El compositor costarricense es, sin lugar a dudas, uno de los
principales protagonistas de la vida musical en su país; percepción
compartida por el público cubano que en tiempos recientes ha podido
apreciar parte de su obra en diversos eventos y conocer su manejo de
los recursos estéticos que marcan el desarrollo de la música
contemporánea.
En el caso del Concierto no. 1 Iniciático, estrenado en La
Habana el último domingo, tales recursos van más allá de un
ejercicio de solvencia constructiva.
No se trata solamente de un despliegue de soluciones armónicas
caracterizadas por el cromatismo, ni de una exhibición del dominio
de las posibilidades polirrítmicas del diálogo entre el solista y la
masa instrumental, sino de una opción conceptual y una convicción
identitaria.
La exuberancia del discurso, más afín al espíritu de Heitor
Villa-Lobos que a los patrones euroccidentales que determinaron la
evolución de esta forma concertante en el siglo XX, se aviene con la
necesidad de revelar realidades sonoras que nos son cercanas: esa
vocación por nombrar las cosas que deben ser nombradas, de reafirmar
la sustancia mítica de los descubrimientos cotidianos, de parecernos
a nosotros.
Por si hubiera alguna duda acerca de la esencia calibanesca de la
obra, Camacho introduce dos recitantes en el tercer movimiento (en
la audición habanera el maestro Roberto Valera con su extraordinaria
proyección vocal, y él mismo) para que digan las deslumbrantes
imágenes escritas por el formidable poeta caribeño Derek Walcott en
su fresco épico Omeros.
La intensidad y la complejidad de la propuesta encarnaron en la
interpretación de Leonardo Gell y la Orquesta Sinfónica Nacional,
dirigida por el maestro Enrique Pérez Mesa.
Gell se ha destacado por la pasión con que descifra y comunica
los códigos de los autores de nuestra época y, de modo muy
particular, la obra de Camacho.
El programa de la entrega dominical se completó con la ejecución
de la Sinfonía simple op. 4, del inglés Benjamin
Britten, a la cual Pérez Mesa le sacó partido al lograr fluidez y
ajustado empaste en las cuerdas.
Esta obra de juventud, escrita en 1934 sin otra pretensión que
recrear instrumentalmente algunas de las piezas para piano que
compuso en sus días de iniciación, mantiene su frescura. El segundo
movimiento, en pizzicato, ha devenido una de sus más
populares creaciones.
Al escuchar ahora la sinfonía, vino a nuestra memoria un elemento
histórico. Si la agenda internacional de este 2013 privilegia las
conmemoraciones en torno a Verdi y Wagner, también debe abrir
espacio a Britten, al celebrarse el centenario de su nacimiento en
Aldeburgh.
No estaría mal que nuestras orquestas sinfónicas lo recordaran
con la interpretación, ante escolares, de su Guía orquestal para
la juventud, hermosa obra didáctica dedicada a los niños y
jóvenes.