Cuando
ya ha sido divulgado lo que sucede con los prisioneros en la cárcel
de la ilegal base de Guantánamo, y aún están frescas las imágenes de
Abu Ghraib, comenzar diciendo que Estados Unidos practica la tortura
puede sonar trillado.
Después del 11 de septiembre del 2001 Bush divulgó lo que
defendía como una "nueva percepción oficial" acerca de la tortura.
Donald Rumsfeld, entonces secretario de Defensa, decretó que los
presos capturados en Afganistán no entraban en el marco de la
Convención de Ginebra (que prohíbe cualquier forma de tortura o
crueldad) porque eran "combatientes enemigos" y no prisioneros de
guerra.
La abierta aceptación de la tortura por parte de esa
administración no tiene precedentes. Sin embargo, esa franqueza
funciona como arma de doble filo. Parecería que la idea de torturar
a presos nació con la "lucha contra el terrorismo". Pero eso es una
distorsión histórica. Bush solo rompió el silencio sobre un fenómeno
que tiene abundantes antecedentes en Estados Unidos y que es parte
de su política exterior.
En los años cincuenta la CIA lanzó un programa de operaciones
encubiertas para investigar lo que llamaba "técnicas especiales de
interrogación". El programa examinaba y analizaba métodos de
interrogación poco habituales, incluyendo el acoso psicológico, el
aislamiento y el uso de drogas y otras sustancias químicas. Para
1953, ya habían gastado 25 millones de dólares en la búsqueda de
nuevas formas para "romper la voluntad de un prisionero sospechoso
de comunismo".
En Latinoamérica las revelaciones de las torturas de Estados
Unidos en Iraq no despertaron sorpresa. Más bien la reacción fue:
"ya lo sabíamos".
EE.UU. creó la famosa Escuela de las Américas, para instruir a
oficiales militares y de policía en muchas de las mismas técnicas de
"interrogación coactiva" que llevaron luego al territorio usurpado
en Guantánamo y a Abu Ghraib: captura en la madrugada para maximizar
choque, encapuchamiento e inmediato cubrimiento de los ojos,
desnudez forzada, privación sensorial, sobrecarga sensorial,
manipulación del sueño, humillación, temperaturas extremas,
posiciones incómodas...
Florencio Caballero, hondureño entrenado por la CIA, relata en
una entrevista publicada por The New York Times en 1988:
"Nos enseñaron tácticas psicológicas, como estudiar el miedo y
las debilidades de un prisionero. Hacer que se levantara y se
quedara de pie, no dejarle dormir, desnudarle y aislarlo, poner
ratas y cucarachas en su celda, darle comida podrida, incluso
animales muertos, arrojarle agua fría a la cara, cambiar la
temperatura de su entorno".
Estos entrenamientos eran realizados con el apoyo de un manual
conocido como Kubark, un texto acerca de las técnicas de
"interrogación de fuentes no colaboradoras", resultado básicamente
de aquel estudio que se había iniciado en los años cincuenta, y que
ya había sido utilizado en Vietnam.
Estados Unidos ha invertido dinero en la tortura. Se ha
especializado, ha capacitado a su ejército, ha exportado sus métodos
a otros países. Puede escudarse con diferentes nombres, como
"interrogatorios coercitivos" o "técnicas avanzadas de interrogación
policial", pero esa violación de los derechos humanos no va a
desaparecer.