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23
de mayo de 2005
Noche de terror en Boca de Samá
ALEXIS ROJAS AGUILERA
BANES, Holguín.— Para
Carlos Escalante Gómez, el mar es la vida misma. Al infinito azul que
se extiende apenas a unos metros de su humilde casa, en Boca de Samá,
están ligados casi todos los hechos que forman una historia hermosa
de servicios a la Patria.
Carlos Escalante recuerda los momentos en que el terror se expandió sobre este mínimo punto de la geografía cubana.
Uno de ellos muy especial,
el de la noche del martes 12 de octubre de 1971. Para esa fecha
inolvidable, el sargento Carlos, o simplemente El Chino, comandaba la
pequeña guarnición del puesto de Guardafronteras, ubicado en un
peñón que domina por sotavento la entrada a la bahía de Samá,
cercana a la playa de Guardalavaca. A sus pies el poblado de
pescadores y campesinos.
Sentado en el colgadizo de
la vivienda, donde suele pasar la mayoría de las horas que no está
de pesquería, o cumple algún deber revolucionario, rodeado de redes,
palangres y otros enseres del antiguo oficio, recordó la jornada,
cuando el terror se extendió sobre este mínimo punto de la
geografía cubana.
Contó que aquella noche
pudo haber sido una más. Sin embargo, no fue así. Aprovechando la
ausencia de luna, un buque pirata se aproximó a la costa y de él se
desprendió una embarcación rápida con el comando terrorista a
bordo.
Justo en esos momentos,
Escalante inició uno de los habituales recorridos por la zona, ajeno
a lo que ocurría en el mar, cerca de la entrada de la bahía, aunque
el barco había sido avistado al caer la tarde y previsoramente había
distribuido sus cinco combatientes y siete milicianos del punto por
parejas o tríos en diferentes sitios. Esa noche él estaba de
guardia.
Iba acompañado por el
oficial del MININT Lidio Rivaflecha Galán y el miliciano Ramón Siams
Portelles, amigos entrañables, hermanos de fatigas, lluvias, desvelos
y caminatas costeras, de la sed y del mínimo alimento.
Desconocedores aún de la
amenaza que sobre el lugar se cernía, El Chino y Lidio avanzaron
hacia el poblado desde el puesto de las Tropas Guardafronteras. Se les
unió Ramón en el camino. Los vecinos dormían. Nada indicaba el
peligro.
Al aproximarse al caserío
sobrevino el encuentro inesperado. Los piratas habían hecho
prisionero a un anciano en su bohío costero, cerca del punto de
desembarco.
En instantes la noche se
cargó de dolor y sangre. Ellos repelieron a los piratas venidos del
Norte en lucha casi cuerpo a cuerpo.
Con valor, reponiéndose a
lo inesperado, los revolucionarios rechazaron e hicieron huir a los 14
agresores que reembarcaron.
Entonces, desde el barco
comenzaron a ametrallar el poblado. Las casas se convirtieron en
blanco de la crueldad. Desde tierra les respondieron. Los piratas
comenzaron la retirada amparados en la noche cerrada.
Para entonces Lidio y
Ramón ya habían caído en el combate.
Nancy Pavón Pavón
perdió para siempre la alegría quedando con sus pies mutilados;
Ángela, su hermana, resultó herida. También el campesino Jesús
Igarza Osorio. Escalante había sido herido. Ocho balas se clavaron en
sus piernas.
Cuando concluye el
apretado relato, los ojos de Escalante se pierden en la profundidad
del horizonte y su voz se hace profunda: "No puedo dejar de mirar al
mar, porque mientras exista el terrorismo hay que estar alertas. Yo
seré un guardafrontera hasta el día de mi muerte".
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