La
concesión durante la última semana del Premio Nacional de Diseño
2011 a Héctor Villaverde hizo justicia a uno de los artistas que con
su impronta definió el rumbo creativo de la cartelística cubana de
la segunda mitad del siglo XX.
Este reconocimiento lo concede la Oficina Nacional de Diseño
Industrial (ONDI) a los profesionales de más elevado desempeño a lo
largo de toda una vida y considera entre sus candidatos a las más
diversas esferas del diseño. Que se haya particularizado el caso de
Villaverde seguramente tiene que ver con el posicionamiento de
vanguardia del diseño gráfico cubano tras el triunfo revolucionario
de enero de 1959, y al hecho que dentro de esa vanguardia el
laureado ocupe un lugar prominente.
Y es que Villaverde, desde los tempranos 60, contribuyó a que el
cartel dejara de ser visto como arte menor o de circunstancias para
convertirse, sin dejar de cumplir con su propuesta publicitaria, en
un objeto de valor estético por sí mismo. Alentaron ese salto los
diseñadores que trabajaban para el ICAIC, la esfera ideológica del
Partido y el Consejo Nacional de Cultura, organismo este último en
el que se insertó el joven Villaverde.
A la par de la producción de carteles, el artista fue
desarrollando una fructífera carrera en otras zonas del diseño
gráfico, como la identidad de publicaciones, entre ellas Revolution
and/et Culture y Cuba Internacional, y las colecciones literarias de
la UNEAC.
También hay que destacar en Villaverde su labor como promotor del
rescate de la memoria del diseño gráfico cubano, su interés por
transmitir experiencias a las jóvenes generaciones, el impulso que
dio a la utilización de las nuevas tecnologías en función del diseño
convocado por el infatigable Víctor Casaus en el Centro Cultural
Pablo de la Torriente Brau, institución que le otorgó también el
Premio Memoria Viva, por su prolija documentación de la historia del
diseño cubano entre 1959 y 1974.
Todo ello se resume en una palabra: pasión por el diseño. La cual
va acompañada por otra: perseverancia.