Los
amantes del cine se quitan el sombrero para despedir al incansable
Claude Chabrol, muerto a los ochenta años con tantos planes en la
cabeza que hubiera necesitado varias décadas más para cumplirlos.
Quien fuera precursor de la mítica Nueva Ola francesa con El
bello Sergio y Los primos (1958), autor de cerca de
sesenta películas "porque lo mío es no parar de filmar" y crítico
cinematográfico de la tumultuosa Cahier du Cinéma, deja la herencia
de un cine de autor de alta calidad en un mundo regido, cada vez
más, por lo ramplón comercial.
Se hizo célebre por mirar desde el suspenso detrás de las
apariencias de la burguesía francesa y poner a flote su núcleo
hipócrita y criminal, especialmente en provincia. Una estética
desarrollada a partir de Hitchcock y que le permitió elaborar un
concepto muy particular del drama y la tragedia.
En los enfoques de Chabrol resalta la dominación, la dependencia
y las relaciones de poder dentro de la pareja en función de sus
temas más recurrentes: los círculos de "intelectuales luminosos", la
aristocracia anacrónica y ciertas poses que desde siempre han
marcado el universo del individualismo europeo.
Un mundo habitado por personajes próximos a la perversión y al
crimen. La psicopatía, el estudio de esos personajes por encima del
planteo tradicional de un escenario policíaco al estilo de Agatha
Christie, le importó sobremanera al cineasta, entre otras cosas
porque le permitía profundizar, muchas veces desde la ironía, en la
sustancia social del conflicto, algo que pudo apreciarse en La
muchacha cortada en dos (2007) lo último suyo visto hace unas
semanas en la televisión.
Mordaz, a veces manipulador, pretencioso a ratos, metafórico,
"afrancesado", siempre trascendente fue Chabrol y así se le aplaude
al despedírsele por el camino de los que dejan huellas.