Cuando solo era un joven de correcta conducta y un estudiante
aplicado de arquitectura, mientras descansaba en su casa de
Cárdenas, a José Antonio le llega la noticia del artero golpe de
Estado el 10 de marzo de 1952; reacciona al instante y parte hacia
La Habana, uniendo a su sentimiento de disgusto, la necesidad de
hacer algo contra aquel acto de traición al pueblo y acude a la
Universidad donde se concentra el estudiantado, ocupa su lugar en la
protesta y, enterado de que la dirección de la FEU se encuentra en
el Palacio Presidencial solicitando armas para luchar al presidente
depuesto, parte decidido hacia allí, aunque no es dirigente de la
FEU, decidido a sumarse a la gestión de tomar las armas para
enfrentar al tirano.
Tiempo después, un grupo de estudiantes deportistas se preparan
para ir a un evento deportivo en México con pasaportes facilitados
por la nueva tiranía. José Antonio los critica enérgicamente en
asamblea de estudiantes de la Escuela de Arquitectura, donde en
forma acalorada lo respaldan y, al interponerse para evitar que haya
violencia física, recibe un golpe que lesiona su cabeza, el primero
de los muchos que le propinarán en el futuro. José Antonio ya se
destaca como dirigente, además de buen estudiante, por su estilo
enérgico y ecuánime y su carácter jovial y fraternal.
El 10 de enero de 1953, aniversario de la caída de Julio Antonio
Mella, se erigió un busto del fundador de la FEU situado en la plaza
frente a la Universidad. Cinco días después, el 15 de enero, el
busto amanece agredido por elementos de la tiranía con un derrame de
chapapote sobre su cabeza y rostro.
La profanación indigna al estudiantado y se realizan constantes
actos de protesta en todo el recinto universitario y en sus
alrededores, con innumerables mítines relámpagos, barricadas de
fuego y obstáculos con neumáticos ardiendo, cables viejos de acera a
acera, así como muebles y tarecos de todo tipo sobre las dos grandes
vías que confluyen en la escalinata. Hasta un muñecón sale de algún
lugar y se le da por nombre un letrero que dice: Batista, y
portándolo un grupo de estudiantes avanzan por la calle L hacia la
calle 23.
En el medio del cruce de las dos vías, debajo de un semáforo que
cuelga, se amarra el muñecón y se da un mitin relámpago que es
disuelto a palos por la Policía, que bajo el mando de un coronel
avanza hacia la esquina de L y 27 donde opera uno de los muchos
puestos de mando que generan la agitación con el propósito de
parlamentar. Los estudiantes pronuncian enérgicas palabras y son
rechazados sin permitirles la exhibición. La Policía se retira e
inmediatamente empiezan a disparar sobre la esquina de L y 27 con
sus ametralladoras desde la cuadra de L entre 23 y 25. Caen 5
compañeros heridos que son retirados hacia el hospital universitario
Calixto García, mientras José Antonio pronuncia un discurso
combativo junto al busto de Julio Antonio Mella.
La consigna es partir desde la Universidad rumbo al llamado
Palacio Presidencial, sede del Gobierno, en protesta y rechazo del
tirano. La claudicante dirección de la FEU de aquellos tiempos no se
atreve a convocar a los estudiantes, pero las voces enérgicas de la
"claque", grupo de choque estudiantil que grita: ¡Traidores!
¡Cobardes! ¡A la calle!, los obliga a circular un papelito entre
ellos donde está escrito: "Hay que probar salir o desaparecemos de
todas formas". La "claque" se dispone a salir seguida por toda la
masa agitada y embravecida del estudiantado rebelde.
Se inicia la marcha sacudida por un furor de combate. Avanza por
San Lázaro, crece con incorporaciones de gente del pueblo. Desde los
balcones lucen las mujeres, enérgicas y solidarias, con sus gritos
de ¡vivas! y ¡abajo!, que adornan con sus voces y también con
sonrisas que no les faltan a la mujer cubana. La manifestación es
estremecedora con consignas como ¡Revolución! ¡A Palacio! ¡La cabeza
de Batista!
El choque, convertido en largo combate contra las fuerzas
represivas, deja un saldo de muchos estudiantes lastimados por los
golpes y un herido grave: el estudiante de arquitectura Rubén
Batista Rubio; y un líder: José Antonio Echeverría, quien siguió
creciendo en autoridad y en el respeto con que lo admiraban sus
compañeros estudiantes y los hombres y mujeres de las clases
populares que, en el seno del pueblo, sufrían la represión de la
tiranía.
José Antonio, acompañado de Fructuoso Rodríguez, fueron los
abanderados de la lucha armada iniciada el 26 de julio de 1953 con
el ataque al cuartel Moncada al mando de Fidel. Ellos señalaron y
denunciaron a los seudo dirigentes claudicantes por sus debilidades
de carácter moral que los inmovilizaban y justificaban con "acuerdos
de enérgicas declaraciones", mientras bajo cuerda hacían contactos
con personeros de la tiranía que a su vez introducían sus agentes en
la Universidad disfrazados de "revolucionarios" para esconder su
condición de verdaderos gánsteres, bonchistas de nuevo cuño o
paniaguados de la misma.
A la vez, la aberrante tendencia a lo fácil, a la disminución de
los programas de estudio, a conocer con anterioridad las preguntas
de los exámenes, al regalo de puntos para aprobar determinadas
asignaturas o el aprobado inmerecido que se practicaba; no en toda
la Universidad, sino excepcionalmente en algunas asignaturas de
determinadas carreras por algún profesor reclutado por esta
práctica, por amenazas o influencias de aquella sociedad, pero que
creaba un clima de complicidad como si todos lo hicieran. José
Antonio erradicó totalmente estos métodos, actuando con valentía y
energía contra los agentes del gobierno tiránico y los
procedimientos bonchistas. La Universidad quedó moralizada.
Inmediatamente se puso en práctica en las filas revolucionarias que
el estudiante verdaderamente revolucionario es el buen estudiante y
que además ejerza la elevación de su cultura general. Y esa es parte
fundamental de su mensaje en la lucha contra la tiranía. La
Universidad y todos los centros de enseñanza del país se
convirtieron en baluartes de la cultura frente a la tiranía.
En esa dirección también se organizaron actividades culturales
con la cooperación de grandes artistas revolucionarios de la música
y la danza, de las artes plásticas, del cine y el teatro, y con toda
la intelectualidad que nos apoyaba, se organizaban conferencias en
el Aula Magna y otros recintos universitarios.
Además, ningún compañero futuro combatiente de la lucha armada
podía exhibir su arma de combate en el territorio universitario; se
debía andar desarmado, el arma sería la conducta. Se tocarían las
armas solamente cuando se hicieran prácticas de armamento de forma
clandestina bajo un control y disciplina estrictos en determinados
días y horas en locales estudiantiles o extra universitarios. Toda
la fuerza mental y física al servicio de nuestras ideas contra la
dictadura se haría en las manifestaciones de calle, cuando José
Antonio, apoyado en el Directorio Revolucionario de la FEU, nos
convocara. Y así se hizo.
Las más contundentes manifestaciones de toda su historia
partieron de la Universidad a desafiar a la tiranía, sacándoles sus
malas entrañas a la luz pública, no solo en Cuba sino en todo el
mundo. La consigna del enfrentamiento era la de no retroceder, la de
pelear con los puños frente a las armas, defendiendo como nuestro
territorio la calle, porque la calle es del pueblo, hasta
derrotarlos sumergiéndolos en su impotencia de esbirros.
Así salió cada vez José Antonio acompañado de Fructuoso y de toda
la dirección en primera fila, seguidos desde la segunda fila por sus
comandos del Directorio, sin ceder ni un milímetro. Ese era su
entrenamiento para vencer al miedo y hacernos más temiblemente
fuertes y estar listos para cuando llegara la hora de empuñar las
armas en la nueva guerra necesaria que se avecinaba.
Y en esa práctica, José Antonio nos unió al movimiento obrero. De
ellos aprendimos y ellos aprendieron de nosotros, y después de
muchas escaramuzas nos fuimos a la huelga azucarera aplicando
juntos, obreros y estudiantes, lo que aprendimos. Los obreros
salieron de sus centrales y fueron hacia las ciudades a unirse con
los estudiantes, provocando una conmoción que puso en crisis a la
tiranía que se tambaleó, pero faltaron las armas. Cuando el tirano
reaccionó después de la huelga dio órdenes de ensangrentar más al
país. Cuando estaban más listas que nunca las fuerzas represivas
para tirar a matar, José Antonio se reunió con sus compañeros del
Directorio de la FEU y examinando la situación quiso, lo que
podríamos llamarle, "hacerle una consulta al pueblo".
La lucha de masas estaba al máximo de su radicalización y la
tiranía se proponía ahogarla en sangre. Estábamos en 1956, el año de
"ser libres o ser mártires" proclamado por Fidel, que en México
preparaba un ejército revolucionario para venir a cumplir con la
palabra empeñada; por tanto, entrábamos en el año de la guerra ambas
partes, por lo que estaba justificado que nosotros también
eleváramos la técnica de la lucha; para que cuando atacaran nuestras
manifestaciones con la orden de tirar a matar, nosotros le
respondiéramos con las armas también en defensa de nuestras
manifestaciones. Esa táctica se puso en práctica el 2 de diciembre
de 1955, con el resultado de una docena de policías y dos
comandantes heridos.
Al mismo tiempo elevábamos el nivel de la lucha de masas al ir
preparando también el ánimo del pueblo para recibir la expedición
armada del Movimiento 26 de Julio, comandada por Fidel.
José Antonio lógicamente no podía, aunque hubiese tenidos los
medios, realizar una encuesta para preguntarle al pueblo si aprobaba
nuestra decisión, pues la tiranía habría asesinado a los posibles
entrevistadores. Entonces contactó por vía del aparato clandestino a
los periodistas de las emisoras de radio y televisión, como los de
Radio Reloj y la CMQ y la de los periodistas de los diarios El
Mundo, Avance, Prensa Libre; en fin, con todos, pues los que no se
contactaron directamente, lo hicieron después los propios
periodistas entre sí y la respuesta que recibió fue formidable.
Decían que la opinión pública había aprobado el método hasta con
alegría; y se hacía el chiste de que por primera vez habían perdido
los azules (la Policía) 12 a cero, al referirse a la riposta armada
del día 2 de diciembre. De esta forma fue llegando el estado de
opinión, que resultó totalmente positivo para incrementar el
optimismo de José Antonio y de todos nosotros, que estábamos
actuando según el plan. Pero en fin, todas las fuerzas estaban
tensas, como en una cacería y la mirada puesta en México.
Las condiciones estaban creadas. Estábamos a mediados del año
1956. José Antonio se reunió con la dirección del Directorio
Revolucionario de la FEU. Fueron varias reuniones. Se reuniría con
Fidel en México al regresar del viaje que haría hacia Sur América
para la reactivación del proyecto de la Federación de Estudiantes
Universitarios de América Latina.
La entrevista consistió en hablar sobre los planes del inicio de
la lucha armada frontal con la fuerza expedicionaria que al mando de
Fidel, desembarcaría próximamente y nosotros estar preparados. Se
elaboró una declaración conjunta para ese fin, firmada por ambos en
nombre de las organizaciones por ellos representadas. Así surgió la
Carta de México.
El Directorio Revolucionario y el Movimiento Revolucionario 26 de
Julio ya estaban en pie de guerra; el primero con la puesta en
práctica de defender con los armas las acciones de masas que fueran
reprimidas por la violencia armada de la Policía, y el segundo ya
preparado para partir y desembarcar en Cuba y desencadenar la lucha
insurreccional. Las condiciones de guerra ya estaban creadas en el
país y se radicalizaría aún mas a partir de las reuniones de Fidel y
José Antonio; aunque en sus momentos la organización militar de
Fidel había recibido duros golpes de la Policía mexicana que les
ocupó una parte importante de las armas; y por la parte de José
Antonio, en ese momento disponía solo de un pequeño arsenal.
Las dificultades se vencieron y Fidel partió al frente del
contingente armado desembarcando en Cuba el 2 de diciembre de 1956,
tras una gloriosa acción de apoyo del Movimiento 26 de Julio en
Santiago de Cuba. Al mismo tiempo, José Antonio había captado a un
grupo de jóvenes revolucionarios que lo admiraban e ingresaron al
Directorio, y siendo depositarios de un gran arsenal, se lo
entregaron a él y se pudo realizar el levantamiento armado del 13 de
marzo de 1957.
Cuántas dificultades interpuestas en el camino tuvieron que
vencer ambos jefes, partiendo de lo que parecía imposible, para
iniciar como Martí la guerra necesaria. Estos son el prototipo de
hombres de la Revolución.
Y por cuántos descalabros más tuvieron que pasar Fidel y José
Antonio desde el propio desembarco del Granma y durante la
preparación del día que sería el 13 de Marzo. Escojo palabras de
Fidel, pronunciadas el 13 de marzo de 2002, como el mejor cronista
de aquel momento:
"Todavía escucho el extraño tic tac de Radio Reloj, mudo de
palabras. Desde una montaña a mil metros de altura en el corazón de
la Sierra Maestra, con sólo doce hombres, tratábamos de escrutar
aquel misterio. ¡Algo grave sucedía! Lejos estaba de imaginarme que
en aquel instante un grupo de heroicos compatriotas, con José
Antonio al frente, estaban llevando a cabo el compromiso de luchar
unidos para derrocar la tiranía y llevar a cabo la Revolución
Cubana, suscrito en México entre el Movimiento 26 de Julio y la
Federación Estudiantil Universitaria el 30 de agosto de 1956... De
ambas fuerzas que habían firmado la Carta en aquellos instantes no
quedaba prácticamente nada".