Anestesia rosa

Pedro de la Hoz

Quienes han descubierto propuestas de interés, incluso algunas sobresalientes, de la filmografía sudco-reana mediante los panoramas internacionales de los Festivales de Cine de La Habana, la programación de la Cinemateca de Cuba y en espacios de la televisión abiertos a la diversidad cultural, quedaron estupefactos al confrontar durante las últimas semanas la otra cara de la moneda en las novelas extranjeras que ocupan un lugar en las noches del Canal Habana.

Todo quedaría reducido al nada estrecho ámbito de la capital si no fuera porque el fenómeno de las telenovelas sudcoreanas rápidamente ha trascendido al mercado audiovisual que prolifera a lo largo y ancho del país, multiplicado en copias pirateadas de urgencia que se venden junto a discos, compendios de películas, telenovelas y reality shows de similares cánones estéticos.

Alguien dirá que la oferta responde a la demanda y habrá en otro momento que analizar desde una perspectiva sociocultural más amplia, que incluya también factores económicos, cómo y por qué en el imaginario de ciertos sectores de la población, incluyendo a no pocos jóvenes, se reproducen patrones de gusto promovidos por la industrias culturales hegemónicas y dirigidos mayoritariamente a las grandes masas de las comunidades periféricas de los centros de poder.

Las dos telenovelas sudcoreanas de marras —La reina de las esposas y Mi bella dama, títulos escogidos para su circulación en América Latina y que denotan un mimetismo pedestre— se dan la mano con las producciones audiovisuales de los llamados canales hispanos dominados por el capital norteamericano.

Desmontemos Mi bella dama. La trama gira en torno al previsible romance entre una rica heredera y su mayordomo, la oposición del abuelo de aquella y las intrigas de los subordinados de este para apoderarse del emporio. Mensaje obvio: el amor conduce a la nivelación de clases; el viejo lema Usted puede tener un Buick redivivo.

La heredera, majadera e insoportable, no solo termina en los brazos del mayordomo —que de paso borra su pasado delictivo—, sino aprende y se redime. Burda versión de La fierecilla domada. La servidumbre respira felicidad. Los malos reciben lecciones. La empresa florece. Treinta cambios de traje en cada capítulo. Otro mensaje obvio: estése tranquilo, que usted también puede acceder al glamour.

Pop adormecedor, machacón y baladí en la banda sonora. Actuaciones esquemáticas. Edulcorados primeros planos y close up. Cero erotismo, insulsos abrazos y apenas besos robados.

En fin, una operación mediante la cual la sensibilidad es desplazada por la sensiblería, los sentimientos por el sentimentalismo y la realidad por la más ramplona fantasía.

A estas alturas, alguien también dirá: será un producto barato pero entretiene, y no hay violencia, ni temas escabrosos ni cosas feas.

Cada cual, de acuerdo con su gusto y posibilidades, es libre de consumir lo que le plazca. Sabemos que revertir o al menos asumir críticamente determinados patrones del gusto, como apuntábamos antes, implica esfuerzos, empeños y procesos de educación y reorientación estética a los cuales, por muy complejos que sean, no debemos renunciar.

Pero que una televisora de servicio público promueva y propicie la difusión de productos anticulturales resulta inadmisible.

 

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