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Después del
desembarco De Alegría de Pío a Cinco Palmas Grupo de Raúl (Parte II)
14 de diciembre En vista de que el guía sigue sin aparecer, Raúl ordena
emprender la marcha solos en la noche del 14. Se separan de Ernesto
Fernández, quien está enfermo y con los pies destrozados. Cruzan el río
Toro, y comienzan a ascender a campo traviesa las primeras estribaciones de
la Sierra. Narra Raúl:
Por el frío que teníamos, más que nunca estábamos esperando
el desayuno. Vino por fin una botella de café. [...] En firme decidimos
partir hoy; uno de los campesinos nos sacará hasta afuera y de ahí
seguiremos solos. Según nos informaron hoy, "nuestro amigo" [Guillermo
García] sacó a F [Fidel] por la Sierra. Ahora son las 3 y 20 p.m. Esperamos con todo preparado y no vino ningún guajiro, no
sabemos qué pasaría. Esperamos hasta las 10 menos cuarto, a esa hora salimos
cinco compañeros. Hacia un poco de frío, pero pronto las subideras y
bajaderas de lomas que parecían interminables, nos lo quitaría
sustituyéndolo con gruesas gotas de sudor. Desconociendo completamente la zona, teníamos que desechar
todos los caminos y trillos. [...] Había una luna llena y la noche muy
clara, de lo contrario nos hubiéramos metido por una de esas lomas. Por las
vegas que pasábamos, Ciro y yo íbamos recogiendo algunas mazorcas de maíz
tierno, y así mismo nos las comíamos; increíblemente nos caen de lo mejor. A
las doce de la noche hicimos una parada en lo alto de una loma, y a la luz
de la luna nos tomamos una lata de leche condensada con medio galón de agua
que recogimos en un río que pasamos momentos antes, entre varios bohíos. No
sabemos el nombre del lugar. Es imprescindible un práctico para poder operar
por estas zonas. Tenemos la esperanza de que F [Fidel] tenga resuelto este
problema cuando topemos con él. Han llegado a la loma del Muerto. Muy cerca, fueron
sorprendidos cinco días antes por una patrulla del Ejército los
expedicionarios Luis Arcos, Armando Mestre y José Ramón Martínez. En el
testimonio de Raúl:
Seguimos subiendo y bajando hasta las 2 de la madrugada, en
que completamente exhaustos de cansancio, nos acostamos al lado de un
maizal, aprovechando yerba seca que había allí, para hacer un nicho más
cómodo que los anteriores. Para provisión de agua, sólo contamos con dos
cantimploras y una botella chiquita. Las demás cantimploras de los
compañeros se perdieron en el primer encuentro-sorpresa-emboscada que nos
dieron. Creo que nos será difícil localizar a F [Fidel] pero lo lograremos. 15 de diciembre. Siguiendo su norma de caminar sólo de noche, el grupo de
Raúl deja pasar el día 15 escondido. Raúl anota durante el día: Pensábamos dormir tres horas y levantarnos a las 5, pero
resultó que eran las seis. Decidimos escondernos cerca de un bohío,
descansar y esperar que pase el día, porque es imposible caminar de día sin
correr riesgo de que nos vean, y ya de tarde meternos en el bohío, comer
algo, pedir orientaciones y seguir. Asimismo acordamos consumir los poquitos
víveres que traemos, porque el guerrillero necesita movilidad y el saco con
los pocos alimentos, pesa algo, es difícil de conducir y nos retrasa mucho,
y por aquí hay bastantes casitas campesinas. Cruzamos un camino; tuvimos que acostarnos en la yerba
mientras pasaban tres jóvenes campesinos a caballo. Subimos una ladera y
estamos en un pequeño bosquecito, rodeados por ambos lados, Norte y Sur, de
bohíos: no muy lejano, al Este, el mar, y al Norte la carretera de Pilón que
tendremos que atravesar esta noche para internarnos más en la Sierra. Hemos
evitado que nadie nos vea, por lo menos hasta la hora de partir, para mayor
seguridad. Desayunamos dos salchichas de lata y pedacitos de queso blanco y
dos cucharaditas de azúcar parda. Hay muchos mosquitos aquí que apenas nos
dejan descansar. Ulises [Efigenio] torció algunos tabaquitos con papel de
cartucho, el Flaco [René Rodríguez] está de posta al lado de un trillo y los
demás dormitan sobre las hojas secas. Desde aquí se oyen los ladridos de
perros, voces de personas y demás ruidos característicos de bohíos. Son las
9:30 a.m.
Al atardecer inician de nuevo la marcha. Raúl vuelve a
escribir en su diario: Pasamos un día aburridísimo, consumimos lo que nos quedaba
de queso con azúcar, que también se acabó, y una lata de sardina entomatada
con lo que pudimos entretener el estómago. A las seis, ya había luna, y aún
quedaba algún resplandor de la luz del sol que ya moría por el poniente.
Partimos como vanguardia Ciro y yo, mientras los demás nos seguían a cierta
distancia. Llegamos al bohío y, después de identificarnos, el señor nos
confesó que había tenido escondidos a dos compañeros nuestros, y traía unas
botas que le habían obsequiado. [...] Pero resultó que en este bohío, como
en casi todos, la miseria era espantosa, ni una vianda porque había llovido
muy poco durante el año, ni un ave, en fin, nada. Unos poquitos de frijoles
negros, que probablemente guardaron para la comida del día siguiente, ahí en
un caldero, era lo único que tenían y ofrecían. Julián Morales, el campesino que los ha atendido, conduce al
grupo hasta la tienda de Luis Cedeño. Raúl deja a éste una carta de
agradecimiento: "Dejo constancia escrita de este favor, en estos momentos
difíciles para que se tenga en cuenta en el futuro, ya que no pudimos
pagarle nada; por si nosotros morimos pueda presentarse este documento en
cualquier organismo oficial del futuro Gobierno Revolucionario." A las 9:00 de la noche abandonan el lugar para otra jornada
de marcha. Esa misma noche Fidel ha dejado esa zona para hacer el cruce de
la carretera de Pilón. Raúl concluye ese día con lo siguiente: Partimos a las 9 de la noche. A este campesino, como al de
la bodeguita y al anterior que nos tuvo escondidos, les dejé unas notas con
mi firma, exponiendo que se habían portado bien con nosotros en estos
momentos difíciles, por si nosotros moríamos dejábamos constancia de ello.
Dos campesinos nos hicieron valiosas indicaciones para llegar a la Sierra y
nos acompañaron por unos trillos unos 25 minutos. Seguimos la ruta por
trillos, y fue increíble lo que avanzamos en dos horas y media. Llegamos
hasta seis kilómetros de Pilón, y ya cuando divisamos sus luces, desde la
guardarraya de un cañaveral, nos desviamos hacia las montañas, por las que
unas veces caminábamos por trillos y otras por el bosque, hasta que de nuevo
encontrábamos otro caminito. La luna llena de estos días seguía en toda su
plenitud. Aquí termina este día, que fue el que más aprovechamos de noche. 16 de diciembre Al amanecer del día 16, el grupo de combatientes acampa en
la zona de La Manteca. Relata Raúl en su diario de campaña: Seguimos caminando de madrugada. "el Flaco" [René
Rodríguez], entusiasmado por el éxito del primer bohío, quería meterse a
todas horas en todos los bohíos. Aprovechando la luna estuvimos adelantando
hasta las 3 y 15 de la madrugada. En un descanso que hicimos en la cúspide
de una loma, el Flaco se puso a explorar y como a los 200 metros encontró
dentro de un pequeño cercado de palos, un joven campesino que se disponía a
ordeñar su única vaca. [...] Decidimos hacernos pasar por el papel de
guardias rurales. Nos invitó a tomar café y fuimos hasta su casa que estaba
a unos 200 metros más; su señora, una joven y no muy fea campesina. Nos
quedaba una lata de leche condensada y decidimos tomar café con leche bien
caliente. En lo que hace de salita, había una lata de yucas, recién sacadas,
por lo que le propuse que nos hirvieran unas cuantas, a lo que accedió
gustoso. Mientras preparaban esto, asamos dos mazorquitas de maíz que
traíamos; las primeras que comíamos así, ya que las demás nos las habíamos
comido crudas. Tomamos el café con leche y un rato después estaban las
yucas, pero como ya eran más de las 4 de la mañana, decidimos irnos y
meterlas en una latica que traíamos porque queríamos alejarnos de esas zonas
antes del amanecer: A este lugar le llaman "La Manteca". Apenas una hora después, se escuchan unos tiros. Armando
Rodríguez sale a tratar de precisar la procedencia de los disparos, y es
visto por un niño. Raúl escribe: Decidimos abandonar el lugar. Difícil tarea ésta, ya que
estábamos prácticamente rodeados de bohíos y nos podrían ver. Tuvimos que
bajar por tremendos farallones, y en forma de cadena íbamos pasándonos los
rifles y nuestra pequeña jabita, que ya lo único que contenía era un poco de
aceite, ajo, sal y un poquito de café, además del machetÍn, algunas laticas
vacías. Al fondo de la hondonada nos quedaba una casita y al tratarla de
cruzar por la ladera, nos vio una mujer desde la puerta, por lo que
decidimos llegar allí. Campesina joven, con varios hijos, el esposo estaba
trabajando en la estancia y se llama Justo. Nos confundieron aquí también
con guardias rurales. Por fin, en la tarde del propio día 16, llegan a la
carretera de Pilón. Raúl relata la agotadora y difícil marcha a través de
las montañas: Atravesamos, pero de largo para poder avanzar; una pequeña
cadena de como seis montañas. Era la única forma de adelantar de día, a un
lado y a otro teníamos bohíos, al Este la costa y el central Pilón a unas
dos leguas se veía muy bien desde nuestra altura. Había que atravesar un
claro más bajo que las intrincadas montañas y de ambos lados nos podrían
ver; entonces decidimos descansar dos horas y media y aprovecharlas para
dormir. Yo sólo pude dormir una hora pues tuve que hacer guardia. A las tres
p.m. atravesamos el claro completamente arrastrados estilo comando. Creo que
cruzamos dos montañas en esa difícil y torturadora, aunque la más segura,
manera. A las 5 y 20, después de bajar por una cañada seca y rocosa,
llegamos a la famosa, entre nosotros, carretera de Pilón a Niquero, que
aunque parece estar en buen estado, es más bien un camino vecinal. Esperamos
una hora para que oscureciera, mientras se observarían los movimientos de la
zona opuesta. En ese intervalo, estuvo cayendo una fina lloviznita. Ya
momentos antes había aparecido un bonito arco iris, que hacía tiempo no
veía; creo que en México nunca vi uno. Por fin a las seis y media, aunque
había luna llena y brillante, cruzamos. Bajamos por un pequeño barranquito,
cruzamos un río-arroyo, y nos internarnos en un cañaveral, salimos de allí y
seguimos el curso del mismo unos 250 metros, volvimos a internarnos en otro
tupidísimo y mojado cañaveral, que fue un verdadero tormento pasarlo. Como
esta "carretera" va entre montañas, no podíamos seguir de frente, hacia el
Norte, porque estaba en medio otra de estas soberanas lomitas, y subirlas,
más a esa hora dando tropiezos y enredados con bejucos, era lo que más nos
agotaba. En medio del cañaveral encontramos un claro, y ahí mismo nos
sentamos y estuvimos dos horas comiendo cañas. Seguimos la marcha por el
cañaveral, salimos a un maizal, nos comimos dos o tres mazorcas crudas, y al
subir por una cañada, nos topamos con la carretera. Sale Armando a explorar
y nos confundió, pues como este tramo era de mejor aspecto, pensó que el
anterior era un camino y esta de ahora la verdadera carretera. Y medio
confundidos e incrédulos, volvimos a pasar. Subimos una hondonada pedregosa
y debajo de unos arbolitos en un pequeño bosque nos acostamos como a las
once de la noche. Aunque teníamos la ropa algo mojada, por lo extenuados que
estábamos dormimos enseguida. Lo que ha ocurrido es que, en ese lugar, la carretera
describe una amplia Z entre las montañas. De hecho, esa noche los
combatientes han cruzado dos veces la vía, pero no la han dejado atrás. 17 de diciembre El grupo de Raúl decide pasar el día casi junto a la
carretera, en un lugar bien cubierto. Esta es su crónica: Nos despertamos como a las 7 a.m. Todos dormimos las ocho
horas. Teníamos el cuerpo descansado, los estómagos vacíos y protestando, y
no había más remedio que esperar. Esperamos que saliera bien el sol para
orientarnos y cuando lo analizamos comprobamos que habíamos vuelto a cruzar
la carretera para atrás. En vista de la situación decidimos pasarla de día.
Se sentía bastante tráfico; el natural de un central apartado en tiempo
muerto. Eran las 9 y 30 de la mañana. Subimos una loma bastante parecida en
altura a las demás; antes recogimos algunas mazorcas de maíz que comimos
crudas. Llegamos al copito y decidimos pasar el día aquí. Estábamos al Iado
de la carretera. Pilón ya nos quedaba a la derecha. [...] Por el medio día,
Ulises [Efigenio], "el mago del caldero", como le puse, preparó maíz crudo y
tierno con un mojito de ajo, aceite y unos ajíes que nos encontramos. El
sazón estaba muy sabroso y, aunque crudo, nos gustó mucho, también se le
echaron algunos frijoles colorados tiernos que Ulises había recogido. Todo
esto crudo y en una dosis muy pequeña: tres cucharadas por cabeza. Tenemos
la esperanza de comer ahora algo caliente. Por el día dormíamos algo y a
veces nos aburrimos mucho. Cuando más me entretengo es escribiendo este
diario, pero tengo muy poco papel y tengo que ser muy escueto. Poco después de las 6:00 de la tarde, cruzan por tercera vez
la carretera y llegan a la casa de Santiago Guerra. Raúl refiere así el
encuentro en su diario de campaña: Partimos oscureciendo, como siempre, y por obra del destino
fuimos a dar a un humildísimo bohío, que por las indicaciones que nos dio su
dueño, tuvo importancia decisiva en nuestras vidas del momento. [...]
Ingerimos el alimento bastante caliente y en forma desesperada por el hambre
que traíamos. Nos llenamos de tal forma que después no podíamos caminar y
decidimos descansar 45 minutos mientras conversábamos tirados a la orilla
del bohío, enfocando con el campesino temas como la reforma agraria y la
explotación de que son víctimas por la compañía. Terminado el tiempo
señalado, partimos por el mejor camino que jamás habíamos utilizado, ya que
nuestro amigo se brindó a servirnos de práctico y adelantarnos un poco,
tarea que hizo con su pequeño hijo, que tenía once años, el mayor de la
familia y era su compañero de trabajo. Después nos indicó el camino a seguir, "de siempre a la
izquierda", y escogimos ese camino porque nos aseguró que no había guardias.
Conversando sobre la mejor ruta para ir a la Sierra, él nos recomendó el "Purial"
donde vivían inclusive sus padres y era zona que él conocía. Después de recibir indicaciones precisas acerca del camino
que deben seguir, los combatientes emprenden la marcha. Raúl narra: Avanzamos por el camino entre cañas, cuando calculamos que
éstas se estaban acabando, hicimos un alto y estuvimos comiendo caña sin
parar nada menos que hora y media. Tuvimos cerca de las dos de la madrugada
que hacer un alto para que "el Flaco" [René Rodríguez] descansara media hora
pues tenía fatiga. Pero cuando divisa un bohío, es el que más gestiones hace
para llegar al mismo. Tuvimos varias veces, que pasándonos por campesinos,
tocar en los bohíos y preguntar si íbamos bien encaminados hacia el Purial,
en muchas casas no nos contestaban temerosos probablemente, a gente
maleante. Eran tantos los caminos que nos cruzaban, que por fin nos
perdimos: también para suerte nuestra. A las 4:30 de la madrugada del día 18, después de más de 20
kilómetros de marcha, el grupo se asoma sobre la lechería de una finca
cercana al Purial. 18 de diciembre Los cinco combatientes del grupo de Raúl bajan por una falda
hacia una pequeña vaquería. Juan Rodríguez, empleado de la finca, está
ordeñando y les brinda leche, tibia todavía. Cuenta Raúl: Inmediatamente comprobamos que el ordeñador era sordo y al
darnos cuenta de que nos confundió con guardias rurales nosotros seguimos
fingiendo. Nos tomamos tres galones de leche cruda y acabada de salir de las
ubres de las vacas. No conforme con eso llené mi cantimplora. Se acercan a la casa y llaman a la puerta. Sale Hermes
Cardero, el dueño de la finca. Después de identificarse Raúl con su licencia
de conducción, Hermes le plantea que deben quedarse esperando en la casa,
pues hay noticias de que otros revolucionarios están cerca. Raúl accede,
pero opta por acampar en algún lugar protegido desde el cual puedan batirse
sin estorbo y retirarse en caso necesario. Cardero parte a avisar a Mongo
Pérez y lleva consigo la cartera de Raúl. Sigue narrando Raúl: En asunto de alimentos y de noticias era nuestro día más
felíz. Además del desayuno de nosotros, leche cruda, después de estar en el
cafetalito nos llevaron café con leche caliente y tostones [...]. Al
mediodía un suculento almuerzo, hasta arroz con pollo, café, cigarros,
viandas. Por la noche salimos del cafetal, nos acerca mos a la casa de
nuestro amigo, y debajo de unos árboles nos trajeron la más suculenta comida
de la época: arroz con garbanzos, fricasé de cerdo, viandas, café, leche y
peras en lata de postre. Fue un error porque al día siguiente nos
sentiríamos mal, con descomposición de estómago. Hasta ahora había llevado
un registro exacto de nuestras comidas, para ver cuánto se puede vivir en
esas circunstancias. Desde ahora, como más o menos comeremos bien o regular;
no tiene objetivo anotar los alimentos diariamente. Al mediodía, llega Primitivo Pérez. Comienza a conversar y a
interrogar a Raúl, según las instrucciones que ha recibido de Fidel. Cuando
el combatiente le recita los nombres y apodos de los extranjeros de la
expedición, la recia cara de Primitivo se parte en una ancha sonrisa. —Bueno, pues déjeme decirle que Fidel está aquí, cerca de
ustedes. El campesino informa que a la noche los vendrá a buscar para
llevarlos adonde está Fidel. Raúl recuerda el encuentro en estos términos: Por fin, a la luz de la luna, aparecieron algunos campesinos
y como a las 9.00 p.m. enfilamos precedidos por ellos cuatro. No caminamos
mucho cuando se detuvo la vanguardia y emitió unos cuantos silbidos que
contestaron a varios metros. Llegamos, y a la orilla de un cañaveral nos
esperaban tres compañeros. Alex [Fidel], Fausto [Faustino] y Universo.
Abrazos, interrogaciones y todas las cosas características de casos como
estos. A Alex le alegró mucho que tuviéramos las armas. Nada más. Es suficiente. |