Puede verse que al cabo de treinta años los inversionistas
norteamericanos siguieron viendo a Cuba como simple base para la
obtención de azúcar barato, fácil de transportar y a precios
convenientes, sobre todo en los momentos de tensiones bélicas.
Durante los años de la Segunda Guerra Mundial, y aprovechando la
transitoria mejoría de las condiciones azucareras, los imperialistas
norteamericanos traspasaron a manos cubanas algunas unidades
azucareras —las más viejas e ineficientes— y mantuvieron sólo las
mayores y eficientes, capaces en un momento dado de producir una
zafra grande.
El incremento en las inversiones industriales no azucareras es a
todas luces ridículo si se le compara con el crecimiento de la
población y de la economía cubanas de los años 30.
En el auge de la postguerra y el que surgió con el ataque a
Corea, algunas empresas norteamericanas crearon subsidiarias en la
producción de neumáticos y gomas o controlaron, como la "Procter and
Gamble" y la "Palmolive", la fabricación de perfumes, jabones y
detergentes, etcétera. Pero no emprendieron ningún plan de
industrialización en escala apreciable. La razón alegada, según el
libro Investment in Cuba —destinado, como otros similares
sobre México, Colombia, Perú, etc., a explicarles a los
inversionistas potenciales de Estados Unidos las posibilidades de
inversión en la América Latina— resumía la renuencia de los
inversionistas a desarrollar proyectos en la industria cubana con
estas palabras: "Hasta hace poco las condiciones para esa
inversión no han sido muy favorables". Y anunciaba que en la
siguiente década se preparaban inversiones norteamericanas por un
valor de 205 millones de pesos en energía eléctrica, refinación de
petróleo, minería y manufactura.2
Por lo visto, los imperialistas norteamericanos creyeron que la
presencia de Batista y su política antinacional y antiobrera
garantizaría "las condiciones favorables" que en los años anteriores
habían echado de menos.
La única variación significativa en este panorama había ocurrido
precisamente para agravarlo. Pocos años antes de la caída de
Batista, grandes ganaderos norteamericanos asociados al "King Ranch"
de Texas, comenzaron a ver en nuestra poco aprovechada tierra de
pastos una posibilidad de explotación. Surgió así un proyecto que la
Revolución cortó a tiempo pero que habría reafirmado, en la crianza
de bovinos, la concepción extensiva de la agricultura que se nos
había impuesto a través del latifundio cañero.
En lo que se refiere al desarrollo mediante el empleo de los
recursos nacionales, el período de la postguerra y en particular la
etapa batistiana se caracterizaron por el empleo de los recursos
financieros en forma que condujo al fomento de inversiones que lejos
de contribuir al verdadero desarrollo de nuestra economía se
tradujeron en presiones inflacionarias de las que se derivó —por la
vía de las importaciones— la pérdida de todos los recursos en
divisas acumulados como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial y
de las alternativas favorables para el azúcar surgidas durante el
ataque imperialista a Corea. A la vez surgió, con una fuerza que
hacía lucir angelicales a los viejos políticos del pasado, el
capitalismo burocrático, constituido mediante el robo directo y la
especulación aventurera por los políticos gobernantes y sus
asociados.
A fin de comprender mejor la situación que heredaba la Revolución
el Primero de Enero de 1959, es conveniente resumir las alternativas
económicas principales del período que la precedió inmediatamente.
El Gobierno de Prío disfrutó en los años 1950 y 1951 un período
de breve prosperidad que, como dijéramos, derivó de la agresión
imperialista a Corea. El peligro de guerra ocasionó, como siempre,
una demanda extraordinaria de azúcar para los contingentes de
reserva. La producción de azúcar pasa a ser de 5,4 millones en 1950
a 5,6 en 1951. Ese incremento fue acompañado de un aumento en los
precios del mercado mundial. En junio y agosto de 1950 el precio se
elevó a 4,21 centavos y 5,83 centavos por libra inglesa,
determinando un promedio mundial de 4,98 centavos.
En 1951 el precio ascendió a 5,68 centavos, mayor que el de 5,07
centavos al que se vendieron nuestros azúcares en el mercado de
Estados Unidos. Esto determinó que el valor de la producción
azucarera (incluidas las mieles) fuera de 630 millones en 1950 y y
llegara a 730 en 1951. En junio de 1951 en el llamado mercado
mundial el azúcar obtiene su precio máximo: 7,41 centavos.
En 1952, sin embargo, se produce una situación totalmente
anormal. En una torpe política, el Gobierno de Prío lleva la
producción azucarera a los 7,156 millones de toneladas, determinando
así un colapso del mercado internacional de azúcar ante la presencia
de enormes excedentes que la liquidación del proceso militar de
Corea hacen innecesarios. Ya en diciembre de 1951 el precio había
bajado hasta 4,84 centavos, y en diciembre de 1952 descendió a 3,83
centavos.
La situación hizo indispensable extraer de los mercados
internacionales el excedente calculado de 1 millón 750 mil toneladas
largas españolas, que fue financiado a los productores por los
bancos comerciales —con el respaldo del Banco Nacional— a un precio
de pignoración de 3,08 centavos la libra, estableciéndose que los
excedentes serían colocados en la cuota norteamericana del próximo
quinquenio en partes anuales de 350 mil toneladas.
De este modo se producía en la economía nacional una
contradicción evidente. Mientras la producción de la zafra azucarera
más alta en toda la historia cubana incrementaba los ingresos de los
trabajadores y colonos, las exportaciones cubanas disminuían
respecto a 1951 y 1950, ascendiendo a sólo 4,86 millones. El
descenso de precios originaba también que el valor de la zafra de
1952, pese a ser 1 millón 400 mil toneladas mayor que la de 1951,
determinara ingresos para los empresarios productores de sólo 717,9
millones, cuando la de 1951 les había significado 730,2 millones.
Comenzó así una declinación azucarera que continuaría en los
siguientes años. Las siguientes zafras serían de 5 millones en 1953,
4,7 en 1954, 4,4 en 1955 y 4,6 en 1956. A su vez, los precios
promedios de las exportaciones bajaron a 4,11 centavos en 1953; 3,99
centavos en 1954 y 3,95 centavos en 1955, lo que determinó que el
valor de las zafras descendiera a 498,7 millones en 1953; 464,3 en
1954; 447,9 en 1955 y 494,9 en 1956.
Ese descenso de la variable principal de la economía cubana
habría determinado una contracción de los ingresos populares que sin
llegar a los límites catastróficos de 1930 a 1933 podría haber
producido, junto al fenómeno permanente del desempleo en masa, una
situación política aún más explosiva que la suscitada por la
actuación de la tiranía batistiana. Para evitarlo concurrieron no
sólo las limitadas inversiones norteamericanas que la presencia de
Batista había provocado, sino también la política que recogiendo las
aportaciones keynesianas y postkeynesianas (la política de "gasto
compensatorio"), pusieron en práctica bajo la dirección de Joaquín
Martínez Sáenz los consejeros financieros de la tiranía.
El Banco Nacional se dedica a la expansión del crédito interno,
aumentando los redescuentos y anticipos que otorgó a la banca
privada. A la vez, incrementó sus inversiones en valores del Estado,
elevándolas hasta 36,5 millones en 1952. Asimismo, la Tesorería crea
dinero en ese propio año por la suma de 43,5 millones de pesos.
Todo esto sirvió a los empresarios cubanos para dedicarse a una
política de inversión fácil y barata. El proceso se muestra hasta en
las actividades agrícolas. Aumentan las producciones de café, arroz
y tabaco en rama, de tal modo que la producción agrícola no cañera
se incrementa en 19,9 millones en 1953 con respecto a 1952, asciende
a 37,4 millones más en 1954 y sube en otros 47,8 millones en 1955.
3
Las edificaciones van asimismo experimentando incrementos que
constituyen saltos considerables respecto a 1950. Los estimados de
edificaciones hechas por el Banco Nacional para el período son:
1950 |
62,7 |
1951 |
76,2 |
1952 |
68,5 |
1953 |
70,5 |
1954 |
91,7 |
1955 |
83,3 |
1956 |
94,9 |
1957 |
99,9 |
También la producción manufacturada, principalmente la dedicada
al consumo corriente, experimentó un aumento del 21 % entre 1953 y
1957. Si se compara con el año 1950, el aumento fue del 28,7 %.
A la vez, el consumo de electricidad y gas había aumentado en un
47,5 % entre 1953 y 1957, y prácticamente el 100 % entre 1950 y
1957. Esa cifra del consumo de energía servía al mismo tiempo como
dato valioso para entender el contenido del crecimiento aparente de
la economía cubana durante estos años. Según la confesión de los
organismos oficiales, el incremento en el consumo eléctrico se debió
principalmente a la extensión del consumo privado y sólo en pequeña
parte a la instalación de nuevas capacidades industriales. Se pone
así de relieve la naturaleza inflacionaria del crecimiento que
tendremos oportunidad de sustanciar aún más.
Por razones distintas, crecieron también la producción minera y
las exportaciones de minerales. La causa principal del crecimiento
fue el desarrollo acelerado de la producción del níquel a partir de
1952 y por las crecientes necesidades de ese mineral, que
determinaron a inversionistas norteamericanos a reactivar la
producción de Nicaro e instalar la moderna planta de Moa, con una
inversión superior a 120 millones de dólares. También hubo
incremento en la producción de cobre y manganeso. En el conjunto las
exportaciones cubanas de minerales pasaron de 12,5 millones en 1950
a 49,6 millones en 1957.
Esos aumentos en la producción agrícola, industrial y de
edificaciones lejos de constituir el resultado de un crecimiento
orgánico y natural de la economía cubana fueron por el contrario la
resultante de una deliberada política expansionista el objetivo de
la cual era doble: de una parte promover gastos en salarios y
sueldos que mitigaran los desastrosos efectos de la caída en la
producción azucarera y de la otra crear márgenes ilícitos que
permitieran a los gobernantes y sus socios de la burguesía
empresarial un enriquecimiento fácil y rápido.
El instrumento utilizado para ello fue —sarcásticamente— el Banco
Nacional, propugnado durante décadas por la burguesía cubana y los
sectores más progresistas del país como una de las palancas para el
sólido desarrollo de la economía y para echar las bases de nuestra
independencia y que, de modo paradójico, venía a ser utilizado en
forma del todo opuesta.
El Banco Nacional, en efecto, utilizando como hemos dicho antes
el redescuento inmediato y fácil de los créditos que otorgaba a los
"empresarios" la banca privada, estimuló esa política expansionista.
Pero además el Gobierno imprimió la misma actividad a los organismos
paraestatales de crédito que ya existían o que creó específicamente
con ese objetivo (BANDES, Nacional Financiero, Fondo de Hipotecas
Aseguradas, Banco del Comercio Exterior). Los préstamos bancarios
privados pasaron de los 356 millones anuales en 1951 a 452 en 1955,
y llegaron a ser en 1958 de 566 millones.
Si en el año 1951 la banca privada sólo prestaba el 59,5 % de sus
depósitos, ya en 1955 había llegado a utilizar el 74,2 %, es decir
prácticamente su máxima capacidad legal, fijada en el 75 % de los
depósitos.
Más importante si cabe, en el volumen de esta política
expansionista, fue la contribución del Estado mismo a través del
gasto público dirigido fundamentalmente a obras improductivas que
tenían el doble fin ya anunciado de crear empleos y proporcionar
ganancias ilícitas, permitiéndole además al Gobierno ufanarse de la
táctica política "constructiva" con que han encubierto su
enriquecimiento y sus crímenes los más notorios tiranos de la
América Latina.
El gasto público, cubierto mediante déficits presupuestarios y
empréstitos financiados no por la población sino por el Banco
Nacional, creció en 40 millones entre 1951 y 1953, llegando la
diferencia a 80 millones en 1955, para alcanzar una diferencia
superior a los 150 millones en 1957, año en que el gasto público
corriente fue de 370 millones de pesos y los pagos realizados por
inversionistas públicos con cargo a empréstitos de 138,4 millones.
Esa política expansionista tuvo resultados parciales en cuanto a
uno de sus propósitos y cumplió plenamente el otro. En efecto, los
personeros de la tiranía y sus socios en el aparato económico
nacional extrajeron en cortos años enormes beneficios, la mayor
parte de los cuales fueron previsoramente transferidos al
extranjero. También el incremento de empleo en construcciones
públicas, edificaciones, inversiones y limitada expansión
industrial, unido a la burocratización masiva del aparato estatal,
mitigó, sin eliminarlos, los efectos de la contracción azucarera. En
1955 calculamos 4 que esa política compensatoria cubrió el 53
% de la caída del ingreso azucarero con respecto a 1951.
Esa táctica económica del Gobierno impidió que estos años se
convirtieran en un período crítico para el conjunto de la economía
nacional. Además, la existencia de la cuota azucarera norteamericana
con precios entre 5,42 centavos por libra (1953) y 4,99 centavos
(1955) para exportaciones promedio de 2,4 millones de toneladas,
impidió que la caída llegara a los niveles desastrosos de 1930 a
1933. Ni los empleados públicos ni los obreros industriales no
azucareros sintieron las consecuencias de la brusca contracción
económica.
Otra fue sin embargo la situación de los obreros azucareros
agrícolas e industriales y de los colonos de caña. Si los salarios
pagados al sector azucarero habían sido de 338,4 millones en 1951,
cayeron en 1955 a los 200 millones. Del mismo modo, los ingresos
totales de los colonos descendieron de 329 millones en 1951 a 204 en
1955.
Esto determinó además las conocidas consecuencias del desempleo
estacional, pues la zafra se redujo de 93 días en 1951 a 68 en 1955,
y los crecimientos limitados en la agricultura (arroz, café) no
añadían empleos a más del 10 % de la mano de obra agrícola, por lo
cual la miseria en el campo fue durante estos años ostensible.
Esa situación en el interior del país se reforzaba por el hecho
de que la política inversionista en edificaciones y promoción
industrial se concentraba principalmente en La Habana, por lo que
los efectos expansionistas hacia los trabajadores del resto del país
eran menores. Así, mientras las edificaciones en La Habana
aumentaban en 12 millones en 1953, en 9 millones más en 1954 y eran
en 1955, 16 millones más que en 1952, se mantenían a un nivel
estacionario en el resto del país. El conjunto de los salarios en
las provincias de Matanzas, Las Villas, Camagüey y Oriente descendía
asimismo en 1955, para aumentar más de 15 millones en la provincia
de La Habana.
El efecto más lesivo para la economía nacional de toda la
irresponsable política de la tiranía batistiana y su predecesor fue
el resultado de la misma en lo que concierne a las reservas de
divisas y su dispendio criminal.
Las características de la economía cubana que ya hemos analizado
conducía inexorablemente a que la expansión de los ingresos
personales no acompañada por un crecimiento simultáneo de la
producción nacional para el consumo —puesto que, según viéramos, la
producción industrial cubana apenas satisfacía una parte mínima de
la necesidad en productos duraderos y bienes manufacturados de
consumo corriente— produjera de una parte la inflación de los
precios internos y de la otra disparase aceleradamente el mecanismo
de la llamada propensión a importar.
Los defensores de la política económica de la tiranía explicaban
ese fenómeno echando mano de la propensión a consumir del pueblo
cubano de acuerdo con la habitual terminología keynesiana. Ya
entonces replicábamos explicando cómo esa "elevada propensión a
consumir" no era, como se quería hacer aparecer, índice de
prosperidad sino manifestación del retraso económico, pues
significaba que el nivel económico de la población era demasiado
bajo, "que sus ingresos corrientes son insuficientes, que todo lo
que recibe lo necesita para el consumo corriente, que no puede
ahorrar". 5 Y añadíamos que la propensión a consumir era más
alta en los países más retrasados y en los sectores sociales más
explotados, los cuales no consumían más sino "una proporción mayor
de sus ingresos que los países más desarrollados y las capas
sociales privilegiadas". Ese aumento del consumo se reflejó en los
incrementos de precios pero sobre todo en el aumento de las
importaciones de bienes de consumo.
Cuba había venido teniendo en la mayor parte de sus cincuenta
años del siglo una balanza comercial altamente favorable, unida a un
balance de pagos negativo.
El intercambio comercial favorable surgía precisamente del
comercio que desarrollábamos con el resto de los países del mundo,
pues mientras nuestras relaciones comerciales con Estados Unidos
producía, por ejemplo, déficit de 53,9 millones en 1948 y 74,8 en
1951, en esos mismos años el comercio con el resto de los países nos
dejaban saldos favorables de 137 y 200,7 millones, respectivamente.
La caída de los precios azucareros en el mercado mundial durante
el período que examinamos determinaba que se redujeran los ingresos
por exportaciones de azúcar en aquellos países, mientras que el
aumento de la demanda de productos industriales que generaba la
política inflacionaria de la tiranía incrementaba nuestras
exportaciones de los Estados Unidos.
De este modo, el balance de pagos negativo fue ascendiendo de 15
millones en 1952, a 83,6 millones en 1954, 111 millones en 1955,
75,8 millones en 1956 y 126 millones en 1957.
La tiranía malbarataba así en sus siete años de imposición las
reservas monetarias internacionales de Cuba, perdiendo 513,3
millones y encontrando la Revolución el Primero de Enero sólo una
reserva neta de 84,4 millones. A la vez, los déficits presupuestales
y el financiamiento deficitario incrementaban la deuda pública de
Cuba, haciéndole ascender a 788,1 millones de pesos.
En ese saldo final, el año económico de 1957, que pudo ser
utilizado mediante una política previsora para remediar los
desajustes originados por la precedente contracción azucarera,
sirvió por lo contrario para aumentar los efectos expansionistas
hasta conducirlos al resultado final que acabamos de consignar. En
ese año el precio del azúcar en el mercado mundial se elevó a 5,16
centavos, a la vez que el precio del mercado norteamericano se
mantenía estable. La producción pudo aumentarse en casi 1 millón de
toneladas, pasando a los 5,5 millones, y el valor de la zafra
aumentó en 200 millones de pesos; pero, lejos de reducir el gasto
público, el Gobierno lo mantuvo prácticamente a los niveles de 1956
o sea casi 200 millones más que en 1951, mientras que las
inversiones privadas aumentaban en 127 millones respecto al año
anterior.
En su conjunto, el ingreso nacional se elevaba, por la
concurrencia de factores reales y factores expansionistas, a 2 835
millones, o sea 442,6 millones más que en 1951. Ese crecimiento
quedaba reflejado en la correspondiente balanza de pagos negativa
que aumentó también durante 1957.
Cuando se examina el complejo económico cubano de 1950 y 1959 se
advierte con toda claridad que tras el espejismo de un crecimiento
económico que se manifiesta en las cifras del ingreso nacional, que
no sin oscilaciones anuales se eleva de 1 610 millones en 1950 a 2
320,5 en 1957, se encubre una política ajena por completo a los
fines del desarrollo y dirigida a expansionar los ingresos
personales a costa de la deuda pública y de las reservas financieras
internacionales del país.
La capacidad industrial instalada creció sin duda durante ese
período, pero salvo las inversiones directas realizadas por el
capital financiero norteamericano a que antes nos referimos, la
mayor parte de las inversiones emprendidas en esos años tuvieron un
carácter especulativo y buscaban sobre todo el enriquecimiento fácil
de los gobernantes y sus socios industriales.
El método era tan simple como cínico. Las organizaciones
paraestatales de financiamiento ya mencionadas facilitaban préstamos
cuantiosos con destino a supuestos planes industriales. Con los
fondos estatales los "inversionistas" adquirían maquinaria de uso o
ineficiente, que llevaban a los libros con evaluaciones exageradas,
realizando operaciones lucrativas por algunos millones de pesos. Lo
que menos importaba era el funcionamiento de la empresa misma, pues
una vez puestas en marcha las instalaciones los empresarios no se
preocupaban por los balances anuales negativos derivados de la
ineficiencia, pues en definitiva si el Estado se incautaba la
empresa el verdadero negocio se había realizado ya en la propia
operación inversionista, de la cual se deducían los márgenes
exigidos por los funcionarios que amparaban el ilícito negocio.
En otros casos —como en el típico de la Rayonera de Matanzas— el
proyecto era lucrativo a corto plazo y el plan consistía en venderle
al Estado las instalaciones una vez que el período de explotación
provechosa hubiere transcurrido.
Por ello, el supuesto crecimiento industrial de estos años era en
gran parte ficticio y en definitiva la Revolución tendría que
hacerse cargo de los problemas de desajuste funcional y de
desproporciones creados por esta política aventurera y que
trasladaría a la Revolución nuevas dificultades.
De aquí que el panorama nacional, al tomar el poder las fuerzas
revolucionarias en 1959, pudiera ser definido por los siguientes
rasgos:
1ro. Completa dependencia del imperialismo norteamericano, que
controlaba la industria exportadora fundamental (1 millón 200 mil
hectáreas de tierra incluyendo, según confesión propia, el 25% de
las mejores tierras agrícolas), la energía eléctrica, parte de la
industria lechera, el abastecimiento de combustible y, en medida
importante, el crédito bancario.
2do. Una estructura económica predominantemente agrícola, pues la
más importante industria, el azúcar, era una producción primaria de
base agrícola y el resto de la industria representaba un volumen
poco significativo, aunque fuere en cierta medida superior al de los
países subdesarrollados de Asia, África y cierto número en la
América Latina.
3ro. Una economía agrícola extensiva, latifundiaria tanto en las
propiedades de las compañías extranjeras como en las de una minoría
opulenta cubana, con 114 grandes propietarios en el control del 20 %
de las tierras, mientras una enorme masa campesina sin créditos, con
precios ruinosos y agobiada por los intermediarios vivía un proceso
alternativo de miseria absoluta y miseria atenuada durante casi
medio siglo.
4to. Un desempleo y subempleo permanentes y masivos en proporción
muy superior al de otros países de la América Latina, llegando a más
del 25 % de la fuerza de trabajo, con más de 600 mil desempleados en
el período de "tiempo muerto" y de 300 mil desocupados permanentes.
Todo ello a consecuencia de una estructura económica que tendía a
prolongarse y acentuarse.
5to. Una economía totalmente abierta, en que a cada peso de
producción bruta correspondía entre 25 y 28 centavos de
importaciones inevitables y suponía a la vez un porcentaje igual de
exportaciones. Una monoexportación azucarera que alcanzaba el 80 %
del total exportado. Y una concentración geográfica de las
exportaciones e importaciones, dependiendo el 60 % de las primeras y
del 75 al 80 % de las segundas del mercado de los Estados Unidos.
El compendio de todas estas notas nos definía a la Cuba de 1959
como un país semicolonial o, si se prefiere la nueva terminología,
neocolonizado. La Revolución que tenía que realizarse suponía en
primer término la liberación nacional, es decir había que lograr
casi 60 años después lo que al terminar la guerra con España no se
había obtenido por la interferencia norteamericana. La primera
característica de la Revolución tenía que ser, pues, su contenido
antimperialista. El lema de Mella: "¡Dellenda est Wall Street!"
estaba vigente tres décadas después de su muerte.
Pero para realizar la revolución antimperialista hasta el fin era
indispensable quebrar antes de emprenderla, o simultáneamente a su
realización, el poder interno de la oligarquía de los latifundistas,
hacendados y comerciantes importadores. Un simple cambio de gobierno
que no eliminara completamente tanto los instrumentos de poder de
esa oligarquía como su base económico-social, y sobre todo el
latifundio, conduciría en un período de tiempo relativamente corto,
antes de poder llevar a la práctica una revolución antimperialista
verdadera, a que el esfuerzo conjugado de los imperialistas y los
oligarcas se impondría sobre las fuerzas revolucionarias,
reproduciendo la situación cubana de 1933 y las que en toda la
América Latina creaban los golpes de Estado reaccionarios que
castraban aun los más tímidos esfuerzos progresistas y
nacionalistas.
En este sentido, se trataba de completar la revolución
democrático-burguesa, que también quedara frustrada con la presencia
del imperialismo en la política cubana a partir de 1899. Muchos
aspectos de la revolución democrática se habían logrado, por lo
menos formalmente, en los últimos treinta años: el voto popular, la
reducción en la jornada de trabajo, la igualdad jurídica de la
mujer, el salario mínimo, etcétera. Pero al mantenerse intactas y
aún extenderse las bases del retraso industrial y el latifundio
agrario, unidos a la dependencia económica del exterior, aún esas
conquistas formales estaban en precario. Sólo una revolución agraria
profunda podría quebrantar el sustrato económico-social de la
oligarquía.
De ahí la segunda nota esencial del proceso revolucionario que
Cuba requería: la revolución agraria.
O sea que, al iniciarse en 1959 lo que Cuba tenía ante sí era la
necesidad y la posibilidad de llevar adelante su revolución
democrático-burguesa de liberación nacional, una revolución, por su
contenido, agraria y antimperialista.
Una revolución así —lo ha visto la historia contemporánea muy
claramente— no podía desarrollarse en esta segunda mitad del siglo
bajo la dirección de la burguesía nacional. Mucho menos, a causa de
todo lo que llevamos explicado, por la débil burguesía nacional
cubana.
En los análisis habituales de los movimientos revolucionarios en
los países subdesarrollados se llegó a la conclusión de que para
completar en nuestro tiempo una revolución agraria y antimperialista
frente a fuerzas dominantes encabezadas por el imperialismo
norteamericano, se hace indispensable la presencia a la cabeza de la
revolución de la clase obrera y de un partido radical que la
represente, con la firme ideología del marxismo- leninismo.
Desde los días anteriores a la Revolución Rusa de 1905, al
analizar Lenin la forma de llevar adelante en aquella situación
especial una revolución que no sería todavía socialista pero que
siendo burguesa, en cuanto a las relaciones de producción que
mantenía, se hacía sin embargo radical por su carácter popular,
porque la presencia en ella de las masas obreras y campesinas sería
decisiva, como no lo había sido en el período inicial de la
Revolución Francesa de 1789, surgió la fórmula de la "dictadura
democrática de obreros y campesinos", como el poder capaz de llevar
adelante las tareas de la revolución democrático-burguesa de nuevo
tipo.
La Revolución Cubana iba a seguir otro camino. A su frente no
aparecería un Partido Comunista, y sin embargo la revolución agraria
y antimperialista se realizaría a plenitud. Pero no sólo eso, la
Revolución no se detendría en esta su primera fase: puesta en la
alternativa de detenerse y perecer o seguir adelante y consolidarse,
forzada por el imperialismo a rendirse o desafiarlo y profundizarse,
la Revolución Cubana pasaría con toda rapidez, como la que Lenin
guiara en la Rusia de los Zares, de su breve etapa
democrático-burguesa a convertirse en una revolución socialista. Lo
haría bajo la dirección de un grupo no definitivamente proletario,
que no estaba organizado en partido marxista-leninista. A Fidel
Castro y sus compañeros les corresponde el mérito de haber realizado
esa gran faena histórica. Y resulta conveniente indagar cómo fue
posible, determinar si la experiencia cubana constituye una
excepción del pronóstico marxista-leninista o si, por el contrario,
lo confirma.