En
la soleada mañana del domingo 6 de junio de 1762, se presentó a los
habaneros un espectáculo inusitado. Ante la mirada atónita de los
habitantes y las autoridades de la capital de Cuba se iba
acrecentando, en el azul del horizonte, la presencia de una
agrupación de buques de proporciones jamás vistas en estas
latitudes. Estaba arribando, procedente del este, —dirección
inesperada—, para atacar a La Habana, una formidable flota
británica, compuesta por 207 buques que portaban 2 292 cañones. Se
destacaban entre ellos, 23 navíos de línea de 60 o más cañones,
cuatro de 50 cañones, 24 fragatas y bombarderos y 93 buques de
transporte con tropas a bordo. Las tropas expedicionarias sumaban 11
mil 800 soldados y oficiales, los tripulantes de los buques eran más
de 10 mil, los esclavos africanos varios miles. El mando supremo de
la expedición estaba a cargo del teniente general George Keppel,
Tercer Conde de Albemarle; el jefe de las fuerzas navales era el
Almirante Sir George Pocock, su segundo al mando era el Comodoro
Augustus Keppel, hermano de Albemarle.
La expedición británica estuvo precedida de años de trabajo de
inteligencia y de una cuidadosa planificación. La Habana de
entonces, con 50 mil habitantes, contaba para su defensa con unos 10
mil efectivos, incluidos tropas regulares, marinos, voluntarios y
esclavos armados, así como diez navíos y otras embarcaciones
artilladas con cerca de mil cañones a los que se añadían unos 300
instalados en las fortificaciones. Durante la campaña se recibiría
el refuerzo de unos 3 500 milicianos procedentes de otras regiones
de la Isla.
El desembarco británico se inició el día 7 por la región
Bacuranao-Cojímar. La secuencia de hechos que tuvo lugar a
continuación —el ataque, el sitio, la defensa, toma y ocupación de
La Habana— constituye un hito de singular importancia de la Historia
de Cuba. La campaña contra la capital de la Mayor de las Antillas
tuvo lugar en el marco de la Guerra de los Siete Años (1756-1763),
un conflicto cuya trascendencia fue de escala mundial y dejó en la
región del Caribe huellas muy profundas. En esta contienda bélica
tomaron parte de un lado, una coalición de países europeos
encabezados por Francia (España se unió a esta coalición en 1761) y
del otro, la Gran Bretaña y su aliado Prusia. Como los principales
rivales habían constituido enormes imperios coloniales, sus
posesiones fueron arrastradas a la conflagración y se convirtieron
en escenarios bélicos con lo que esta se extendió por regiones de
Europa central y meridional, África, Asia, América del Norte y del
Sur, la región del Caribe y amplias zonas del Océano Mundial.
El enfrentamiento fue consecuencia de una complicadísima trama de
intereses que se interrelacionaban y oponían dentro de cada
metrópoli, entre las metrópolis y entre las colonias con su
metrópoli respectiva. En la segunda mitad del siglo XVIII la
situación política europea era muy compleja y generó grandes
contradicciones internas y entre las naciones y fue causa de luchas
por el dominio de los mercados. En esa época, los países europeos
más poderosos consideraban a las islas del Caribe como región donde
desplegar dos estrategias esenciales. Por una parte, las colonias
antillanas suministraban los productos tropicales que no podían
cultivarse en Europa y, por otra, las islas constituían un área
donde podían librarse guerras lejos de los países contendientes y se
podían obtener trofeos que luego se utilizarían como "piezas de
cambio" en las negociaciones de paz. La Guerra de los Siete Años no
fue la excepción. Desde muy temprano, los efectos del conflicto se
hicieron sentir en la región del Caribe a través de las afectaciones
económicas y después la región se convirtió en teatro de grandes
operaciones militares tanto navales como terrestres, cuya expresión
culminante lo fue precisamente el ataque a La Habana.
La campaña británica contra La Habana fue, en lo naval, una obra
maestra de planificación, realización y explotación de la
superioridad en la mar. El cruce de la flota a través del Canal
Viejo de Bahamas, la operación de desembarco al este de La Habana y
el apoyo a las fuerzas terrestres fueron pruebas fehacientes de la
destreza de los marinos ingleses. Sin embargo, el proceder del mando
del ejército británico destruyó en parte los logros de la marina. El
apego dogmático a viejas tácticas, unido a la tenacidad y valor de
los defensores del Castillo del Morro, encabezados por Luis de
Velasco, y a la resistencia y combatividad de las milicias criollas,
que tuvo su máximo exponente en el Alcalde Provincial de Guanabacoa,
José Antonio Gómez de Bullones, el legendario Pepe Antonio,
prolongaron el sitio con el resultado de cuantiosas bajas entre los
atacantes.
El mando británico tampoco había asimilado las experiencias, de
Cartagena de Indias y Guantánamo, ambas en 1741, de que un ejército
europeo no podía llevar a cabo una campaña prolongada en el Caribe
sin ser diezmado por las fiebres. No obstante, la tenacidad de
oficiales y soldados y la superioridad de fuerzas y medios alcanzada
en el teatro de operaciones unido a la ineptitud, imprevisión,
indecisión y contumacia del mando español de La Habana, encabezado
por el Gobernador y Capitán General, Juan de Prado, le permitieron
alcanzar sus objetivos.
El 13 de agosto, firmada la capitulación, las tropas invasoras
entraron en la ciudad. Fue aquella, por el color rojo de las casacas
de los ingleses, la "Hora de los mameyes", en el decir de los
habaneros de entonces. Con este triunfo la corona británica hizo
realidad un antiguo proyecto de cerca de 200 años. La toma de La
Habana le asestó un golpe fulminante al imperio español y a la
alianza hispanofrancesa en su conjunto, y permitió a Gran Bretaña
tener una posición muy ventajosa en las negociaciones de paz.
En la arena internacional, como resultado de la guerra, se
produjo un reacomodo en la correlación de fuerzas entre las
principales potencias europeas y un nuevo reparto del mundo colonial
en el que Gran Bretaña emergió como potencia hegemónica. La base
sobre la que se sustentaba el poderío británico era su marina de
guerra. Los británicos habían obtenido un dominio total de los
mares. Por otra parte, la adquisición de vastos territorios, Canadá,
la India y gran parte de la Luisiana entre ellos, planteó ante la
corona británica un conjunto de nuevos problemas pues esos
territorios tenían que ser poblados y defendidos, esto exigía gastos
y la guerra había dejado a la nación en un estado de postración
financiera. Además, el aumento territorial requería la
reorganización del sistema de administración colonial.
Para España la guerra tuvo fuertes repercusiones. La pérdida de
La Habana, junto al fracaso de su ofensiva contra Portugal y la
pérdida de Manila, estremecieron las estructuras del imperio. Se
demostró que no se podían defender las plazas coloniales desde la
metrópoli. El mito de la invulnerabilidad de La Habana fue
destruido. Junto a la pérdida de gran parte de su flota y de
cuantiosos daños materiales, la captura del puerto habanero
significó la ruptura, al menos temporal, del sistema de
comunicaciones marítimas.
Además, debido a los cambios territoriales, en una futura
confrontación España, en América, se vería sola frente a Gran
Bretaña y su aliado incondicional, Portugal. La derrota de La Habana
y la nueva situación político-militar de América y en especial de la
región del Caribe, resultante de la guerra, hizo que la corona
española se planteara un conjunto de reformas económicas, políticas
y militares para enfrentar los nuevos retos.
Cuba, por su posición estratégica, por la importancia que se le
concedía en el equilibrio militar y comercial de la relación
América-España, fue elegida para iniciar ese profundo recambio en el
funcionamiento interno del imperio español que luego se haría
extensivo al resto de sus dominios americanos. Como parte de esas
transformaciones cambió radicalmente la configuración de los
ejércitos españoles en América.
En lo adelante, los sectores de la población local iban a
participar activamente en el sistema defensivo y militar americano.
Y estos ejércitos de milicianos que empezaban a formarse e
instruirse como tropas regulares tendrán un papel protagónico en los
movimientos independentistas de comienzos del siglo XIX.
Además, los términos del Tratado de París que puso fin a la
guerra y que implicaron la devolución de La Habana y otros
territorios conquistados en esta contienda a cambio de otras
posesiones fueron el resultado de un conjunto de factores de
carácter económico, político y militar, tanto internos como externos
entre los cuales estaban: la presión ejercida por los poderosos
plantadores británicos, los gastos ocasionados por la guerra, la
carencia de tropas para mantener ocupada La Habana y dichos
territorios, y la hostilidad manifiesta de los habitantes del resto
del territorio de Cuba a cualquier intento expansionista de los
ocupantes. Puede decirse que los británicos tomaron La Habana y
obtuvieron a cambio La Florida al costo de un ejército y esto
tendría una profunda repercusión ulterior en la política británica
en Norteamérica.
Para Cuba, las operaciones militares en torno a La Habana
demostraron la capacidad y decisión de los criollos para defender su
terruño frente a la agresión exterior. Fue el germen de un
sentimiento patriótico que en el siglo siguiente, llegado su
momento, haría brotar la nacionalidad cubana. Por otra parte, la
ocupación británica de su capital, aunque breve, inició las
relaciones directas de Cuba con las colonias norteamericanas,
antecedentes de los actuales Estados Unidos. Y en lo económico
anticipó la libertad de comercio poniendo de manifiesto la
obsolescencia del monopolio impuesto por el régimen colonial
hispano. En tal sentido fue, en aquel momento, un elemento de
progreso en la historia de Cuba.