Posiblemente este sea uno de los rostros más familiares de la
iconografía cubana de todos los tiempos. Fue pintado en París en
1929 y se halla en el centro de la superficie de un cuadro de apenas
46,5 centímetros de altura por 38 de base, en la técnica de óleo
sobre madera.
Su creador estaba por segunda vez en la capital francesa, que por
esa época albergaba a los más conspicuos representantes de la
renovación del arte occidental, lo que se conoce hoy como las
vanguardias de entre guerras. Antes había viajado a París en 1925,
ayudado por los intelectuales cubanos que formaban parte del Grupo
Minorista. Precisamente en París, los colegas lo bautizan con lo que
será para siempre su nombre artístico, Víctor Manuel, pues había
nacido como Manuel García en La Habana en 1897, con la suerte de
tener como padre a un empleado de la Academia de San Alejandro, por
lo que de niño corrió por los pasillos y penetró en las aulas de la
principal institución de enseñanza de arte en Cuba.
Al pintar su Gitana tropical, Víctor Manuel se separaba
del ideal académico que había predominado en la pintura cubana hasta
los primeros cinco lustros del siglo XIX. No era el único en
hacerlo. Los aires de la vanguardia llenaban las ansias de otras
figuras que con el tiempo serían relevantes en la historia del arte
cubano, como fueron los casos de Eduardo Abela, Amelia Peláez,
Carlos Enríquez y Marcelo Pogolotti.
Se respira en el retrato el deseo de fijar la belleza, pero no
una belleza cualquiera, sino una que definiera los rasgos de una
identidad mestiza. La mulatez de la modelo equivale en cuanto a
sabor pictórico a la cadencia de los sones que conquistaban por
entonces las calles de La Habana, interpretados por legendarios
septetos.
Esto suele pasarse por alto por quienes atribuyen a esta obra de
Víctor Manuel un epigonismo con la recreación de las mujeres
polinesias por el francés Paul Gauguin. Al respecto, vale la pena
recordar lo que escribiò el crítico y pintor Jorge Rigol en 1969:
"La presencia en el lenguaje plástico de Víctor Manuel, de giros y
rasgos de la semántica gauguiniana es, además de obvia, de
importancia accesoria. Al enfrentarse a los cuadros de Gauguin,
Víctor Manuel recibe algo más que un repertorio de soluciones
estrictamente plásticas. La significación extraordinaria del
encuentro hay que buscarla, a mi entender, no del lado de las
influencias, sino del de las iluminaciones".
A más de 80 años de su creación, la Gitana tropical, de
Víctor Manuel, es uno de nuestros más preciados tesoros.