| Las razones de Cuba 
			Operación surf Las redes clandestinas y las conexiones 
			ilegales a Internet, parte de un plan subversivo contra la Isla que 
			ya la CIA ha aplicado contra otras naciones. La historia que hoy se 
			revela es obra de mujeres y hombres de la Seguridad del Estado 
			quienes, junto a protagonistas del pueblo como el joven cubano 
			Dalexi González Madruga, confirman que los propósitos de los 
			enemigos de la Revolución siguen siendo los mismos: destruirla DEISY FRANCIS MEXIDOR, MARINA MENÉNDEZ y JEAN GUY 
			ALLARD Sentado a la entrada del pequeño puentecito que lleva a El 
			Cayuelo, Dalexi González Madruga volvió a repasar las claves que 
			debería dar cuando llegara el desconocido: una anunciada presencia 
			que la noche anterior le había intranquilizado el sueño. 
			
			 Las 
			antenas venían camufladas como tablas de surf. Hacía rato eran pasadas las 12, y el sol le daba de lleno en el 
			rostro. Le habría gustado estar allí como los otros, disfrutando la 
			competencia de surf que alborotaba esa parte del litoral habanero 
			antes de llegar al poblado de Santa Cruz del Norte, justo en el 
			camino hacia Matanzas. Pero no debía olvidar las palabras «mágicas» 
			para cuando el tipo se le acercara.  Llevaba puesto, como le habían indicado, un pulóver blanco, le 
			había advertido poco más o menos Marcos, el amigo del barrio que 
			hacía algún tiempo residía en España y lo había metido en aquello, 
			casi sin contar con él. «Lo importante es que sea blanco el 
			pulóver», insistió. Todo había empezado en enero de 2007, hacía alrededor de un año. 
			Entonces, Marcos solo le anunció que iría un amigo a verlo. 
			«Atiéndelo, que viene a "ayudar"». Se preguntó para sus adentros en 
			qué podría auxiliarlo un extraño.  Pensó que sería otra de las cosas de Marcos, tan cambiado desde 
			que vivía en España, según lo que contó, dedicado a la onda de los 
			celulares. Últimamente, casi solo eso, la devoción de ambos por la 
			tecnología y los negocios, mantenía su amistad.  A Dalexi nunca se le ocurrió que Marcos le fuera a enviar a un 
			tipo tan raro como aquel que tocó a su puerta.  
			
			 Dalexi, 
			en una reconstrucción de los hechos. Todo fueron preguntas extrañas desde que llegó Robert Guerra, 
			como se le presentó, sin miramientos, el visitante. Lo primero que 
			llamó la atención de Dalexi fue que le preguntara «si desde su 
			azotea, en una loma de la Víbora, se divisaba la Sección de 
			Intereses de Estados Unidos». Ya eso no le gustó.  Por si acaso, él creyó que dejaba bien sentadas sus cartas 
			credenciales cuando le espetó que no. «Lo que se ve muy bien desde 
			mi azotea es la Embajada Rusa», le respondió, tajante. Pero Guerra no entendió… o eso no le bastó. Hablaba claro y 
			fluido el español aunque tenía acento extranjero y Dalexi se sintió 
			tan abrumado por la trascendencia inquietante de su diálogo que ni 
			siquiera le preguntó la nacionalidad. Pronto se dio cuenta que 
			detrás de esa visita había algo más que cuestiones puramente 
			técnicas.  La conversación estaba atravesada por dobleces que no pasaban 
			inadvertidos para un ingeniero en telecomunicaciones como él. Sin cortapisas, tanto Guerra como Marcos le confiaron que antes 
			habían recorrido varios hoteles comprobando cómo eran los sistemas 
			de conexión inalámbrica a Internet porque estaban realizando un 
			estudio, lo que le despertó más sospechas tratándose, como era el 
			caso, de un extranjero con pinta de turista. ¿Qué tanto, y por qué 
			le interesaban al hombre aquel cómo «navegaban» los cubanos? 
			 Robert 
			Guerra fue el experto de Freedom House que disertó en el evento 
			sobre ciberdisidencia organizado por Bush el pasado año. Después fue su insistencia en hablar sobre la manera de conseguir 
			fácil acceso a Internet que, ¡claro!, es el sueño de cualquiera y 
			mucho más en un país como este, rodeado por cables submarinos que 
			posibilitarían a la gente una fácil y rápida salida al ciberespacio, 
			pero cuyo uso Estados Unidos le tiene vedado por una razón que data 
			ya de cinco décadas: el bloqueo. Sin embargo, eso fue solo una suerte de manzana de la tentación. 
			La puntita del pie de Guerra bajo un faldón lleno de intenciones 
			aviesas, que se podían materializar instalando todos aquellos 
			programas que le entregó a Dalexi en CD, plugs, navegadores y otros 
			medios de lo más avanzado en software, sin que el joven se los 
			pidiera. Lo dejó atónito su persistencia con aquello de que «aprendiera a 
			establecer redes de comunicación entre dos o más edificios por si 
			"ocurría algo" y era menester mandar alguna información»; podría 
			decirse que a Guerra lo obsesionaba ese tema. Lo enseñó a entrar a 
			sitios de la web sin acceso desde las conexiones nacionales, 
			haciéndolo desde un servidor en el exterior. Además, nadie lo podría 
			detectar.  También era notorio su deseo de mostrarle la forma de encriptar 
			mensajes. Incluso, le dejó un disco con aplicaciones capaces de 
			emitir textos que en las ondas cibernéticas se transmitieran como 
			algo similar al ruido. Así serían muy difíciles de identificar. La inclinación de Robert Guerra por lo secreto se abría ante 
			Dalexi, por el contrario, como una revelación. Le lanzó una nueva 
			carnada cuando mostró su celular: una creación de los servicios de 
			inteligencia alemanes que en ese momento acababa de salir al 
			mercado, y cuyo atractivo mayor era que desde él podían enviar 
			mensajes cifrados, igualmente en claves no detectables de manera 
			común. Evidentemente, Marcos ya había pactado con Guerra cómo meterlo a 
			él en un trabajo sucio que no le fue propuesto de forma concreta, 
			pero para el cual le dejaron todas las herramientas… además de la 
			sugerencia.  Desde luego que no hizo nada. Solo comentó sus preocupaciones con 
			alguien que las podía despejar ¿Acaso habrían pensado Marcos y 
			Robert Guerra que el hecho de trabajar «por la izquierda» presuponía 
			que él podía hacer algo en contra de su país? Como le instruyeron a partir de este instante, le dio cordel al 
			extranjero y a Marcos para ver adónde avanzaban. Su vecino llegó a 
			proponerle, más bien a imponerle, una recepción ilegal. Marcos, quien ya había retornado a España, le pasó un correo 
			donde le mandaba ir urgentemente a una localidad remota en Baracoa, 
			al otro extremo de la Isla, a recoger unas antenas. Lo que más le 
			sorprendió fue comprobar después que la descripción hecha por Marcos 
			de aquel sitio intrincado por donde, le advirtió, «no pasa una puta 
			alma», coincidía con la realidad. Pero de entrada se negó a hacer un 
			viaje tan largo y peligroso.  Bañado por el tibio sol de marzo de 2008, ahora se encontraba en 
			medio de una competencia de surf frente a El Cayuelo, parado en una 
			punta del puentecito con visos de desembarcadero. Por ahí llegaría 
			el envío. El nuevo «turista» sabría que él era el hombre en cuanto 
			lo viera con el pulóver blanco. No pasó mucho tiempo antes de que el sujeto emergiera entre los 
			surfistas. Recorrió de varias zancadas los 50 metros aproximados del 
			paso construido con maderas viejas sobre el mar, y se detuvo junto a 
			él. Era el organizador de la competencia, que promocionaba una 
			página web. Atlético y rubio, tenía el prototipo y el nombre de un 
			estadounidense salido de un estudio de Hollywood: «Barry». Las claves que los identificarían también parecían cosas de un 
			filme de espionaje, si no fuera porque el fornido émulo de James 
			Bond que le mandaron, estaba muy nervioso. Evidentemente, sabía que 
			hacía algo ilegal.  «¿Cómo está el surf al sur de Francia?», preguntó rápido, con 
			evidentes deseos de terminar pronto. Era la pregunta esperada. 
			Dalexi le respondió con la contraseña apropiada, y no hizo falta 
			más. Fueron hasta el pequeño microbús aparcado a unos metros, y Barry 
			le entregó las cuatro antenas satelitales, camufladas como tablas de 
			surf, junto a una verdadera. Muy buen sistema para engancharse al 
			flujo ilícito a Internet. Con una antena, cada usuario podría 
			conectar a varias personas para formar aquellas redes que 
			obsesionaban a Guerra. ESPIONAJE Y SUBVERSIÓN Lo que Dalexi ignoraba en un principio era que la estrategia 
			enemiga intenta minar desde adentro y, al propio tiempo, hacer ruido 
			con las mentiras afuera. El establecimiento ilegal de redes 
			clandestinas en Cuba pretende conformar un sistema de comunicación 
			paralelo y al margen de las instituciones y sus autoridades, que sea 
			capaz de «levantar» al pueblo de Cuba, en tanto consigue apoyo en el 
			exterior mediante las campañas que satanizan a su Estado. 
			 Confiesa 
			Dalexi que se percató que lo querían utilizar y, simplemente, no se 
			iba a prestar para una actividad de ese tipo. Entonces se convirtió 
			en Alejandro para el enemigo, y en Raúl para la Seguridad cubana. No es algo inventado por un novato. Es un modo de hacer 
			escrupulosamente estudiado por los servicios de inteligencia 
			estadounidenses, y probado ya con buenos resultados en las llamadas 
			revoluciones de colores en algunos países del Este europeo y en 
			Irán. Así se propaló el cuestionamiento al triunfo de Mahmud 
			Ahmadineyad tras las elecciones del 12 de junio de 2009, y se 
			soliviantó a la ciudadanía convocándola a manifestarse, mientras se 
			presentaban esas protestas ante la opinión pública internacional 
			como expresiones de descontento «espontáneas». Más recientemente ese modo de actuar se evidenció durante los 
			levantamientos populares en algunos países de Oriente Medio y el 
			Norte de África. Por añadidura, el afán de revertir la Revolución Cubana mediante 
			la subversión también es antiguo y cuenta con muchos fondos. Los 
			hechos no son aislados, van cambiando los instrumentos, pero 
			objetivos y métodos son los mismos. Una de las principales sufragantes es la USAID (la mal llamada 
			Agencia para el Desarrollo Internacional), cuya sección 
			latinoamericana está a cargo de Mark Feierstein, un supuesto 
			especialista en sondeos de opinión que actuó como jefe de proyecto 
			de la Fundación Nacional para la Democracia (NED por sus siglas en 
			inglés) en Nicaragua, en los años 90 y, en el 2002, asesor de la 
			campaña presidencial del boliviano Gonzalo Sánchez de Lozada, 
			refugiado en Estados Unidos porque está acusado en su país de la 
			masacre de 63 campesinos en el año 2003. Hoy, exactamente como ayer bajo Bush, la USAID sigue siendo el 
			dispositivo multimillonario para agredir e intentar desestabilizar, 
			fragmentar, y anexar a la Isla. Desde su creación, poco después del 
			triunfo de la Revolución, hasta ahora, nunca ha dejado de ser la 
			cara visible de la inteligencia yanqui. Una auditoría interna a su Programa Cuba, en septiembre de 2007, 
			revelaba que desde 1996, había concedido subvenciones por 64 
			millones de dólares a unas 30 entidades contratistas.  Los informes publicados ulteriormente revelan que por medio del 
			anexionista Plan Bush fueron concedidos alrededor de 140 millones de 
			dólares. Eso, sin contar el dinero asignado en partidas secretas.
			 A pesar de la reconocida ineficiencia de sus contratistas, la 
			USAID informó al Congreso y al Gobierno que, en los años anteriores 
			al 2008, logró infiltrar en Cuba «más de 80 expertos 
			internacionales», además de entregar diez mil radios de onda corta; 
			dos millones de libros subversivos y otro material «informativo». 
			Fue el antecedente inmediato a la agresión cibernética.  Hoy, la USAID se jacta abiertamente de dar «apoyo a las 
			actividades de extensión de la SINA en La Habana»; de brindar 
			«programas de acceso a Internet», y reconoce introducir en el país 
			«dinero, computadoras portátiles de última generación y otros medios 
			de comunicación».  Para eso emplea vías «directas e indirectas», entre ellas las 
			remesas, emisarios (mulas), y las embajadas y diplomáticos «de 
			terceros países» además del otorgamiento de premios internacionales 
			a blogueros mercenarios. La lectura de todas las informaciones que rodean las agresiones 
			de la USAID contra Cuba revela una larga sucesión de actividades 
			ilegales que van desde los subsidios a ex oficiales de la CIA o a 
			auténticos terroristas, hasta el tráfico de material electrónico de 
			última generación, actual obsesión de la agencia. La práctica sucia de utilizar Internet para la intervención 
			política viene perfilándose desde hace algunos años, con una 
			tendencia en aumento a partir de las recientes medidas anunciadas 
			por la administración de Barack Obama, quien heredó de George W. 
			Bush la decisión de redirigir los financiamientos para la subversión 
			contra Cuba, en el ámbito de las telecomunicaciones. EL FALSO FILÁNTROPO No era exactamente un benefactor desinteresado el visitante con 
			perfil de negociante extranjero que se había aparecido en casa de 
			Dalexi González, dejándole como regalo un maletín lleno de programas 
			de informática. Su dossier, desconocido para el joven cubano, estaba 
			demasiado cargado como para que aquel, al menos, no lo olfateara.
			 Robert Guerra es nada menos que el actual jefe del plan de 
			agresión cibernética de Freedom House, la misma organización CIA que 
			desde hace varias décadas encubre operaciones de inteligencia contra 
			Cuba, con financiamiento de la USAID y por medio de la NED. Un plan 
			creado por el Centro para una Cuba Libre (Center for a Free Cuba), 
			del agente CIA Frank Calzón. El 19 de abril del 2010, fue Guerra quien usó de la palabra como 
			experto de Freedom House en el evento organizado por esa 
			organización junto con el Instituto George W. Bush, convocados por 
			un tema sugerente: el Movimiento Global de Ciberdisidentes, un 
			producto propagandístico concebido y manejado por la CIA. Entre la veintena de otros personajes incluidos en los paneles 
			estuvieron Jeffrey Gedmin, el capo de Radio Europa Libre/Radio 
			Libertad —dos antenas CIA con largo historial subversivo—; Daniel 
			Baer, asistente Secretario de Estado para la Democracia, los 
			Derechos Humanos y el Trabajo; Peter Ackerman, especialista de la 
			subversión en Europa Oriental; el colombiano Oscar Morales Guevara, 
			asociado al Programa de Libertad Humana del Instituto George W. Bush; 
			así como varios mercenarios de la agresión cibernética librada por 
			Washington en el mundo entero. Guerra tiene una hoja de servicios bastante característica de 
			muchos personajes identificados con los servicios de inteligencia 
			norteamericanos.  Realizó estudios en universidades como la canadiense University 
			of Western Ontario, de London, Canadá, (1984-1988) y la Universidad 
			de Navarra, en Pamplona, España, (1991-1996), donde estudió 
			Medicina, una profesión que no ha ejercido, aunque hizo una 
			incursión en el mundo de la Salud. Pero enseguida se orientó hacia la informática, y creó en el 
			curso de varios años una red de firmas que aparecen y desaparecen; 
			sin embargo, todas vinculadas con los temas que conformarían su 
			actual especialidad. Para ello se construyó poco a poco una imagen híbrida de 
			especialista de los «derechos humanos» vinculado a la informática. 
			Se convirtió en experto del uso subversivo de Internet y de la 
			seguridad en las redes hasta, curiosamente, el manejo de «riesgos» 
			en las comunicaciones; la censura, el llamado cibercrimen, y en los 
			métodos para encriptar información, es decir la codificación de los 
			mensajes. Según las necesidades de sus tareas del momento, creó entidades 
			reales o fantasmas hasta fijarse en Privaterra, una «empresa 
			canadiense» con la cual se apareció en La Habana. Privaterra se 
			definiría luego como «un proyecto de Computer Professionals For 
			Social Responsibility, una organización no gubernamental sin fines 
			de lucro, creada en 1982, cuya base se encuentra en Palo Alto, 
			California, Estados Unidos de América».  En los últimos años, Guerra ha participado en numerosas 
			conferencias internacionales, siempre sobre estos mismos temas, y se 
			vinculó a ONGs o seudo ONGs y «fundaciones» que llevan la marca 
			inconfundible de los servicios estadounidenses. Logró, incluso, 
			introducirse en la Cumbre Mundial sobre la Sociedad de la 
			Información-CMSI (ONU) como «asesor» de la delegación canadiense.
			 Se quitó la máscara en abril del 2009, cuando —ya como jefe de la 
			subversión informática de Freedom House— hizo declaraciones públicas 
			difamando groseramente de media docena de países, todos opuestos a 
			la potencia hegemónica de Estados Unidos en la web, entre ellos 
			China y Rusia. Pero es contra Cuba que reserva sus calumnias más sucias. Afirma 
			que este es el país donde la situación es «más desastrosa» a escala 
			del planeta, porque prácticamente nadie en la Isla tiene acceso a 
			Internet, donde «el uso de la red es reprimido ferozmente con leyes 
			crueles» y demás argumentos regularmente difundidos por los 
			servicios norteamericanos.  Como es lógico, nunca menciona las medidas tomadas por Washington 
			para prohibir a Cuba el uso de equipos y softwares de última 
			generación y las redes de fibra óptica que rodean la Isla, lo que la 
			obliga a recorrer costosísimas conexiones por satélite. NAVEGAR OCULTO Se acusa a nuestro país de negar el libre acceso a Internet, sin 
			embargo para muchos es casi desconocido que la lenta conexión del 
			país al ciberespacio no se debe a una disposición del Gobierno 
			cubano, sino a una cláusula de la guerra económica que por casi 
			cinco décadas pende sobre la Isla y que imposibilitaba el acceso a 
			la red controlada por Washington. Fue a partir de 1996 que se pudo contar con navegación 
			internacional, pero con un condicionamiento político: forma parte 
			del paquete de medidas de la Ley Torricelli, de 1992, para 
			«democratizar la sociedad cubana».  Según la legislación —que aún sigue vigente— cada megabits (rango 
			de velocidad de conexión) contratado a compañías norteamericanas, 
			debía ser aprobado por el Departamento del Tesoro; además, 
			estableció todo tipo de sanciones para quienes favorecieran, dentro 
			o fuera de Estados Unidos, el negocio electrónico o el más mínimo 
			beneficio económico de la Isla por este concepto. De manera que toda 
			la conexión desde aquí se efectúa por satélite, lo que implica más 
			lentitud y que sea cuatro veces más cara. En esta incitación a la ilegalidad se promocionan hasta sitios 
			digitales desde Miami en los que se asegura que son «su garantía 
			para instalar en Cuba Internet», y entre las bondades afirman 
			garantizar un servicio satelital de banda ancha, total discreción y 
			confiabilidad, pues dicen que el «sistema no es detectable y el 
			plato puede ser camuflado fácilmente», y que los clientes «podrán 
			navegar abiertamente sin restricciones, ver por cámara a su 
			familiar, usar skype, montar redes Wi-Fi hasta 20 computadoras por 
			sistema y conectar llamadas».  NUEVOS MÉTODOS, ESTRATEGIA VIEJA Desde que los milicianos derrotaron en 1961 a los mercenarios en 
			Playa Girón, los tanques pensantes de Washington supieron que no 
			resolverían el problema cubano al estilo de la clásica agresión 
			militar. La única manera de acabar con la Revolución naciente eran 
			las actividades encubiertas. Terrorismo y subversión. Que fueran los 
			propios cubanos los que acabaran con eso desde adentro. Así lo 
			recogía el llamado Plan Mangosta. Primero fue la oficialización del bloqueo como una política de 
			asfixia que ya ellos habían iniciado desde el mismo año 1959, cuando 
			congelaron el dinero de Cuba en los bancos estadounidenses y le 
			quitaron la cuota azucarera. A eso le sumaron el racimo de diversas 
			legislaciones que prohíben cualquier transacción comercial hacia 
			Estados Unidos de productos que tengan algún componente cubano, y 
			viceversa. Es una verdadera guerra económica que castiga a terceros 
			desde que la ley Helms-Burton internacionalizó la obsesión de los 
			yanquis. Una política que flagela al pueblo cuya «libertad» y 
			«democracia» dice defender. Se le niega no solo lo último en 
			medicamentos, sino también se entorpece a su Estado el acceso a un 
			servicio de información y comunicación casi indispensable para 
			cualquier ser humano. En los últimos tiempos, la CIA busca proveer de las conexiones a 
			Internet a los cubanos que ella selecciona, en función de sus 
			intereses de inteligencia, a la usanza de las mejores acciones 
			encubiertas.  Al tiempo que las campañas mediáticas, voraces, satanizan al 
			«régimen cubano», aquellos planifican que algo tan noble y útil como 
			la red de redes sirva para instrumentalizar una operación 
			desestabilizadora que dé al traste con el Gobierno de «los Castro».
			 Si en los años 70 y 80 del siglo pasado un mensaje cifrado tenía 
			que ser emitido en clave morse o mediante una radio de onda corta 
			entrada ilegalmente, ahora no hacen falta esos entuertos. Basta con 
			aplicar algunos de los programas entregados por Robert Guerra a 
			Dalexi. Por otra parte, los agentes encubiertos de hoy están entrando al 
			país como él y Barry: turistas con gorras y pulóveres coloridos, 
			portando bajo el brazo una antena disfrazada como una inofensiva 
			tabla de surf. LA PATRIA NO TIENE PRECIO Todavía después de lo del Cayuelo, Dalexi González recibió nuevas 
			encomiendas. Le orientaron recoger algunos aditamentos que faltaban 
			a las antenas al céntrico Puente Almendares, donde los encontraría 
			en una bolsa negra de nailon aparentemente abandonada. Ya no se pudo 
			negar, así que acudió, buscó y rebuscó arriba y debajo del puente, 
			entre los matorrales: pero no había nada allá. Luego supo que las 
			cosas fueron enviadas con otra turista, también estadounidense, 
			nombrada Margaret… quizá una emisaria de Robert Guerra. Si algo estuvo claro para Dalexi desde el comienzo, era que 
			Marcos tenía un fuerte sustento financiero detrás. Velaba porque 
			cualquier gasto quedara estampado en un recibo que guardaba 
			cuidadosamente. Aquella gente averiguaba demasiado y gastaba más. 
			Era muy aparatosa su manera de operar. Y desde el momento en que 
			conoció a Guerra, supo que lo querían reclutar. Todo funcionaba así, 
			como un thriller de espionaje para el cual lo probaron varias veces.
			 «Según se desarrollaban los sucesos, pronto me di cuenta que me 
			querían utilizar y, simplemente, no me iba a prestar para una 
			actividad de ese tipo. Entonces me convertí en Alejandro para el 
			enemigo, y en Raúl para la Seguridad de mi país». 
				Cuba no está en contra de la tecnologíaCuba no está en 
				contra del uso de la tecnología, al contrario. El mundo se mueve 
				a velocidad vertiginosa en esta esfera, pero se requiere orden, 
				control. Montar estaciones de satélite, necesita licencia, 
				explica el ingeniero Carlos Martínez, director general de la 
				Agencia de Control y Supervisión (ACS) del Ministerio de la 
				Informática y las Comunicaciones (MIC). No se trata de una 
				exclusividad de Cuba. Es algo que está estipulado de manera 
				internacional.  Firmada por 189 naciones, la Constitución de la Unión 
				Internacional de Telecomunicaciones es el texto que funge como 
				órgano especializado de la Organización de Naciones Unidas 
				vinculado al tema. Y reconoce en toda su plenitud el derecho 
				soberano de los Estados a reglamentar esta rama.  Por ejemplo, hay países que cobran el servicio de televisión 
				que nosotros brindamos gratis a nuestro pueblo. Hay otros que 
				aplican un impuesto, es su derecho. «Aquí está reglamentado que 
				todos los servicios espaciales llevan licencia», explica 
				Martínez. Es por eso que la ACS lleva a cabo un trabajo muy serio de 
				detección de estaciones ilegales. En Cuba, el uso del espectro 
				radioeléctrico está legislado por el decreto 135 de 1986.  Pero, específicamente, en relación con los servicios 
				espaciales se emitió el decreto 269 del año 2000, vinculado a 
				las estaciones con acceso a satélites artificiales de la Tierra 
				que «traten de transmisión hacia esos satélites, de recepción, o 
				las dos cosas y en cualquier banda de frecuencia que se 
				empleen». En el mismo —comenta el funcionario— se norma la 
				obligatoriedad de obtener un permiso que emite la ACS, de 
				acuerdo con determinadas reglas técnicas. Cuba cuenta con medios técnicos modernos para el 
				enfrentamiento a cualquier tipo de ilegalidad referida al uso de 
				su espacio radioeléctrico. Es una tecnología cara, pero el país 
				ha tenido la necesidad de adquirirla, lo que unido, entre otras 
				medidas, a un cuerpo estatal de inspectores, cierran el círculo 
				a las violaciones. |