Estas divergencias datan de 1833, cuando el 2 de enero el capitán
de la Armada Británica, John James Onslow, comunica a las
autoridades argentinas en la Islas que tomaba posesión de las mismas
y les solicita que abandonen la zona.
Los pocos argentinos que las habitaban fueron desalojados por la
fuerza expedicionaria británica, que se apoderó violentamente del
archipiélago y estableció en su lugar una pequeña colonia. Tal
accionar acuñó el carácter colonialista del conflicto.
Los territorios, firmemente reclamados por el Gobierno de
Argentina, son asumidos como una zona integral e indivisible de su
espacio que se halla ocupada ilegalmente por una potencia invasora.
En tal sentido, las hace parte de la provincia de Tierra del Fuego,
Antártida e Islas del Atlántico Sur, donde son agrupadas junto a las
islas Georgias del Sur, Sandwich del Sur y Orcadas del Sur, en el
Departamento Islas del Atlántico Sur. La disputa comprende también
los espacios marítimos adyacentes.
Varios analistas sostienen la teoría de la existencia de una
operación de la Inteligencia británica. A la isla de Georgia fueron
enviados obreros argentinos que enarbolaron su bandera patria en el
lugar. Ello produjo el pretexto deseado por los ingleses: indignarse
ante la "falta de respeto" y movilizar sus buques hacia la zona. De
tal forma, si la nación sudamericana permanecía impasible a la
provocación, hubiera supuesto una renuncia implícita a sus derechos
soberanos sobre las Malvinas. La encerrona había funcionado. Así lo
reseña Bruno Tondini en el texto Islas Malvinas, su historia, la
guerra y la economía, y los aspectos jurídicos y su vinculación con
el derecho humanitario.
Para la estrategia británica era indispensable que Buenos Aires
jugara el papel de agresor. "El objetivo británico era buscar la
posibilidad de reaccionar militarmente con todos los recursos de la
Royal Navy tal como lo tenían previsto desde 1976 y, desligados de
la tutela de la ONU, actuar en defensa propia y construir su
‘Falkland Fortress’. Tal fortaleza liquidaría por completo nuestros
reclamos de soberanía", asegura Tondini.
En sus memorias, la premier británica Margaret Thatcher realza la
importancia del triunfo inglés como un triunfo personal de su
Gobierno. Ello contribuyó a que subsistiera por dos periodos más en
el poder, en un momento en el que los conflictos mellaban en la
sociedad británica. De hecho, "la dama de hierro" rechazó toda
posibilidad de una solución negociada.
Al respecto, en una de sus reflexiones Fidel califica de
"criminal el despojo que significó para Argentina arrebatarle un
pedazo de su territorio en el extremo sur del continente. Allí
emplearon los británicos su decadente aparato militar para asesinar
bisoños reclutas argentinos vestidos con ropas de verano cuando ya
estaban en pleno invierno. Estados Unidos y su aliado Augusto
Pinochet le dieron a Inglaterra un desvergonzado apoyo".
Y es que precisamente los yankis favorecieron resuelta y
descaradamente al Reino Unido durante la contienda. Su objetivo:
apuntalar el dominio de Londres en una zona que forma parte del
sistema integrado de defensa de la OTAN y de los planes militares
estadounidenses en el Atlántico Sur.
Documentos desclasificados del Departamento de Estado y la
Agencia Central de Inteligencia revelan los detalles de la
participación de la Casa Blanca durante la guerra de las Malvinas.
El periodista Martín Granovsky, en el diario Página/12, destaca
entre ellos una carta del presidente Ronald Reagan a su secretario
de Estado, Alexander Haig. En la misiva Reagan, le dice a Haig:
"después de haber leído tu informe sobre tus conversaciones en
Londres, queda clara la dificultad que entrañará lograr un
compromiso que le permita a Maggie (refiriéndose a la Thatcher)
seguir y al mismo tiempo pase el test de ‘equidad’ con nuestros
vecinos latinos. En esas condiciones no hay mucho margen de maniobra
en la posición británica y no se puede ser optimista". Reagan
propuso a Haig insistir en una presencia multinacional y lograr de
Leopoldo Galtieri (ocupó de facto la presidencia argentina entre
1981 y 1982, durante la dictadura autodenominada Proceso de
Reorganización Nacional), un compromiso de retiro de fuerzas
compatible con lo que se pedía al Reino Unido sobre una distancia
mínima de sus submarinos nucleares.
El respaldo de Washington a Gran Bretaña ratificó la farsa e
inoperancia del Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).
Entre los artículos de este pacto de defensa de 1947, está el 3.1
donde se establece que un ataque armado por cualquier Estado
contra un Estado Americano, será considerado como un ataque contra
todos los Estados Americanos. El TIAR se ha invocado, al menos
20 veces, pero solo de acuerdo con los intereses de la Casa Blanca,
lo mismo para juzgar a Cuba que en aras de justificar su llamada
guerra contra el terrorismo.
Treinta años después de aquella escalada militar, Buenos Aires
sigue reclamando sus derechos en el archipiélago del Atlántico Sur,
mientras se enfrenta a un Londres cada día más intransigente y
prepotente.
El envío del príncipe William a las Islas y la presencia de un
potente buque nuclear inglés en las aguas sureñas, no se corresponde
con la política esgrimida por Argentina de sentarse a negociar y
resolver el conflicto mediante el diálogo. Obviamente, Londres se
rehúsa a ello y opta por desacatar las recomendaciones del Comité de
Descolonización de Naciones Unidas y la Resolución 2065 de la
Asamblea General, que insta a las partes a buscar una solución
pacífica al diferendo.
Argentina calificó tales acciones como una provocación para
"mostrar la presencia militar británica en una zona de paz donde no
hay conflicto armado".
Con ello el gobierno europeo solo le subió el tono al diferendo
militarizando aún más el Atlántico Sur y violando los acuerdos
regionales que velan por la desnuclearización de esta zona. El
primer ministro británico David Cameron proclama, como lo hiciera en
su momento Margaret Thatcher, su derecho a usar los submarinos
nucleares para matar.
El politólogo argentino Atilio Borón considera que desde hace
mucho tiempo su país estaba "atrapado entre las secuelas
paralizantes de la ignominiosa derrota sufrida hace casi 30 años
—producto de la incompetencia, fanfarronería y demagogia de la
dictadura genocida—, y la vía muerta de una estrategia diplomática
que, pese a su perseverancia, no rindió frutos porque el mal llamado
‘orden mundial’ es en realidad un cruento e injusto desorden en
donde solo por excepción deja de regir la ley del más fuerte".
No obstante, el valioso apoyo que la región latinoamericana le ha
dado a la causa muestra que Argentina no está sola en su reclamo por
el legítimo derecho que le asiste. En esta batalla que viene
librando hace 179 años, los pueblos al sur del Río Bravo han hecho
causa común, rechazando el colonialismo maquillado del Reino Unido.
El gobierno de ese país desconoce que el mundo está cambiando, y el
desprecio de nuestro hemisferio y de la mayoría de los pueblos hacia
los opresores se incrementa cada día, como afirma Fidel.
Allí están las valientes y enérgicas posiciones de organismos
regionales como CELAC, MERCOSUR, UNASUR, ALBA. Sus declaraciones
tienen en común el llamado a las partes a reanudar las negociaciones
y la ratificación de que ese archipiélago austral, ocupado por Gran
Bretaña, constituye parte inseparable del territorio nacional
argentino.
Aun cuando la solución a esta prolongada controversia no se ha
perfilado todavía, es admirable la firmeza con la que el Gobierno y
el pueblo argentinos no han cejado en su justa demanda. La historia
le sigue debiendo a esa hermana nación.