La pieza escrita por Abel González Melo posee ingredientes para
el triunfo, tanto por su narración limpia de hojarascas
costumbristas en una historia de trascendencia universal, como por
la forma en que arma la maquinación de su tragedia. Teatro sí, pero
también con un aliento cinematográfico sostenido por reveladores
flashbacks (muy bien asumidos en el filme) y una impronta ocultadora
de lo "que vendrá" (para no recurrir al socorrido "suspenso", que
suele asociarse solo a la manera de ser concebido por Hitchcock).
Tragedia al mejor estilo griego con el fantasma del Pasolini que
se nutría de las miserias de las capas marginales de su sociedad y
que tanta rabia les daba a los burgueses, porque decían que la
Italia que exportaba el cineasta hacía pensar en una nación podrida,
olvidando que en cualquier país, en cualquier época y sistema,
pueden coincidir lo mismo lo humano (terrible) con lo mejor y hasta
lo divino.
Los enredos carnales de Chamaco, con un padre que se
acuesta con el asesino de su hijo, quien a su vez vive con la
hermana de su víctima y es acosado sexualmente por un tío político,
remite de cierta forma al clásico por excelencia de la tragedia
griega, Edipo Rey, de Sófocles, quien, cuatrocientos años
antes de nuestra era, matrimonia al protagonista de la historia con
su madre después de haberle dado muerte, involuntariamente, a su
propio padre.
Enredos de la carne que en el caso de Chamaco, con un
subrayado en las relaciones homosexuales, aúna el drama de ribete
existencial con un trasfondo social implícito, pero no decisivo. De
ahí que esta historia pueda ser plantada en cualquier ciudad del
mundo con personajes surgidos de las propias entrañas de ese mundo,
lo que no quita —y no podía ser de otro modo— para que el ojo presto
de los autores beba en elementos disfuncionales de nuestro entorno,
como son, entre otros, la doble moral y el extraviado sentido de la
vida —incluido el aplastamiento espiritual— que en ciertas personas
provocan las dificultades económicas y materiales.
Los que estén pensando en una crónica sociológica de connotación
realista-fotográfica se equivocan. Aquí había argumento para darle
entrada lo mismo a la risa fácil que al machacamiento de lo sórdido.
Hubiera sido muy fácil: un joven es asesinado de madrugada en el
Parque Central y el primero en revisar el cadáver es un travesti que
espera por su pareja, un policía corrupto. El crimen lo ejecuta el
joven protagonista, un muchacho que vende su cuerpo a cualquier
precio.
Al final de la trama habrá otra muerte y con ella se sellará —de
nuevo los griegos— el concepto de la violencia como catarsis
purificadora de la tragedia. Y ahí radica en buena medida el gran
mérito y la belleza de la obra y de la película de Cremata: en
actualizar lo que pudiera considerarse una vieja recurrencia moral
del teatro, e impregnarle una fuerza dramáticamente convincente en
su condición de transformación humana, en especial en lo referido a
los dos personajes protagónicos, el asesino y el padre de la
víctima.
Parecerá extraño a los que no han visto el filme, pero al final
quedará en el espectador la sensación de haber asistido a una
historia muy fuerte, terrible, y a la vez hermosa y hasta optimista.
Excepto los primeros minutos de la escena inicial, con algo de
representación teatral, y no obstante alguna que otra sostenida toma
frontal nada criticable, Chamaco es asumida
cinematográficamente en el mejor sentido del término. La fotografía,
imaginativa y en función de subrayar los elementos del drama, cobra
una importancia decisiva junto a la música y se corona con la
recreación de la escena final, justo hasta la cual el realizador es
capaz de mantener en suspenso el desenlace. Los diálogos son
directos y efectivos y los siempre peligrosos monólogos encargados
de desnudar el alma, son asumidos con sensibilidad por parte de los
actores.
Actores en estado de gracia sin los cuales Chamaco no
sería lo que es, y entre los cuales hay que destacar, en primerísimo
lugar, a Aramís Delgado, como el padre del joven ultimado, y a Fidel
Betancourt, como el asesino, toda una revelación cinematográfica
este último.
Trascenderá Chamaco, sin duda, y los espectadores podrán
apreciarlo en su momento, porque lo exhibido fue solo una copia de
trabajo proyectada para la ocasión.