
MARACAIBO, Zulia, Venezuela.—El arte y la tradición en sus más populares expresiones, tomaron por asalto en estos días varios espacios públicos del país para celebrar este martes el aniversario octavo de la Misión Socialista Cultura Corazón Adentro, consumada al calor del convenio integral de cooperación con Cuba.
Desde una Plaza Bolívar en cualquier municipio, hasta la última comunidad donde un cooperante cubano promueve el empuje transformador de la cultura, hubo una parada artística que en la participación de miles de niños danzantes, indígenas artesanos, aficionados pintores, cantantes, actores… saludó la fecha y confirmó al pueblo como gestor y garante principal de su propia identidad, de sus valores, de su altísimo potencial de resistencia ante tantos patrones invasores y enajenantes.
Un lugar tan sui géneris como una estación del metro de la ciudad de Maracaibo, capital del estado occidental de Zulia, fue ejemplo magnífico de lo que sucedió en disímiles latitudes de la nación, cuando una conjunción de cientos de aficionados, niños y adultos, provenientes de casi todos los municipios de la región y traídos de la mano de animadores locales y colaboradores cubanos, conquistaron la atención de una multitud creciente de viajeros que pasaban y se quedaban.
“El arte popular tiene esta magia, de atraparte al sonido de un tambor, en el paso de una danza ancestral, en la tela bordada por la mano de una indígena local. Me gustó y me quedé un tiempo más”, explicó a Granma Vanesa, una joven pasajera ocasional, convertida por largo rato en espectador de aquel festival callejero.
Aplaudía emocionada como parte de un público sorprendido, mientras añadía algunas conclusiones: “Aunque la modernidad y la tecnología parezcan invadir todas las mentes y todos los espacios, lo nuestro siempre va a funcionar, va a provocar una reacción, va a acercarnos a los venezolanos unos con los otros; porque corre en la sangre de la gente y es parte de ella. Por eso no podemos cansarnos de cultivarla y promover espacios así”.
Sin saberlo, Vanesa redondeaba la idea fundamental, el logro mayor que puede conseguir el arte popular cuando se reproduce, como un bien colectivo, y es esto exactamente lo que por ocho años ha movido a los miles de instructores y artistas cubanos que a Venezuela trajeron sus conocimientos, aprendieron casi desde cero una cultura distinta, y en esa amalgama de saberes, de mano de cultores y animadores locales, contribuyen todavía a la reivindicación social que es en sí misma la Revolución Bolivariana.
Aún con el resuello de la danza Yonna que bailó junto a otros miembros de la etnia indígena Wayuú, Merly González, reconoce en una frase lo que ha sido esta colaboración binacional: “No estamos rescatando nuestra cultura, porque nunca se perdió; pero sí estaba como silenciada, escondida, y con la misión, con la ayuda tremenda de los hermanos cubanos, hemos aprendido cómo hacerla visible, fuerte, atractiva a las generaciones nuevas para que se sumen a su difusión.

“Los cubanitos, la mayoría muy jóvenes, nos han dado herramientas fundamentales para ser más efectivos en la promoción de las costumbres, vivencias, tradiciones, todo lo que fortalezca nuestra cosmovisión indígena, y gracias a ellos tenemos métodos mejores que nos ayudan a reproducirla y usarla como fuente para fomentar los valores personales y colectivos desde las escuelas, las comunidades y el propio hogar”.
Deisy Molero es un ejemplo vivo. Habla perfectamente el wayuunaiki y se ha ocupado de enseñarlo a los más nuevos. “Si no lo hacemos podría llegar el momento en que se olvide, y así pasaría con nuestras danzas, artesanías, modos de vida.
Los mayores conservamos todavía los saberes ancestrales, pero no éramos muy efectivos en su enseñanza.
“En eso los cubanos han sido importantísimos, y mientras conviven y crean, nos enseñan a multiplicarnos a nosotros mismos, a hacernos más fuertes desde la participación activa, desde nuestras tradiciones”.
Con el grupo de indígenas Wayuú, vino desde la frontera colombiana Gisselle Fernández, una camagüeyana de 28 años, cuyos últimos dos almanaques los entregó completos al empeño de promover una cultura que en principio, debió aprender.
“Ha sido sobre todo un reto doble: primero aprender para luego enseñar; pero me ayudó esa afición natural que siempre tuve por la aventura, por el descubrimiento de lo nuevo.
“Empecé preguntando y terminé haciendo mucho. Ellos tienen su cultura, que es la materia principal, y uno solo contribuye a que la usen mejor, que no la guarden como una reliquia, sino que la reproduzcan en la escuela, en la comunidad, en la casa, en un taller de creación, en un grupo de danza, en la confección de artesanías…
“La clave de nuestro trabajo es generar participación, sumar, ocupar de un modo provechoso el tiempo libre de personas que se reencuentran en su propia cultura, y dentro de ella, consolidan sus valores personales. Creo que lo vamos logrando”.
Convertido en un concierto de danzas, canciones y teatros, en un pasillo largo de pinturas en plena confección, de artesanías ancestrales bordadas in situ por las manos de una indígena, el metro de Maracaibo fue solo un anuncio vivo de los miles de escenarios parecidos que por ocho años la misión Cultura Corazón Adentro fundó al interior de Venezuela.
Fueron en estos espacios donde muchos nacionales se hicieron animadores, promotores que ahora mueven desde el arte su propia comunidad, movilizan la cultura en todos los rincones, y avalan con su trabajo el propósito noble de una misión socialista que en el esfuerzo conjunto de dos naciones, avanza a su mayoría de edad.
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Anibal De la Torre dijo:
1
26 de abril de 2016
12:15:17
Miguel Angel dijo:
2
28 de abril de 2016
05:46:42
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