
Entre los principales argumentos que ha defendido la literatura en todas sus épocas está el que nos presenta a dos personas que, queriendo estar juntas, tienen que permanecer separadas para siempre. Este es acaso el que se despliega en las páginas de Plegarias nocturnas, la novela con la que el escritor colombiano Santiago Gamboa se inscribe en el catálogo de la editorial Arte y Literatura, presentada ayer en la sala Alejo Carpentier, de La Cabaña, por la profesora y crítica Susana Haug.
Pero no se trata de lo que primero nos viene a la mente cuando se nos habla de dos a los que la vida se empeña en separar. En este caso los hermanos Manuel y Juana, que no tienen precisamente una relación muy afectuosa que digamos, serán presa de situaciones en las que saldrá a flote el instinto del amor fraternal que, suponiendo o sabiendo en peligro al otro, hará todo lo posible por proteger al que ha corrido peor suerte.
En esta historia, en la que Gamboa incorpora muchas de sus experiencias más entrañables, Juana, mayor que su hermano, ha desaparecido, y Manuel, que quiere a toda costa encontrarla, está preso acusado de narcotraficante.
Como una novela para sufrir, no porque recree el melodrama, sino por narrar una historia de desilusión, asesinato y muerte, que cuenta historias de vida de la Colombia de los 2000, de gran violencia política, en un trasfondo de circunstancias terribles que quedan impunes, la consideró Haug, quien alabó la construcción del personaje de Juana por ser perfilado, como pocas veces, con tanto poder, convencimiento y verosimilitud y que, en su opinión, merece ser sumado a la lista de los grandes personajes femeninos de la literatura latinoamericana.
Gamboa por su parte tocó algunos momentos de la narración sin adelantar la trama, pero con la suficiente magia para dejar atrapado al auditorio con una obra que, al hacerla, le atribuye nuevos matices a su identidad y le permite dialogar con otras literaturas.
Muchas veces se ha preguntado, expresó, dónde estaba la novela antes de que fuera escrita. Sus lecturas anteriores, los hilos conductores de esos conocimientos y sus propias circunstancias son algunos de estos territorios. La poesía incorporada, en este caso, tiene ganado un punto, a juzgar por el valor que adquiere en el texto el poema Alta hora de la noche, del salvadoreño Roque Dalton, el cual se incorpora a estas páginas por el tremendo parentesco que entabla con la obra. Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre / (…) No dejes que tus labios lleven mis once letras / Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio / No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto (…).
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Anar dijo:
1
18 de febrero de 2015
14:49:41
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