Pero vinieron en el 2008 los escándalos de las hipotecas
inmobiliarias en Estados Unidos —la Fannie Mae y la Freddie Mac en
la picota—, el estallido de la burbuja financiera a partir de la
quiebra del banco de inversión Lehman Brothers, la estafa millonaria
de Bernard Madoff, el pánico bursátil, la brusca caída de las
acciones, y entonces muchos se dieron cuenta de que lo narrado por
Wall Street en 1987 distaba de ser una ficción para
convertirse en una pesadilla real.
Aunque, como ha dicho el pensador argentino Atilio Borón, todo
esto no fueron más que síntomas, administrados mediáticamente desde
una perspectiva episódica: "Se trata —apuntó Borón— de una crisis
que trasciende con creces lo financiero o bancario y afecta a la
economía real en todos sus departamentos. Y además es una crisis que
se propaga por la economía global y que desborda las fronteras
estadounidenses".
Los grandes medios tampoco llegaron al fondo del problema. El
ensayista argentino recordó sus causas estructurales: "Es una crisis
de superproducción y a la vez de subconsumo, el mecanismo periódico
de ‘purificación’ de capitales típico del capitalismo. No por
casualidad estalló en EE.UU., porque este país hace más de treinta
años que vive artificialmente del ahorro y del crédito externo, y
estas dos cosas no son infinitas ni inagotables: las empresas se
endeudaron por encima de sus posibilidades y se lanzaron a realizar
riesgosas operaciones especulativas; el Estado se endeudó
irresponsable y demagógicamente para hacer frente no a una sino a
dos guerras, no solo sin aumentar los impuestos sino que
reduciéndolos y, además, los particulares han sido sistemáticamente
impulsados, vía la publicidad comercial, a endeudarse para sostener
un nivel de consumo desorbitado, irracional y despilfarrador".
Eso sí, los banqueros y los corredores siguieron durmiendo bien.
El salvataje llegó raudo y sonante por parte del gobierno. La crisis
golpeó al espectro que cubre la clase media hacia abajo en la
pirámide social norteamericana. Esos estratos fueron los que
sufrieron pérdidas masivas de empleo y vieron reducidas
sensiblemente su capacidad de ahorro y consumo.
Ese panorama sombrío hizo que Oliver Stone, el año pasado,
comenzara a trabajar en una saga de Wall Street. Con el
subtítulo El dinero nunca duerme, y de nuevo con Michael
Douglas en el papel del tiburón de las finanzas Gordon Gekko (el
personaje regresa a sus andanzas luego de cumplir una pena de
prisión por fraude), el realizador norteamericano acaba de estrenar
en Cannes esta obra.
En medio del rodaje, el director declaró a la revista Vanity
Fair: "No podía hacerse Wall Street 2 en una época más
acertada con tantísimos Gordon Gekko en la vida real, corriendo por
las calles, y con Obama intentando poner un lazo a los Goldman Sachs
y JP Morgan de turno".
Ante la prensa en Cannes, comentó sus preocupaciones: "Hay una
enorme brecha entre los que hicieron dinero y los que no.
Accionistas y altos ejecutivos hicieron dinero, pero los
trabajadores no. Hay una tremenda desigualdad e injusticia en ello y
eso tiene que corregirse".
El tema de la crisis estuvo presente de otras maneras en el
festival del balneario de la Riviera francesa. Después de ser
reconocido por Sin final a la vista (2007), demoledor
documental sobre las mentiras, los engaños y las trapisondas que
llevaron a que cientos de familias norteamericanas se enlutaran por
la guerra de agresión de Washington contra Iraq, Charles Ferguson
llevó a la pantalla con Inside Job, su más reciente obra, un
muy preciso desmontaje de los entresijos del sistema financiero
estadounidense, que él llama "industria criminal".
Narrada por el célebre actor Matt Damon y rodada en EE.UU.,
Islandia, Inglaterra, Francia, Singapur y China, el documental de
105 minutos de duración aborda la desregulación de los mercados de
las finanzas, la codicia de los capos de la banca, la impudicia de
la Casa Blanca al facilitar 700 000 millones de dólares para
rescatar a las instituciones que se mofaron del pueblo, y los
efectos multiplicadores de la crisis a escala mundial.
Concentrada en la intríngulis de la crisis inmobiliaria, también
impactó a la crítica Cleveland vs. Wall Street, del
realizador suizo Jean Stephane Bron, que simula un juicio a las
firmas hipotecarias y los bancos, en el cual el jurado representa a
los 33 221 clientes de Cleveland que se vieron afectados.
Stone, Ferguson y Bron se sumaron con estos filmes a una zona de
la cinematografía actual para nada complaciente con el sistema
carente de ética, que ejerce una hegemonía destructiva. Algo que ya
se vio en la incisiva película de Michael Moore, Capitalismo: una
historia de amor.