
El pasado 8 de noviembre se cumplió un año de las polémicas elecciones presidenciales de Estados Unidos, en las que resultó vencedor el candidato republicano Donald Trump, a pesar de haber obtenido dos millones de votos menos que su rival demócrata, Hillary Clinton.
La carrera por la Casa Blanca del año pasado fue la más costosa de la historia. Según el Centro para Políticas Responsables, en todo el proceso se gastaron cerca de tres mil millones de dólares, que equivalen al producto interno bruto de la República Centroafricana con sus cuatro millones y medio de habitantes.
Aunque algunas personas ponen sus esperanzas y recursos individuales en alguno de los candidatos, el grueso del dinero viene de los llamados Super Pac. Esa es la vía que utilizan las grandes corporaciones para canalizar millones de dólares a favor de sus intereses sin tener que someterse al escrutinio de las instituciones públicas.
De acuerdo con el US Election Project, un sitio web que da seguimiento al sistema electoral norteamericano, más de 95 de los 227 millones de estadounidenses en edad de votar decidieron quedarse en sus casas el día de los comicios.
Algunos ni siquiera tienen derecho a hacerlo y la mayoría de los que están limitados por la ley pertenecen a grupos minoritarios. En el estado de Virginia, uno de cada cinco afronorteamericanos está impedido de votar por haber cometido crímenes tan sencillos como portar mariguana.
La gran ausente en las elecciones estadounidenses, «el espectáculo más grande del mundo», suele ser la verdad. El ansia de llegar al Despacho Oval lleva a los políticos a prometer o hacer afirmaciones sin ningún sustento lógico.
De acuerdo con el sitio web PolitiFact, dedicado a monitorear las declaraciones de los candidatos, más del 50 % de las declaraciones del republicano Donald Trump clasifican como «mayormente falsas».
Por las razones anteriores se entiende mejor que Heather Nauert, la vocera del Departamento de Estado, considere «viciadas» unas elecciones en las que cualquier cubano puede resultar electo como representante del Poder Popular a nivel municipal y llegar hasta la Asamblea Nacional, el máximo órgano de poder del país.
Unos comicios que se definen por el mérito personal y no el dinero, la influencia política o las mentiras, son para la funcionaria estadounidense la «farsa» con la que Cuba intenta «vender en el mundo el mito de una democracia».
«El pueblo de Cuba merece un país estable, próspero, y democrático, en el que puedan elegir a sus líderes en elecciones libres y justas», pidió por su parte el subsecretario de Estado para Asuntos del Hemisferio Occidental, Francisco Palmieri.
¡Cómo se extraña en el otro lado del Estrecho de la Florida los comicios «democráticos» como el de 1954, en el que resultó electo Fulgencio Batista sin rival en las urnas! La Casa Blanca no dudó un segundo antes de reconocer en la práctica los resultados de unas elecciones en las que solo participaron la mitad de los cubanos y que todo el mundo sabía eran un intento de encubrir el golpe de Estado perpetrado dos años atrás.
El verdadero problema es que a Washington le gustaría ver electos a sus «hombres y mujeres en Cuba», esos a los que dedica millones de dólares en proyectos subversivos, pero que carecen de cualquier arraigo popular, como ellos mismos reconocen.
Pero si Estados Unidos quiere reclamarle a alguien, debería dirigirse a sus asalariados y pedirles que le devuelvan el dinero. La inversión que han hecho no ha obtenido ni obtendrá resultado alguno mientras sea el pueblo de Cuba quien escoja a sus líderes.
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Nino scro dijo:
1
30 de noviembre de 2017
03:50:14
Julio Antonio dijo:
2
30 de noviembre de 2017
08:28:52
Pedro Respondió:
30 de noviembre de 2017
09:21:19
rafael g Respondió:
9 de diciembre de 2017
10:51:32
Miguel Angel dijo:
3
30 de noviembre de 2017
10:39:25
Cubano de a pie dijo:
4
30 de noviembre de 2017
13:09:04
elliott dijo:
5
30 de noviembre de 2017
13:12:05
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