A la actriz brasileña no le toma por sorpresa. Presentada ayer
como integrante del jurado de películas de ficción del 33 Festival
del Nuevo Cine Latinoamericano, acotó: "Vengo aquí a ver cine, a
estar en un lugar que es el punto de encuentro de la producción de
nuestros países. Creo que el cine debe aportar reflexión y tener un
sentido poético muy cerca de nuestras realidades".
Ciertamente a la Pillar le es imposible desprenderse de lo que ha
representado la telenovela en su carrera artística. También habría
que decir que con su talento ha dignificado más de un papel en la
pequeña pantalla. No solo fue el caso de la aludida Flora Pereira da
Silva (alias Espoleta), sino también, como recordarán los
telespectadores de la capital, de su memorable Baronesa Cándida en
Niña Moza y la Ciana de Cabocla, y los de todo el país
que supieron de su facultad para penetrar a fondo en la psicología
de los personajes cuando pasó aquí El rey del ganado, donde
encarnó a Luana.
Quizás a estas alturas no vendría mal que un espacio televisivo
como Contra el olvido rescatara escenas de la primera
telenovela en la que vimos aquí a la Pillar, la antológica Roque
Santeiro, con ella bajo la piel de Linda Bastos, estrella de
cine que viajó al mítico poblado de Asa Branca para filmar los
milagros del santón, interpretación con la cual ella, que es muy
exigente consigo misma, no se siente muy a gusto.
Pero conviene asumir a esta mujer de rostro luminoso y maneras
cordiales como gente de cine. Es más, llegó a la televisión en 1985
luego de haber protagonizado una película que hizo época en Brasil,
Para vivir un gran amor, nada menos que un musical dirigido
por Miguel Faría Jr. sobre un guión compartido por Chico Buarque.
Allí alternó el protagonismo con otro grande de la canción, Djavan.
Posiblemente el más gratificante papel suyo para la sala oscura
haya sido el de Zuzu Angel en la cinta homónima rodada en el 2006
por Sergio Rezende. Fue todo un reto abordar el drama de una mujer
de existencia real, reconocida estilista que sufrió la pérdida de un
hijo torturado y desaparecido durante los años de la dictadura
militar y ella misma muerta en un accidente de tránsito, que para
muchos resultó simulado para acallar su lucha contra el régimen de
facto.
No estaría mal tampoco contar con la Pillar detrás de la cámara,
que cosechó éxitos al dirigir en el 2007 el documental Waldick,
siempre en mi corazón, registro testimonial del crecimiento de
la vocación artística de uno de los ídolos de la canción romántica
brasileña, desde los días en que cultivaba la tierra o se aventuraba
como garimpeiro a la caza de pepitas de oro.
De modo que mientras intercambiaba las primeras impresiones con
sus compañeros de jurado —el realizador argentino Eduardo Calcagno,
el productor puertorriqueño Ramón Almodóvar y el guionista y
narrador cubano Senel Paz (aún no había llegado a La Habana el
director chileno Orlando Lubbert), Patricia Pillar dejaba sentado:
"Sí, soy una mujer de cine".