La Venus negra

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Como cualquier historia real, La Venus negra se pudo filmar de diferentes maneras y estilos, pero el resultado final ––por lo infrahumano de sus hechos verificables–– siempre hubiera sido estremecedor.

La Venus negra se presenta como parte del XIV Festival del Cine Francés en Cuba.

Mucho más que estremecer, sin embargo, busca su director, el franco tunecino Abdellatif Kechiche, bien conocido en nuestro país, entre otras cintas por la cáustica La culpa la tiene Voltaire, premiada en el Festival de Venecia y en la que desplegaba una temática recurrente en su obra y vista nuevamente en La Venus negra: las dificultades del individuo para integrarse a una sociedad que lo considera diferente y, por ende, lo discrimina.

Está claro que a doscientos años de la fanfarria exhibicionista moviéndose entre Londres y París para permitir ver y tocar a la "mujer fenómeno", Kechiche pretende que el espectador de hoy asista al mismo espectáculo presentado en aquel entonces a un público de todas las categorías y sensibilidades.

De ahí que, sin pudores, no tape nada ante nuestros ojos y hasta insista en ofrecer matices diferentes en escenas bastante similares relacionadas con el espectáculo que, aun en su tiempo, recibió calificativos de indignante.

Después de haber sido invitados al juego del voyeur al que se le promete lo nunca visto, una cierta incomodidad comienza a dominarnos al comprobar que estamos ante una historia en la que la condición humana termina reducida a cero (en una de las mejores recreaciones de la película, el "fenómeno africano" actúa en una fiesta de disipados hedonistas parisinos que disfrutan del espectáculo, hasta que uno de ellos se da cuenta que la mujer llora en silencio mientras se le suben encima y la tocan; entonces el grupo reacciona, hay un atisbo de que se trata de un ser humano, y ya nadie quiere participar).

La Venus negra es la historia de Saartije Baartman, una surafricana que en los primeros años del siglo XIX se trasladó a Londres junto a su patrón con el propósito de actuar como artista, pero que luego fue reducida a la condición de animal de feria. Era de la etnia hotentote y padecía de esteatopigia (grasa en los glúteos) y de hipertrofia en sus órganos sexuales, algo que, según se afirma, es un síntoma que presentan mujeres de algunas tribus africanas después de tener un hijo.

La ciencia también se ocupó de ella y el mayor ultraje de todos los que conoció la mujer tuvo lugar cuando tras su fallecimiento los investigadores compraron el cuerpo y lo diseccionaron tratando de sustentar teorías racistas de las que, en su momento, se sirvieron incluso los nazis. Hasta 1976 la Venus Hotentote se estuvo exhibiendo en el Museo del Hombre en París, y en el 2002 el gobierno de Nelson Mandela reclamó los restos, los cuales fueron honrados, antes de ser inhumados en su pueblo natal.

Dos horas y cuarenta minutos quizá sean demasiado para La Venus negra y solo se justifican por la intención del director de mostrar la evolución de su personaje central y, principalmente, porque la debutante cubana Yahima Torres tiene un desempeño tan convincente y lleno de matices que resulta casi imposible renunciar a algunas escenas, como la del periodista que la entrevista, redundante en cuanto a propiciar información, pero efectiva en el retrato humano que se ha venido tejiendo y cuya intención, a no dudarlo, es desnudar hasta el fondo el alma de la mujer desnuda.

El personaje de Yahima Torres resulta mucho más rico y complicado de lo que pudiera parecer en un primer momento: no es una esclava, pretende ser una artista y no una especie de lo que años más tarde sería El Hombre Elefante, es sumisa y a la vez rebelde, se relaciona de manera diferente con los dos "directores de escena" que la explotan y a ratos la miman como a la gallina de los huevos de oro, se integra como una más cuando se ve obligada a ejercer la prostitución; mira y observa entre tragos y aunque habla poco se percata de todo, y en su exclusión social y en su dolor tragado a sorbos se convierte en un personaje tan contemporáneo como esos inmigrantes que hoy día son víctimas de la discriminación y el racismo legados por el colonialismo.

Una buena y sensible película sin duda que ––no obstante la obsesión estilística de su director por mostrarnos cada peldaño hasta el infierno–– se hubiera beneficiado con veinte minutos menos.

 

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