Un halo de frescura, vitalidad extrema (de bailarines/obras), un saber mezclar los diversos ritmos/danzas con una organicidad ilimitada, perfecto diálogo de banda sonora/movimientos, son elementos que acercó, en su primera presentación en el 24 Festival Internacional de Ballet de La Habana, el Ballet Hispánico de Nueva York. Refrescante y agradable entrega, que además, goza de un envidiable sentido de la dinámica contemporánea —sin olvidar las tradiciones del apellido que llevan—, en los planos de la expresión corporal, la sonoridad y la provocación plástica.
Un abarrotado teatro Mella aplaudió enérgicamente cada obra presentada por esta original agrupación danzaria estadounidense —radicada en Manhattan— y fundada en 1970 por la bailarina venezolana-norteamericana, Tina Ramírez, y en la que refleja, en un primer plano, la experiencia de los hispanos y latinoamericanos. No por azar se denomina la principal agrupación danzaria representativa de esa cultura en los Estados Unidos.
Con cuatro obras —de distinto corte y acción—sedujeron al público cubano. La presentación del grupo fue con Asuka, del coreógrafo Eduardo Vilaro (en colaboración con los artistas de la compañía) con una banda sonora debida a Jesse Felluss/Eduardo Vilaro, donde recrea muchos sonidos relacionados con Cuba. Muy ágil rítmicamente, este trabajo que desborda de colorido, no solo visual, sino de movimientos/ideas, resulta una amalgama artística —que es común apreciar en el conglomerado de obras del grupo— en la que emergen diferentes técnicas de bailes populares, danza, ballet clásico, que arman sus faenas escénicas. En ellas, hay también algo de gesto social, desmesura en el manejo de ideas y, sobre todo, pleno dominio del cuerpo para expresar sensaciones, emociones y acciones.
Instante muy aplaudido de la tarde lo constituyó Sombrerísimo, de la coreógrafa Annabelle López Ochoa (de ella conocemos Celeste, en el BNC), en el que dibujando y rastreando nuestra identidad encontró, para personalizar su obra, el surrealista universo del célebre pintor belga René Magritte, y en particular los perennes sombreros de hongo de sus figuras. Multiplicándolo en la escena por seis bailarines, todos los movimientos, gestos y acciones tienen como protagonista el sombrero que “baila”, se agita de mano en mano…, robando espacios. En ella, la creadora explora preocupaciones conceptuales y estéticas, acariciando aspectos lúdicros, y hace, más de una vez, guiños cómplices al espectador, involucrándolo en el juego, que termina fascinado con el original decir danzario. En Sortijas, de Cayetano Soto, los bailarines Lauren Alzamora/ Jamal Rashann Callender escenificaron un dúo subyugante y pleno de misterio; mientras que el punto final fue la apoteosis con El beso, del español Gustavo Ramírez Sansano. Precisamente él debuta en el Ballet Hispano con esta sutil coreografía, que resulta un original acercamiento a los diferentes matices del beso, con la apoyatura musical de varias zarzuelas hispanas y un magnífico vestuario firmado por el célebre diseñador de modas Ángel Sánchez (Venezuela). Todo en esta compañía queda en casa, si de Hispanoamérica hablamos…
UN PROGRAMA BASTANTE PLANO
El programa concierto que tuvo lugar la noche del sábado, en la sala Avellaneda del teatro Nacional, adoleció de esa obra que conquistara al público en todo su esplendor. Hubo momentos líricos, de plena poesía y baile perfecto, pero faltó esa pieza que levantara los ánimos, para equilibrar el espectáculo.
Nuevamente los uruguayos María Riceto y Ciro Tamayo del Ballet del SODRE fueron ovacionados por su labor escénica, esta vez con una pieza más lírica, La tempestad, de Mauricio Wainrot, donde expusieron su clase y nivel artístico para conquistar al auditorio, lejos de los alardes pirotécnicos; agradable fue el paso de los jóvenes bailarines del Real Ballet Danés: Gudrun Bojesen/Jonathan Chmelensky en Festival de las flores en Genzano; y un toque de nostalgia puso sobre las tablas la hermosa y bien tejida coreografía de Alicia Alonso A la luz de tus canciones, que creara en homenaje a Esther Borja en su centenario, donde solistas y cuerpo de baile del BNC se integraron a la perfección al decir del vocabulario de la coreógrafa, resaltando entre ellos el versátil Liván Verdecia. También pasaron por la noche Sinnerman, coreografía de Alan Lucien Oyen de la mano de Daniel Porietto —largamente aplaudido—, así como el juvenil dueto, integrado por Liu Miaomiao y Li Lin (Ballet de Hong Kong, China) en In light and shadow. Cerró la jornada una pieza visualmente elegante, Celeste, de la coreógrafa belga-colombiana Annabelle López Ochoa, estrenada aquí en marzo de este año por el BNC, y que está inspirada por el Concierto para violín y orquesta en Re opus 35 de Chaikovski. La creadora vio en sus sueños a Celeste, una estrella que brilla “moldeada” en las frágiles siluetas de tres bailarinas que danzan en la noche en un cielo oscuro que está representado en la escena por diez bailarines… Así reza en el programa la introducción a la obra, que fue muy bien traducida al movimiento por Viengsay Valdés, Yanela Piñera y Jessie Domínguez junto al cuerpo de baile masculino. El diseño de luces del muchas veces premiado Michael Mazzola (Estados Unidos), resulta protagonista en mayúsculas de esta obra que se mueve “en la galaxia”, y el acertado vestuario, firmado por la diseñadora holandesa Dieuweke Van Reij, se integra y enriquece el trabajo coreográfico, sumándose a su realce.
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