Tengo
una deuda de honor con uno de los grandes maestros del periodismo
cubano a cuyo lado trabajé más de 20 años. Fui su jefe y después
terminé siendo su subordinado, pero más que lo uno o lo otro siempre
me consideré su alumno. Me refiero a Elio Enrique Constantín
Alfonso, quien el 12 de septiembre de 1995, tras larga enfermedad,
cuando ya había cumplido 76 años de edad, abandonó el reino de la
vida.
Un aliento de cariño dejó a su paso por todo lo que hizo y todo
lo que tocó. Ponía amor en cada tarea, incluso, en las aparentemente
insignificantes. Sus pasiones favoritas fueron siempre el deporte,
la historia, el lenguaje, el periodismo y la Revolución.
Lo conocí personalmente en 1965 al producirse la fundación de
Granma. Yo venía de Hoy, él de Revolución, fuentes nutritivas
fundamentales del nuevo colectivo que comenzaba a actuar como Órgano
del Comité Central del Partido Comunista de Cuba. Elio era ya un
periodista de fama, principalmente por sus muchos años de trabajo
como cronista deportivo.
El fútbol fue su gran pasatiempo. Nada le hacía más feliz que
presenciar, narrar o escribir una crónica sobre un partido de
fútbol, fuese en una cancha vacía del Campo Armada, en la Tropical o
en una cancha con decenas de miles de espectadores en Juegos
Olímpicos o en un Mundial. Era su gran pasión. Era de los primeros
en llegar a la redacción de Granma cada día para cumplir con
sus responsabilidades como jefe de Redacción o como subdirector,
menos los domingos: ese día todos sabíamos que estaba reportando o
narrando algún partido. Cuando el director del periódico le advertía
que había complicaciones informativas nacionales o internacionales,
muy a pesar suyo Elio permanecía en la redacción, pero buscaba el
tiempo para, telefónicamente, localizar a un director de equipo, a
un jugador, a un árbitro o a un aficionado para obtener la
información del resultado e incidencias del partido efectuado.
Si se quería un modelo de hombre bien educado, había que
tropezarse con Elio. Era un perfecto caballero. A veces resultaba
"chocante" porque pensabas que era un ser de otra galaxia. Jamás de
sus labios oí salir una palabra sucia o hiriente. Era incapaz de
dejar de saludar con afecto a cualquier persona. Era extremadamente
delicado con las compañeras de trabajo. Aunque era el subdirector de
Granma jamás entró a la oficina del director, al cual debía
hacer frecuentes consultas, sin antes golpear la puerta y escuchar
la voz de "adelante" o "pase". Al entrar, siempre decía: "Con su
permiso, Capitán". Cuando intervenía en una discusión hacía gala de
ecuanimidad, serenidad, de razones y argumentaciones. En el trabajo
llamaba la atención sobre descuidos, negligencias o faltas
cometidas, pero siempre con suma delicadeza y tacto. Por todo ello,
se le respetaba siempre, como también por su cultura, inteligencia y
espíritu de consagración al trabajo.
Había sido monaguillo de una iglesia durante sus años juveniles.
Eso, quizás, lo marcó para siempre. La lectura de textos religiosos,
y después su trabajo como corrector en la revista Carteles y otras
publicaciones, lo condujeron a aprender latín, a buscar las raíces
del idioma castellano, a dominar las reglas de la gramática, la
ortografía y la sintaxis. Se convirtió en un verdadero sabio del
lenguaje al que obligadamente todos los redactores acudíamos en
busca de lo correcto, de la verdad. Jamás lo vimos negarle a nadie
el traslado de sus profundos conocimientos en cuestiones del idioma
o en asuntos de técnicas del periodismo. Siempre lo hacía con la
humildad que lo caracterizaba.
Muchos años después de haberlo conocido es que supimos de su
colaboración en tareas revolucionarias con el Movimiento 26 de
Julio, durante la lucha contra la dictadura de Batista. Tanta era su
modestia que evadía en todo lo posible el tema. Tuvo, por ejemplo,
una colaboración muy importante en el secuestro en La Habana del
automovilista argentino Juan Manuel Fangio.
Estar en la sala de redacción le agradaba, pero más aún en "el
vórtice del huracán", es decir, en los escenarios de los
acontecimientos. Fue más que un cronista deportivo. El periodismo
para él no se encerraba en una cancha de fútbol o en un parque de
pelota, lo era todo. Y, por eso, escribía cada día de temas
disímiles, de todo aquello que lo hiciese vibrar o considerase de
utilidad para sus lectores.
Su pluma reflejó el trabajo abnegado del pueblo cubano, su
resistencia frente al Imperio, las luchas de liberación de otros
pueblos. Estuvo en Portugal en los inicios de la Revolución de los
claveles. Dio cobertura a la asunción del general Francisco da Costa
Gomes como presidente de la República, tras la renuncia del general
Antonio de Spinola. "Todo parece indicar que Portugal vive hoy algo
más que un cambio de nombres y de hombres", escribió Elio Constantín
en Granma. "Con la salida de Spinola y algunos de sus amigos,
en el Consejo de Ministros termina la política de freno a las
aspiraciones populares".
Acompañó a Fidel Castro en uno de sus viajes a Nueva York, lo que
para él significó, en el orden profesional y revolucionario, el
mejor premio recibido en su vida. Fue en 1979, cuando Fidel habló en
la ONU como Presidente del Movimiento de Países No Alineados.
Aunque ya tenía algunos años de edad, con su persistencia
convenció al Capitán Mendoza, director de Granma, para que lo
enviase como corresponsal de guerra a Nicaragua. Durante varios
meses transmitió informaciones sobre los crímenes de la contra,
armada y apoyada financieramente por la administración Reagan, en su
intento para desestabilizar al Gobierno sandinista.
La defensa de la lengua castellana constituyó uno de sus grandes
desvelos. Decía que los periodistas estaban entre los primeros
obligados a defenderla. Desde que se inició en el periodismo como
corrector en la revista Carteles, como ya dijimos, no descansó en
luchar con denuedo para que se escribiese bien y que en los
periódicos se usase siempre el vocablo o el giro apropiados.
Los cargos y las responsabilidades jamás lo hicieron cambiar en
su manera de ser. Fue Elio siempre, fuese corrector, reportero,
profesor de la escuela de periodismo, dirigente de la UPEC, jefe de
página o directivo de un medio de comunicación. La sencillez y la
modestia cabalgaban junto a conocimientos, sabiduría e inteligencia.
Elio E. Constantín fue siempre, aquí o allá, el caballero, el amigo,
el compañero y el maestro.
Por causa de su enfermedad, se jubiló en 1987. Pero no dejó de
escribir. Mantuvo la leída sección Del Lenguaje en las páginas de
Granma hasta los últimos momentos de su vida. Su voluntad
intentó vencer los dolores que lo aquejaron.
Cuba perdió a uno de sus grandes maestros del periodismo.
Mientras se haga periodismo habrá que hablar de Elio E. Constantín.