Che hizo gala allí de su poderosa fuerza
intelectual, la que unida a su capacidad como hombre de acción,
formaba un todo brillante y atrayente. La prensa de Estados Unidos
fue la primera sorprendida. Sus corresponsales dijeron que combinaba
la calma y la ironía con la dialéctica socialista, con un sentido
del humor que desarmaba.
Un funcionario estadounidense explicó cómo creyeron
que iba a tratar de hacer naufragar la conferencia y, al contrario,
los cubanos presentaron 29 mociones hábilmente redactadas. Si
quisiera prolongar la reunión, tendría mil formas eficaces de
hacerlo. Al contrario, moderado y sobrio en las sesiones, dice
cuanto tiene que decir y luego calla. Un día admitió una posición
correcta y se puso de parte de la delegación de Estados Unidos,
reconoció el delegado norteamericano.
Kennedy había declarado que la Conferencia era el
debate más importante, pues se trataba del lanzamiento de la Alianza
para el Progreso, plan ideado para contrarrestar la influencia de la
Revolución. Douglas Dillon, secretario del Tesoro, presidía la
delegación norteamericana junto a Richard Goodwin.
El exclusivo balneario de Punta del Este resultaba
un marco ideal para los objetivos. Muy alejado de la capital y
visitado por ricos turistas argentinos y personas de posición
acomodada de Uruguay, aseguraba la ausencia del combativo pueblo
uruguayo. Pero los trabajadores recurrieron a los medios a su
alcance para hacerse notar. La Central Uruguaya de Trabajadores
establecía que Guevara representaba a los pueblos de América.
El recibimiento en el aeropuerto Carrasco, de
Montevideo, fue una impresionante demostración. A las consignas ya
mundiales como "Cuba sí, yankis no", se unían las del humor
uruguayo: "Llegó Guevara, la cosa se pone brava". En la ruta a Punta
del Este un gigantesco cartel enunciaba el apoyo a la Isla. Minutos
antes había llegado Dillon, la multitud se viró ostensiblemente de
espaldas mientras cantaba la Marcha del 26 de Julio.
Guevara hizo en su turno un discurso definidor: los
créditos que se aprueben tienen todos el nombre de Cuba, les guste o
no a los beneficiarios. Se refirió con ironía a que algunos llamaban
a Cuba "la gallina de los huevos de oro" y preguntó si EE.UU.
aportaría los 20 000 millones prometidos. Agregó que con un poco más
de empuje se llegaría a los 30 000 millones señalados por Fidel como
necesarios para Latinoamérica. Denunció los ataques de Washington y
dijo: "Cuba viene a trabajar armónicamente, si es que se puede, para
conseguir enderezar esto, que ha nacido muy torcido, y está
dispuesta a colaborar con todos los señores delegados para
enderezarlo".
El análisis que hizo de la Declaración final llamó
mucho la atención. Con voz clara y pausada, Che expresó:
"Consideramos que en uno de los párrafos se admite explícitamente la
existencia de regímenes diferentes a los que tienen la filosofía de
la libre empresa y que, por lo tanto, se admite la existencia dentro
del cónclave americano de un país que presenta una serie de
características específicas que lo diferencian de los demás (...)
creemos que se ha establecido el primer vínculo de coexistencia
pacífica real en América, que se ha dado el primer paso para que
aquellos gobiernos que están decididamente contra el nuestro y
nuestro sistema, reconozcan al menos la irreversibilidad de la
Revolución Cubana ( ...) guste o no su sistema de gobierno".
No obstante explicó la abstención al votarla: "no
ataca la raíz fundamental de nuestros males, prácticamente ha limado
totalmente la intención verdadera de los promotores de las ideas de
tal forma que son prácticamente inocuas, (...) las proposiciones
concretas que llevaban un fin determinado se convierten en
declaraciones vagas".
En su informe a Kennedy después de la Conferencia,
Goodwin invitó a continuar y hasta intensificar las terribles
medidas que se estaban aplicando contra Cuba. No obstante, acerca de
la reunión que secretamente sostuvo con Che observó: la invasión
fortaleció la Revolución, lo cual constituye un fenómeno
irreversible y posible en América Latina, como lo demuestra su
repercusión e influencia en la región; es imposible derrocarla desde
dentro; las relaciones con la URSS continuarán desarrollándose y
"Estados Unidos no debe partir del principio de salvar a Cuba de las
garras del comunismo (...) Cuba no intervendría directamente en
promover acciones revolucionarias en terceros países, es decir, no
exportaría la revolución".
El historiador A. M. Schlesinger aduce que las
contiendas electorales obligaban a Kennedy a manejar a la vez
opciones contrarias. Ya en 1960, tras considerar a Fidel Castro como
"parte de la herencia de Bolívar", dijo frases durante la campaña
tan contrarias como que "había transformado a Cuba en un hostil y
militante satélite comunista".
Esas contradicciones reflejan en el fondo las de esa
potencia dominante. Los fundadores de Estados Unidos fueron
creadores en 1776 de la primera república de la historia moderna.
Sin embargo, la idea de erradicar el linaje real como fuente de
derecho para gobernar, es incompatible con el sistema esclavista que
mantuvieron intacto. Pero prefirieron preservar sus intereses.
George Washington, Thomas Jefferson y muchos de esos patriarcas eran
dueños de esclavos, lo que no era óbice para calificarlo de
"comercio execrable" en la Declaración de Independencia y para
asumir la incompatible dualidad de libertadores y esclavistas, que
los condujo a un astuto sistema de explotación de los débiles.
Los Kennedy querían trascender, hacerlo menos
oneroso. Hacer cambios no solo en la CIA, sino también en el sistema
a nivel nacional e internacional. Pero tropezaban con intereses
electorales y económicos, propios y ajenos.
Goodwin trasladó también la impresión a Kennedy,
mientras disfrutaban sendos habanos, de que Cuba buscaba un modus
vivendi pacífico, la coexistencia con un país socialista en este
continente. El presidente consideró improcedente la idea en esos
momentos y lo nombró jefe de un grupo con el objetivo de derrocar a
la Revolución.