El
asalto escultórico de José Villa Soberón a los predios del Instituto
Valenciano de Arte Moderno (IVAM) este otoño recibió el espaldarazo
de críticos y espectadores que advirtieron el desempeño creativo de
un artista que propone un discurso visual atrevido, contundente y
cargado de sugerencias poéticas.
Alejado
de los ecos de las aventuras instalacionistas y las deliberaciones
conceptuales que algunos esperan de un artista formado en Cuba y que
no ha dejado de trabajar en su país, lo primero que advirtieron los
visitantes al IVAM fue cómo, mediante Immmutabilitas, Villa
reivindica el oficio escultórico como detonante para la imaginación
y la reflexión del espectador.
En esta oportunidad, el escultor cubano ahondó en una de sus
vertientes, la que transita por las rutas de la abstracción. El
crítico Alfons García Valencia despejó dudas y señaló la congruencia
y pertinencia del repertorio de imágenes volumétricas: "No lo
parece, pero el José Villa de las trece grandes esculturas
geométricas que pueblan la galería no. 1 del Institut Valencià d'Art
Modern es el mismo del monumento a José Martí del Paseo de La Habana
de Madrid (sí, sí, el del comienzo de la película El día de la
bestia). No lo parece, pero es también el mismo de la estatua de
Hemingway en El Floridita de La Habana; y el de la Madre Teresa de
Calcuta del convento de San Francisco de la capital cubana. También
es el de John Lennon del parque del Vedado o el de Denver (EE. UU.)".
Con gran agudeza, y luego de desmentir el etiquetado minimalista
que muy a la ligera algunos han tratado de colocar ante este
territorio de la creación, el teórico y crítico Facundo Tomás
explicó del siguiente modo la propuesta: "El sentido fundamental de
la escultura de Villa es el juego, esa esencia del comportamiento
humano que permite soportar la tremenda tragedia de la mera
existencia. El juego como fundamento de la obra de arte: la visión
lúdica del mundo como complemento necesario a la irrevocable mirada
trágica porque el juego no sustituye a la tragedia, sino que le da
forma vital".
Sin embargo no hay un punto de partida trascendentalista en las
esculturas del artista cubano. La búsqueda se centra en la
recreación de formas preconcebidas hasta conseguir la sorpresa del
ojo que observa. La espiral —signo de crecimiento, desarrollo,
aspiración— se dispara en las representaciones escultóricas por las
vías más inusitadas. Se convierte en laberinto rectilíneo para
coronar el rectángulo macizo de la pieza titulada Torso; se
decanta en una precaria horizontalidad en Yacente; subvierte
el discurso arquitectónico en Atrio; desafía la gravedad en
Travesía; y se concentra, triángulo y pirámide a la vez, en
Tesalia.
Presentes también se hallan alusiones a la cultura material de
las civilizaciones autóctonas americanas, como en Hacha y Viento,
pero sin la menor pretensión antropológica, más bien como
referencias icónicas del juego en el cual el escultor involucra al
espectador.
Al mismo tiempo Villa logra imantar la pupila con un aire de
levedad que contradice la pesadez del acero. En el espacio del IVAM
las esculturas parecen flotar.
La directora del instituto, Consuelo Ciscar, se felicitó por
haber podido acoger esta exposición. De ahí que dijera: "Villa se
muestra como un prestidigitador del arte que convierte materia en
sueños, minerales en poesía, formas en ideas; que avanza de la nada
al todo con el único y expreso deseo de encontrarse con el
espectador para que se deleite con unas estructuras que nunca fueron
así y nunca hubieran existido de no ser por la manipulación mágica
del escultor".