ÓRGANO OFICIAL DEL COMITÉ CENTRAL DEL PARTIDO COMUNISTA DE CUBA
La Feria del libro, en su sede de La cabaña, dispone de un espacio denominado Tesoro de papel. Foto: Jose M. Correa

Si para los pequeños lectores el libro más atractivo es aquel en que palabra e imagen, sonido e ilustración se complementan —sobre ese necesario y perfecto maridaje habló con conocimiento de causa el escritor, editor y crítico Enrique Pérez Díaz—, no menos importante resulta que sea propicio el ambiente en que los niños, sus maestros y familiares entren en contacto con las novedades editoriales a su alcance.

La Feria Internacional del Libro, en su sede de La Cabaña, ha dispuesto tradicionalmente de un espacio denominado Tesoro de Papel. En esta ocasión la caracterización del pabellón ha venido a menos. Paredes despintadas y cojines ajados contradicen el espíritu festivo que debería reinar en las salas de presentaciones, a las que se llega luego de un escarpado y arduo trayecto, que incluye una escalera de abruptos y maltrechos peldaños, hasta el confín de la fortaleza.

¿Acaso no sería conveniente ubicar y ambientar el pabellón infantil con mayor jerarquía dentro del recinto ferial? ¿Quizá este sea el momento de relocalizar en la ciudad —pienso, por ejemplo, en el Parque Metropolitano, a orillas del Almendares— el segmento de la Feria dedicado a los niños?

No pretendo únicamente ventilar en público tales reparos y preocupaciones, compartidos por quienes asistimos el último domingo a un emotivo acontecimiento editorial. Me animo a escribir esta nota para comentar, sobre todo, el impacto de la presentación de una colección de cuadernos de Selvi Ediciones, que despliega la portentosa imaginación de tres autores cubanos de diferentes generaciones, puesta al servicio de la preservación y recreación de fábulas populares.

Cuatro textos pertenecen a Miguel Barnet —Cangrejo moro y cangrejo de la tierra; El sijú y la lechuza; Los carapachos de Tortuga y Jicotea y Al camaleón le sale la envidia— publicados inicialmente en 1969 como parte del cuerpo de narraciones tituladas Akeké y la jutía.

El autor ha dicho de esos cuentos: “Los campesinos más viejos, las libretas de santería y algunos sacerdotes de los ritos afrocubanos han sido las principales fuentes de estas fábulas”, aptas para todas las edades.

De gatos y ratones, El mono de las nueve colas y El potro negro y el buey son las narraciones de Jesús Lozada Guevara, también extraídas de la tradición oral, porque como el escritor apunta, se trata de reflejar una parte de “los cientos de cuentos que nos esperan en las encrucijadas y los caminos, relatos que vienen desde el fondo de los tiempos para aprender y disfrutar”.

El más joven de esta tríada de escritores, Maikel Chávez, proviene de las artes escénicas y el medio radial. En El güije que llegó a la luna en un papalote retoma un personaje clásico de la mitología insular.

Estas entregas, concebidas editorialmente por Iris Gorostola, se hallan hermosa y funcionalmente ilustradas por los jóvenes artistas Dieiker Bernal y Anabel Medina.

Niños y adultos aplaudieron el ingenio con que la reconocida actriz Corina Mestre y Maikel Chávez anticiparon algunas de estas narraciones con un sorprendente repertorio de voces.

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