Hace algo más de un año, al terminar de leer La carretera,
novela corta de Cormac McCarthy, sentí una mezcla de desasosiego y
agradecimiento ante la historia de un padre presto a defender a su
pequeño hijo en un mundo posapocalíptico.
Y
como suelen hacer algunos lectores, dejé descansar el libro sobre mi
pecho, cerré los ojos e imaginé una película perfecta, mezcla de
suspenso y aventura, pero poniendo por delante la reflexión
espiritual acerca del valor de la vida y el amor de un padre.
La fotografía tendría que ser decisiva ya que la historia se
recrea en una geografía estadounidense dominada por los tonos
sombríos provocados por una catástrofe atómica, u otra acción
terrorífica que ha dejado a muy pocos con vida y cuyo origen no se
explica.
El guión, la música, la ambientación, los dos actores principales
(padre e hijo deambulando en harapos, sin comida y bajo el peligro
de ser devorados por caníbales) no debían traicionar en modo alguno
el tono de una novela concisa, sin adornos y con la capacidad de ir
elaborando una emoción tan creciente y devoradora que sería
interesante desmontar en sus claves literarias.
La carretera (2009, de John Hillcoat) se exhibió en la
segunda película de este sábado por televisión y permitió apreciar
"algo" de su magnífico soporte literario y a la vez, traer a
colación un tema que se mantiene como un eterno pendular sobre la
cabeza de la humanidad: el de la posible supervivencia un día
después del horror.
Magnífica la fotografía del español Javier Aguirresarobe y digna
de premio la actuación de Viggo Mortensen, como el padre que debe
preparar a su hijo para cuando él no esté subsista en la terrible
selva humana en que se mueven, e incluso no le falte el valor para
quitarse la vida antes que caer en manos de las hordas caníbales,
siempre amenazantes.
Pero la película falla porque allí donde hubo densidad literaria
finamente tejida, en el filme se convierte en un lento suceder de
hechos y personajes secundarios, que van y vienen sin acabar de
redondear la atmósfera aterradora y signada por el suspenso que se
pretende a partir de su drama profundamente humano.
Algunos flashbacks que hacen referencia a la vida anterior
del personaje de Mortensen y su esposa (Charlize Theron) están
alargados en detrimento de la historia principal, necesitada de una
mejor recreación en momentos culminantes, como en los finales,
cuando el padre se encuentra con un barco hundido cerca de la playa
y se abastece de él, cual Robinson Crusoe perdido en un mundo
convertido en cenizas por las locuras bélicas de los hombres.
Pedazos de historia que en la novela de Cormac McCarthy toman por el
cuello al lector y que traspuestos al cine no pasan de ser
recreaciones muy por debajo de la emoción plasmada en la novela.
Y ahí radica el principal problema de La carretera como
película: en su falta de emoción en un tema ––el de un posible "día
después"–– que ahora mismo, aunque muchos parecen no haberse
enterado, anda sacando las uñas.