"¿Por qué el socialismo parece preocuparse más por la ideología
que por la estética?", preguntó el joven Alejandro. Una interrogante
que está ligada, obviamente, a su concepto de socialismo con swing:
una sociedad justa y bonita. Un sistema superior al sálvese quien
pueda del capitalismo, pero que no sea sinónimo de fealdad,
chapucería, vulgaridad, mal gusto, mediocridad y aburrimiento. Para
los más jóvenes, "tener swing" significa no ser cheo, anticuado o
falto de gracia. En el antónimo de estas fealdades es donde
Alejandro elige vivir.
Vamos a entrarle a su pregunta con la manga al codo. La praxis,
es cierto, terminó inclinada del lado ideológico. Pero no creo que
en la mente de los teóricos socialistas y en la letra de los
clásicos estaba la idea de privilegiar la ideología, en detrimento
de la estética. Lenin, por ejemplo, advirtió que no podíamos pensar
que hacer buena comunicación revolucionaria es divulgar fealdad y
fastidio. En Cuba, ejemplo cercano, el socialismo ha significado
democratización de la cultura: los teatros, los cines, las librerías
y los museos se llenaron de pueblo. Y ya nadie se asombra de que un
obrero disfrute de un ballet clásico y una científica se despelote
en un concierto de Van Van o la Charanga Habanera.
La cultura cubana es el ejemplo ideal para demostrar que la
mayoría del pueblo quiere socialismo sin chabacanería. Cuántos de
nosotros no nos vanagloriamos de nuestra revolución criolla,
martiana y caribeña, sin dejar de reconocer la influencia, la
utilidad y las huellas (las agradables y las nocivas) que dejaron en
nosotros los televisores Krim, los autos Moskovich, los parlamentos
de Hanka y Danka, los chistes incomprensibles del Payaso Ferdinando
y la "caballerosidad proletaria". O la avalancha de mal gusto que
viaja ahora mismo apretujada en muchísimas maletas de nuestros
familiares mayameros. O los jeans con dragones dorados bordados en
los bolsillos, que un comprador estatal (bien cheo él) se trae a
nuestras tiendas desde el otro lado del mundo.
Alejandro, que no te quede duda: una cosa soñaron Marx y Lenin y
otra resultó de las interpretaciones. Pongo un ejemplo: en los meses
posteriores al triunfo de la revolución rusa, las corrientes
vanguardistas eran vistas como un complemento natural para las
políticas revolucionarias. En las artes visuales florecía el
constructivismo y en poesía y música se elogiaban las formas no
tradicionales y vanguardistas¼ Hasta que
un día los burócratas ilustrados desenfundaron sus críticas: dijeron
que estilos modernos como el impresionismo, el surrealismo, el
dadaísmo y el cubismo estaban minados de principios subjetivistas, y
esto último chocaba frontalmente con la aspiración objetiva del
materialismo dialéctico. Y concluyeron: "es arte burgués".
Fue así como se corrieron las cortinas de la diversidad cultural
y entró en escena el realismo socialista, que además de sus
debilidades estéticas, solo consideraba relevantes los temas
relacionados con la política y los trabajadores. La Unión Soviética
exportó el realismo socialista a casi todos los demás estados
socialistas, donde la doctrina fue cobrando vigencia con diversos
grados de rigor¼ En el afán de describir
la vida simple del pueblo (que tiene notorio exponente en la obra de
Máximo Gorki), se encasillaron en una visión dogmática y excluyente,
que dañó la misión de la cultura en el socialismo.
Existe el falso criterio —casi elevado a la categoría de
justificación— de que los países pobres, subdesarrollados, no pueden
darse el lujo de pensar en la estética, cuando lo urgente es
alimentar, cobijar y vestir a la gente. Reconozco que una holgada
situación económico-financiera facilita las cosas, pero al mismo
tiempo me niego rotundamente a suscribir esa oda a la fatalidad. Mi
abuela tenía una creencia que era ley familiar: "Pobres, pero
dignos; remendados, pero limpios". La grandeza está en remontar esa
cresta de dificultades y ser diferentes.
En un comentario anterior pregunté: "¿Y cuántos años más
seguiremos esperando para que la excelencia que hemos logrado en la
investigación, el deporte y la cultura, contagien a los
constructores, los gastronómicos y todos los encargados de alegrar y
no complicar la vida del pueblo?". Añado aquí otra interrogante:
¿Cómo fue que pudimos mantenernos a salvo de la contaminación
antiestética que representó el realismo socialista y le opusimos un
reconocido movimiento de diseño de carteles, un cine con alma propia
y una canción protesta que saltó por encima de la censura
burocrática, hasta convertirse en un monumento poético de la cultura
cubana?
La respuesta, afortunadamente, no tenemos que salir a buscarla a
ningún sitio. Cuba puede sentirse orgullosa de su cultura autóctona,
de sus creaciones con cabeza propia, compromiso con la revolución y
osadía para remontar el Gólgota de los burócratas, que para cada
solución tienen un problema. Dialéctica, participación, autenticidad
y originalidad criolla es el mejor antídoto para enfrentar la
chapucería, la banalidad y la pereza. ¿Cuánto swing no hay en las
letras de la Nueva Trova? ¿Quién dice que no hay swing en la pelota
cubana o en la manera de correr de Dayron Robles? ¿Cómo ocultar el
swing con que salen a escena los niños de La Colmenita? ¿Entonces,
por qué vamos a negarle a Alejandro la posibilidad de ponerle más
swing a nuestro socialismo?
Volviendo a la interrogante inicial que motivó este comentario,
llamo la atención sobre algo que hemos descuidado en nuestro
entorno. En su esencia, nadie lo cuestiona, el socialismo insular
tiene un alma justa, solidaria y extraordinariamente humana. El
problema no resuelto es el empaque. Y ese, no siempre depende de
nuestra solvencia financiera. También nos rodean fantasmas
subjetivos. Para ahuyentarlos, estamos a tiempo de colgar un cartel
moral en cada sitio feo, deteriorado, olvidado y ruinoso de nuestro
entorno: se buscan creatividad, soluciones, osadía, buenas ideas,
laboriosidad, vergüenza, compromiso, y por qué no, mucho swing.