El malecón de Barnet

Marilyn Bobes

Después de algunos años sin publicar prosa, el escritor cubano Miguel Barnet nos entrega un libro donde reúne tres de sus más recientes relatos y un conjunto de poemas de tema amoroso compilados por la editora Bertha Hernández.

Se trata del volumen En el muro del Malecón, publicado por Edi-cio-nes Cubanas a la que habría que imputar los descuidos ortográficos que se advierten en el libro, que debió ser mejor revisado.

Conocido por sus novelas y poemas, Barnet nos demuestra ahora sus virtudes en el manejo de la narración breve que ya habían sido reconocidas cuando su Fátima o el parque de la Fraternidad obtuvo el Premio Juan Rulfo otorgado por Radio Francia Internacional.

Por supuesto que este cuento, en el que se inspira el director Jorge Perugorría, es el plato fuerte del cuaderno, aun cuando los otros dos no desmerecen el excelente oficio de un autor que maneja con eficacia esa primera persona con su consecuente carga de verosimilitud y complicidad con los lectores.

Carece de importancia si los textos titulados Miosvatis o El Moro sur-gen de alguna experiencia personal del escritor, pero resulta innegable que quien es entre nosotros reconocido como un novelista testimonial ha sabido reflejar en sus páginas ese mundo periférico en que La Habana, poblada de personajes que viven en cierto modo al margen, se transforma en protagonista por la omnisciente presencia de una picaresca dolorosa a la que el narrador personaje se acerca con los prejuicios de quien se siente a salvo, excepción he-cha de Fátima, donde la voz conductora se funde en el monólogo de la misma manera que ocurre en otros textos de Barnet como su in-mortal Cimarrón o su excelente Canción de Rachel.

Miosvatis, escrito hace ya muchos años, cuando el fenómeno del jineterismo comenzaba a proliferar en Cuba, nos muestra una a veces incómoda distancia entre el narrador, acostumbrado a la belleza aséptica de un Zurich o un París en-cantadores y consumistas, y la sordidez de ciertas zonas de la capital de su Isla donde descubre un mundo que le es ajeno y repulsivo: el mundo en el que habita aquella mujer que había despertado su curiosidad a través de la mirada de un amigo extranjero.

Más críptico pero también más descarnado es El Moro, un breve relato donde homosexualidad y prostitución constituyen contrapunto y eje central.

No ocurre en este último lo que en Fátima, donde es posible la identificación del autor con un personaje más humano y trabajado, aun cuando, como en El Moro, también el comercio sexual es abordado con el mayor realismo.

Fátima y El Moro se diferencian porque el narrador ha querido crear con la primera un entendimiento y con el segundo una imposibilidad, la del narrador protagonista en su pretensión de crear lazos de afecto con un ser que más que un marginado es un antisocial, un delincuente en el que no se deja traslucir ni un ápice de compasión o de humanidad.

En cuanto a los poemas que completan a manera de coda En el muro del Malecón, poco habría que agregar puesto que se trata de textos ya conocidos de Barnet, cuya profusidad en el dominio de la lírica es por todos reconocida.

De cualquier manera, En el muro del Malecón es un libro para tener y conservar como todos los de Miguel Barnet.

En él hallamos la prosa siempre límpida, precisa y sintética que ha hecho de él un escritor notable, fiel a sus búsquedas aun cuando en esta ocasión haya transgredido su vocación épica para bucear en un mundo que convive con los de sus libros anteriores y al que él parecía un tanto indiferente.

 

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