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Rubén Martínez Villena

El 20 de diciembre de 1899, abrió sus ojos Rubén Martínez Villena, en el habanero municipio de Alquízar. Con una cristalina mirada de un profundo azul, tal parecía que ese color de la Patria en sus cuencas era el más puro de los jóvenes de su generación. Los colores de nuestro cielo aparecen en las tres franjas de la enseña nacional y es el mismo turquí que bordea la Isla mayor anclada por siempre en el Caribe. Ellos conocieron de la belleza de sus versos que se convirtieron en una cruzada contra los bribones gobernantes de turno para demostrar que el machete mambí no se había envainado todavía.

En la juventud fue a dormir por vez primera en la cárcel el 18 de marzo de 1923, luego de haber protagonizado la Protesta de los Trece, en la entonces Academia de Ciencias. Nunca claudicó luego que su voz se alzara contra la farsa de compra –venta del Convento de Santa Clara por 2 millones trescientos mil pesos.

Ante todo tipo de engaño público fue inclaudicable al lado de la justicia y portador inigualable de clarísimas convicciones políticas sobre el futuro. Al mismo tiempo impar poeta aseguró sobre su obra "Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores les interesa la justicia social"

Este intelectual revolucionario abandonó la vida física el 16 de enero de 1934, cuando la tuberculosis minó sus pulmones, pero aún late entre nosotros la hondura de sus advertencias, la tenacidad en la lucha que protagonizó desde el Movimiento Minorista y junto a los trabajadores que tuvieron que esperar largas décadas antes de alcanzar la victoria definitiva.

Este fue el hombre hermoso que fue capaz de adelantarnos los momentos actuales, con una profecía desde sus ojos azules. El comentario de hoy es de uno de nuestros grandes hombres del siglo XX, de aquellos que caminaban sobre los adoquines de la vetusta ciudad y se unieron en encuentros sabáticos en el restaurant Lafayette, para intercambiar con pasión sus bríos y capacidad política en pos de la unidad de los patriotas obstruida por el desempeño de políticos que mercadeaban con las miserias del pueblo para abultar cada vez más sus fortunas. En aquellos animados encuentros estaban Emilio Roig de Leusechenring, José Antonio Fernández de Castro, José Zacarías Tallet, José Manuel Acosta, Amadeo Roldán y el benjamín del grupo Alejo Carpentier.

Hasta ellos llegaba la jovialidad de Julio Antonio Mella, el líder estudiantil quien acudía al lugar simplemente para informarles sobre sus acciones y futuros proyectos. Martínez Villena lo defendió cuando fue acusado por "agravios" al presidente Zayas en 1925, cuando ya era una expresión clara de la nueva conciencia nacional.

Pero este hombre de ojos soñadores nada tenía que ver con la parálisis social. Estuvo entre los colaboradores de la Universidad Popular José Martí, en la Liga Antiimperialista y en la falange de Acción Cubana, fue miembro del movimiento de Veteranos y Patriotas, en la Liga Anticlerical y en la Quinta de Dependientes, unió para siempre su futuro con el de los trabajadores.

Martínez Villena, dejó tanta sabia en la lucha social como en el arte. Fue un notable intelectual que cultivó la poesía, el cuento y el ensayo con idéntica pasión.

Luego de su muerte, su firma apareció como el autor de importantes sonetos como El anhelo inútil, El cazador y La Medalla del soneto clásico. Su ensayo Cuba: una factoría yanqui, fue el espejo de un tribuno capaz, con dominio del tema, que desnudó las realidades de las aspiraciones imperialistas en la Cuba del siglo XX, nada alejadas de las advertencias martianas ante el gigante de las siete leguas.

Prisionero en el VIVAC, el 21 de marzo de 1923 escribió su Mensaje Lírico Civil, dedicado al poeta peruano José Torres, y que cuyo fragmento utilizado en la clausura de uno de nuestras actos centrales por el 26 de julio, cuando Fidel Castro rememoró estos versos al confirmar que aquellas lejanas palabras, fueron inspiradoras para nuevas generaciones de patriotas que también lucharon por sus ideales al afirmar "Hace falta una carga para matar bribones, para acabar la obra de las revoluciones". En ellas está el sentido del honor y la energía de los pueblos.

Sobre tales ideas volvió una y otra vez el poeta de ojos claros, el sereno hombre de mil batallas sociales. Aunque en su Sainete Póstumo, advirtió su muerte prosaica e irónica, envuelto en un sudario y como buen cadáver descender, se escapó de la tumba para asegurarnos en La pupila insomne, "Yo dormiré mañana con el párpado abierto".

De su palabra clara y sus valores poéticos, conózcase uno de sus sonetos. En él aparecen sus observaciones humanas en medio del traje ceñido por la métrica bien ajustada por su conocimiento, que aparece en "El Cazador":

Regresa de casa, más extravió el camino,
Y alegre, al trote vivo de su cabalgadura,
Llegase hasta el albergue pobre del campesino
Con una corza muerta cruzada en la montura.

Esa noche la cena se prestigió de vino
La niña de la casa retocó su hermosura,
Y al tierno y suave influjo del calor hagarino
Nació el más suave y tierno calor de la aventura.

Y él marchóse de prisa la mañana siguiente…
Quizás entre la noche -celestina prudente-,
Hizo algún juramento que le entreabrió la puerta,

Más él no recordaba… marchó por la campiña,
Alegre, como vino: y el alma de la niña
Cruzada en la montura como una cierva muerta.

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