Tan solo un mes le llevó al grabador escribir la primera parte de
esta obra que la editorial Letras Cubanas reedita a unos años de su
muerte, ocurrida en el 2004, a los 88 años de edad.
La Idea del dibujo, el capítulo inicial, se publicó en 1961.
La segunda parte, Nueva idea sobre el dibujo, tomó cuerpo un
año después. Pero no es hasta 1964 que el libro aparece como texto
completo.
Sin embargo, lo que hace hoy seductora la lectura, relectura de
El dibujo, es la férrea convicción del autor acerca del arte
de dibujar, como origen y fundamento del arte del color. El libro no
oculta su objetivo de reivindicar tal categoría como independiente
de la esfera del arte, separándola de la pintura. Un manual
iconoclasta este, al que fácil se le ad-vierte la intención del
ingenio, como para que no perdamos de vista al hombre de letras,
periodista, crítico y narrador que también fue López-Nussa.
En El dibujo pueden encontrarse aseveraciones de esta
naturaleza:
"Encuentro cada vez más que el dibujo nada tiene que ver con la
pintura, aunque con pintura también se puede dibujar y con dibujo se
puede pintar. Son marido y mujer. Cada uno tiene su propia vida, sus
pensamientos propios. Diariamente se acuestan juntos, pero con
frecuencia están separados. ¿Quién posee a quién? El marido a la
mujer, claro."
Leonel López-Nussa, pintor y grabador, trabajó en París, Londres,
Nueva York, México y La Habana. El acercamiento a las obras de
Picasso y Matisse influyó en la suya como en la de tantos otros
artistas de la época. Su defensa apasionada del dibujo quizás tenga
su asiento en esas relaciones de afinidad con aquellas maneras de
ver y crear. El "lanzarse" contra la pintura, con enfáticas frases
que parecen a veces desplantes juveniles, pudiera explicarse en su
negativa a aceptar que algunas escuelas ignorasen la trascendencia
que él le atribuía al dibujo.
El autor recuerda al dibujo como lo mejor de la escuela
bizantina, los primitivos, el arte negro, el japonés, el chino... "Picasso,
¿no es dibujo?", sentencia.
En Nueva idea sobre el dibujo, la segunda parte del libro,
ya anticipa que mucho de lo que allí aparece son ideas
extravagantes, incluso ingenuas, pero asegura que las escribe por
una razón que aún vale: "Por cada 100 exposiciones de pintura, se
hace una de dibujo. Y de cada 100 visitantes a las primeras, va uno
a la segunda)".
Y entonces vuelve sobre el dibujo y la pintura con una prosa más
extendida que supera cualquier apunte o viñeta sobre ambas artes.
Retoma el motivo para crear literatura, contar experiencias y
filosofar acerca de los sueños, la pedagogía, el purismo, la
abstracción, lo fortuito, la disciplina, la armonía, la técnica, el
tiempo, la inspiración y el deslumbramiento... O de lo que piensa
acerca de los mejores dibujos de Orozco o sobre los de Unamuno,
vivos en esa perspectiva trágica de la existencia que era la
literatura del escritor español.
El libro incluye más de 30 ilustraciones, desde momentos del
dibujo prehistórico, pasando, entre otros, por Leonardo, El Bosco,
Alberto Durero, Brueghel, Goya, Blake, Delacroix, Degas, Mondrián,
Cézanne, Matisse, Dufy, Picasso y Dalí, hasta los cubanos Lam,
Roberto Diago, Portocarrero, Amelia Peláez, Servando Cabrera, Fayad
Jamís y Pedro de Oraá.
Finaliza con la sección Ideas de otros sobre el dibujo y las
ilustraciones. De manera que la balanza hace equilibrio entre
sus juicios y la de conocidos artistas y escritores que le ayudaron
a encontrar estímulos para concebir un ideario estético, que a medio
siglo de haberse publicado por primera vez seguirá desconcertando.