados, a pesar de las bajas temperaturas de estos días, cuando apareció en escena Irene Rodríguez y su compañía con el estreno de Aldabal. Con ese carisma que acompaña al grupo liderado por una personalidad soberbia sobre las tablas que infunde de energía a la agrupación, llegó con esta nueva creación de escasos diez minutos donde la poesía se transforma en baile puro. Siete puertas como escenografía para siete excelentes bailarines, una música (fusión de ritmos flamencos y nuestros), esas luces que descubren siluetas y traspasan fronteras visuales, y un decir escénico de alto calibre fueron suficientes para triunfar nuevamente. Con una técnica precisa bailan lo español, en una pieza donde las castañuelas (excelente trabajo sonoro) son protagonistas, porque con ellas se alcanza la meta de llegar a estremecer la puerta (vida) con esa aldaba que, como metáfora lírica, abre caminos, y nos enseña el largo camino de la vida…

En uno de los programas más balanceados del encuentro, la pareja integrada por Alicia Ama­triain/Alexander Jones (Ballet de Stuttgart) man­tuvo los grados bien altos cuando se movieron en la coreografía Mona Lisa, de Itzik Galili. Al compás de una música mecánica, sus cuerpos (dúctiles al máximo) se amoldaron a la perfección con sus movimientos para seducir al auditorio que coronó con fuertes ovaciones una entrega diferente y actual. De un extremo a otro corrieron las obras. La nota de lirismo la regalaron el cubano Javier Torres (Northern Ballet) y Carolina Agüero (Ballet de Hamburgo) cuando se unieron en la exquisita pieza Otelo, de John Neumeier. Con un vocabulario expresivo de alto nivel, imaginación, y creatividad en un lenguaje que echa manos de los gestos más simples y de las más elaboradas actitudes, el autor todo lo toca con la interiorización de un mensaje estético traducido por intérpretes idóneos. Es danza, teatro sin palabras, expresión corporal puestos al servicio de ideas rectoras. Grettel Morejón nuevamente encantadora secundada por el ágil Rodrigo Almarales (Ballet de Cincinatti) unieron fuerzas y buen baile, para dejar al público deseoso de prolongar los breves instantes de su paso por la escena en el pas de deux Las llamas de París. Por esta cuerda paseó también el muy joven dúo del Ballet Nacional de China: Qiu Yunting/Wo Sicong en El corsario, en el que se desenvolvieron con soltura, siendo ella superior, en técnica, al componente masculino. El relato, una interesante pieza de la bailarina Regina Hernández que dejó gratas huellas en el reciente Taller coreográfico del BNC y donde expone sus venas creativas, dejó agradable estela en la jornada, así como Sinergia, de Luis Serrano por el BNC, pieza de estreno en Cuba, en cuyo planteamiento coreográfico, lo clásico y lo contemporáneo tratan de establecer un armónico diálogo, que se alcanza en el quinto movimiento con la fusión de ambos. La vitalidad de la música realza las cinco escenas, aunque en algunos instantes, y dada la premura de los montajes/ensayos se observaron ciertas fisuras en el desenvolvimiento de algunos intérpretes.

EL LAGO DE… VIENGSAY
Un Karl Marx repleto al máximo en otra memorable noche de Festival, abrió espacios para alcanzar una función de singular colorido, donde la primera bailarina Viengsay Valdés marcó una notable madurez en el difícil doble papel de Ode­­tte/Odile, de El lago de los cisnes. En un instante esperado, en el que el bailarín ucraniano Iván Putrov, quien fuera solista del Royal Ballet, compañía con la que apareció en la Isla en el 22 Festival, acompañaría a la bailarina cubana como el príncipe Sigfrido, no alcanzó las expectativas del público asistente a la función. Más allá de una clásica interpretación acorde con el personaje interpretado, y saltos, el bailarín freelance poco pudo exhibir en el resto, aunque hizo un loable esfuerzo por acompañar en su dimensión a Viengsay Valdés. Ella, desde el mismo momento en que apareció en la escena, acercó un personaje bordado hasta el último detalle, siendo característica fundamental el trabajo de brazos (port de bras) que marcó toda la función. Mesurada, inteligente, con una sensibilidad siempre a flor de piel paseó su actuación.

En su Odette no hubo disonancias. Su técnica, rayando en la perfección, fue medio y no fin. Ahí demostró la coherencia de su desarrollo artístico, y tejió, a manera de una filigrana, hasta el último detalle el cisne blanco. Su Odile fue de alto calibre, guardando para la coda buenas cartas, en especial el giro quíntuple al comienzo de la serie de fouettés combinados, los piqués, y el desplazamiento a lo ancho del escenario en arabesque sauté (la conocida vaquita), que levantó al auditorio de sus butacas.

Una noche en que destacó, con su peculiar manera de enfrentar ese papel, Serafín Castro (bu­fón), esos cuatros cisnes ¡perfectos! (Amanda Fuen­tes, Mercedes Piedra, Massiel Alonso y May­rel Martínez), Aymara Vassallo e Ivis Díaz en un trabajo muy sincronizado en los dos cisnes, el toque de distinción de la reina madre (Carolina García), la personalidad que aporta Alfredo Ibá­ñez al Von Rothbart y el baile de Grettel Mo­re­jón/Camilo Ramos en la danza española… Por supuesto, otro aplauso a ese cuerpo de baile que no ha descansado en este Festival, y a la buena labor ofrecida nuevamente por la Orquesta Sin­fónica Nacional bajo la batuta del maestro Gio­vanni Duarte. Todos se unieron en una noche feliz.

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