El
pasado sábado, 20 de octubre, se conmemoró el aniversario 85 del
natalicio de un Héroe de la República de Cuba: Abel Santamaría
Cuadrado.
Las dotes de organizador de Abel Santamaría debieron ser muchas y
bien demostradas, cuando muy poco tiempo después que se conocieran
él y el joven abogado Fidel Castro, en 1952, les fueran asignadas
cada vez más complejas responsabilidades dentro del movimiento
revolucionario históricamente conocido como la Generación del
Centenario.
Fidel decidió, en el momento crucial de las vísperas del gran
acontecimiento del Moncada, proclamar a Abel Santamaría Cuadrado
segundo jefe del Movimiento y declarar que de perecer él en el
asalto sería Abel Santamaría quien debiera asumir el mando. Por esa
razón lo preservaba de lo que objetivamente se considerara la
posición más riesgosa en la toma por sorpresa del cuartel de
Santiago de Cuba el 26 de julio de 1953.
En toda esa delicada etapa Fidel contó con un hombre que poseía
excepcionales cualidades ideológicas y capacidad práctica, las
cuales coadyuvaron a llevar a feliz término la preparación para la
acción armada con la cual comenzaría en realidad el proceso
revolucionario que derrocaría a Batista: ese colaborador, ese amigo
y compañero capaz que despuntaba como un líder de vanguardia se
llamó Abel Santamaría.
La "sede" del naciente Movimiento Revolucionario se estableció
desde sus inicios en el apartamento de 25 y O, en el Vedado, donde
vivían Abel Santamaría y su hermana Haydée y al que concurría casi
diariamente Fidel Castro. En esta vivienda se había desarrollado el
núcleo de la Dirección del Movimiento y el Movimiento mismo. Las
dotes organizativas de Abel, su disciplina extraordinaria y su
carácter tan afable como recto —según lo definen quienes lo
conocieron— contribuyeron a hacer valer con rapidez y precisión las
instrucciones de Fidel.
Aquel apartamento se convirtió en centro de operaciones y en
cátedra revolucionaria donde se analizaban cuestiones de orden
táctico y estratégico de la lucha y se estudiaban obras políticas:
en primer lugar sobre el pensamiento martiano, sin excluir
corrientes socialistas. Cuando el ejército de la tiranía requisó las
pertenencias de los revolucionarios en la granjita de Siboney,
encontró entre ellas un libro de Lenin que pertenecía a Abel y tenía
su rúbrica, lo cual bastó para que se le acusara —ya asesinado— de
comunista, como si ello fuera un baldón.
"En mi casa —relató más de una vez Haydée Santamaría,
refiriéndose al apartamento de 25 y O—, se discutía mucho. Abel y
Fidel exponían sobre el ideario martiano, el Manifiesto de
Montecristi, los estatutos del Partido Revolucionario que fundara el
apóstol. Abel exigía a cada compañero que fuera profundamente
martiano; muchas veces le oí decir a Abel que estudiando a Martí
profundamente, ninguna persona tendría dificultad para encontrar el
verdadero camino".
Hasta ese momento la biografía política de Abel se resumía a la
siguiente ficha policíaca: "Generales: Abel Santamaría Cuadrado,
raza blanca. Natural de Encrucijada, Las Villas, Cuba. Hijo de
Benigno y Joaquina. Edad 24 años (nacido el 20 de octubre de 1927).
Profesión: empleado. Estado civil: soltero. Nacionalidad: cubana.
Instrucción: sí. Vecino de calle 25 número 164 apartamento 603,
Vedado, La Habana. Señas familiares: Talla 180 centímetros.
Complexión fuerte. Peso 75 kilogramos. Pelo rubio. Ojos pardos.
Cutis, blanca. Señas particulares (ninguna). Especialidad criminal:
DESACATO Y CLANDESTINAJE DE IMPRESOS. Historial: El 16 de agosto de
1952 fue detenido en compañía de otros cuando trabajaban con un
mimeógrafo la proclama subversiva titulada EL ACUSADOR, donde
injuriaban al general Batista y a su gobierno. Fueron ocupados miles
de las expresadas proclamas. Pertenece al Partido del Pueblo Cubano
(Ortodoxo)".
Los cargos que le formulaba la policía bastaban para detenerlo de
nuevo, de haberse detectado su presencia en cualquiera otra
actividad "subversiva", no obstante haber logrado la absolución
(1952) por el delito imputado.
Abel emprendió el camino de la gloria persuadido de que: "Una
revolución no se hace en un día, pero se comienza en un segundo".
Eso lo había escrito él al día siguiente del 16 de agosto de 1952,
en que se conmemoraba el primer aniversario de la muerte de Chibás.
La frase estaba contenida en una carta dirigida a José Pardo Llada,
el entonces comentarista radial del Partido Ortodoxo, en quien
creían las masas de esa entidad política. Le decía Abel, "su voz fue
necesaria ayer sobre la tumba del mártir. ¿Por qué no se dejó
escuchar atronadora, ensordecedora, limpia y clara, de abajo para
arriba, con esas verdades que todos queremos oír, y que en ese
momento más que nunca esperábamos?".
Abel había ocupado el Hospital Civil de Santiago de Cuba en
acción coordinada con el asalto a la posta tres del Moncada por
Fidel, el líder del movimiento revolucionario, y coordinado además
con la toma del edificio del Palacio de Justicia, que fuera dirigido
finalmente por la participación directa de Raúl Castro Ruz.
Tan pronto escuchó los primeros disparos comprendió que el plan
de asalto por sorpresa, sin derramamiento de sangre, había fallado y
que era la vida de Fidel la que corría mayor peligro. Había que
tratar de salvarla a toda costa y él hizo lo suyo en ese afán.
Consecuente con su pensamiento fue la resolución en Abel de combatir
¡hasta el fin! en la retaguardia asignada para salvaguardarlo.
Así han interpretado quienes lo sobrevivieron, sus órdenes de
disparar hacia el Moncada desde las ventanas del área de servicio
del hospital, a la vez que se impedía la entrada de los soldados al
centro asistencial.
Cuando callaron las armas de sus compañeros en la posta tres y
solo se percibía el fuego atronador de las armas enemigas, Abel y
sus compañeros continuaron disparando hacia el Cuartel Moncada. Su
tenaz resistencia mantenía a la guarnición dentro del recinto
militar y así sería hasta que se agotó el parque.
En el mismo hospital comenzaron las humillaciones, maltratos y
torturas. Después fueron conducidos al Moncada, al médico Mario
Muñoz le dispararon por la espalda delante de Melba y Haydée, cuando
lo trasladaban a pie, en corto recorrido, hacia uno de los edificios
de la fortaleza. A Abel lo llevaron con los demás a los calabozos,
lo interrogaron y torturaron, pero de sus labios no salió una
palabra que pudiera comprometer a sus compañeros, ni dar una pista
sobre el Jefe del Movimiento. Le sacaron los ojos, se lo mostraron a
su hermana para que hablara. Ella les respondió a los criminales que
si él no había hablado ella tampoco lo haría.
En La Historia me Absolverá —su autodefensa en el juicio
del Moncada— Fidel narraría con indignación la patética odisea de
Abel Santamaría.
Y nadie mejor que el mismo Fidel lo caracterizaría en aquel
juicio histórico, donde los acusados se convirtieron en acusadores,
y evaluaría su heroísmo con esta frase: "Abel Santamaría, el más
generoso, querido e intrépido de nuestros jóvenes, cuya gloriosa
resistencia lo inmortaliza ante la historia de Cuba".