Un tema de alta sensibilidad cotidiana —la ligera mejoría de la
tasa de natalidad en Cuba— invita a correr la cortina de la
privacidad familiar y compartir con los lectores algunas opiniones
de primera mano. En casa, el bebé Diego ya está próximo a los seis
meses de vida, y sus padres mucho hablamos sobre lo que significa,
en nuestra realidad doméstica, económica y social, el hecho feliz y
la alta responsabilidad que significa traer un hijo al mundo.
La noticia, publicada en estas mismas páginas, le dio la vuelta a
la Isla y más allá: Cuba mejoró su tasa de natalidad, pero aún es
insuficiente para lograr el reemplazo poblacional. A nuestro
alrededor, y no es ilusión óptica, uno encuentra hoy mucho más
mujeres embarazadas que en años anteriores. En el equipo donde
trabajo, por ejemplo, nos están naciendo seis nuevos niños y niñas
en un mismo año. Esa realidad, obviamente, también nos trajo nuevos
temas de conversación y de análisis.
A veces, nos sorprendemos en los ratos libres charlando sobre la
importancia de la lactancia materna, del rápido crecimiento de
nuestros hijos, de las interioridades de la atención médica o de lo
difícil que resulta armarnos de las cosas más necesarias, desde una
cuna, un coche o los insustituibles pañales desechables, que no solo
mejoran la calidad de vida del bebé, sino que humanizan el trabajo
doméstico de los padres. Uno de nosotros, papá de la hermosa Camila,
lleva meticulosamente una libreta de cuentas, para estudiar cuánto
puede costar a una familia las necesidades de un niño de 0-5 años.
Prometo que cuando Camila cumpla esa edad y Vichy nos devele la
cifra final, volveré a escribir y a reflexionar sobre el tema. Por
ahora, todos vamos descubriendo que el mejor momento para tener un
hijo es el del amor, y no el del fin de la crisis, o la llegada de
las vacas gordas, o los "tiempos mejores"¼
En espera de ese momento perfecto, del periodo ideal, conozco a
muchísimas parejas que pospusieron la procreación. La mayoría ha
tenido que tener a sus hijos a destiempo, otros se limitaron a una
familia pequeña, y algunos ya no dejarán descendencia.
No es casual que el descenso de la natalidad en Cuba se acentuara
en la década dura del periodo especial. Según un estudio (*) de
Míriam Gran Álvarez y Libia López Nistal, especialistas en
Bioestadísticas, entre 1990 y el 2001, la tasa de fecundidad general
descendió. A mediados del siglo XX la mujer cubana tenía como
promedio cuatro hijos, pero este descendió hasta 1,60 en el año
2001. La tasa bruta de reproducción (número de hijas promedio por
mujer) es de 0,78, inferior a 1 desde 1978.
Según estadísticas, pocos países han experimentado descensos tan
rápidos. Cuba —apuntan Míriam y Libia—, está entre los 35 países con
tasas de natalidad entre 10 y 14 nacimientos vivos por cada 1 000
habitantes. Solo 16 naciones exhiben tasas inferiores a diez. Nos
acompañan en esos números países desarrollados, fundamentalmente de
Europa y de América, entre los que figuran Estados Unidos y Canadá.
Más allá de la alerta roja en las cifras, el descenso de la
fecundidad junto al envejecimiento poblacional, constituyen los
principales problemas demográficos actuales y perspectivos de la
población cubana, con una inevitable repercusión en el desarrollo y
en la economía del país.
Temas como el de la vivienda y la cobertura mínima de necesidades
materiales básicas, son puestos sobre el tapete a la hora de decidir
la concepción de un hijo. Son esas las razones fundamentales, porque
en Cuba, afortunadamente y a pesar de la estrechez económica, el
Estado garantiza a las madres trabajadoras una maternidad segura
hasta el primer año de vida del bebé; e incluso tenemos el
privilegio de decidir, en familia, si es la madre o el padre quien
solicita la licencia de maternidad o paternidad, para quedar a cargo
del recién nacido.
En esta Isla, sin chovinismo, podemos considerar como una
bendición la existencia del Programa Materno Infantil, que con sus
imperfecciones puntuales en lo práctico, garantiza (sin costo) que
las embarazadas reciban asistencia médica por especialidades:
nutrición, ginecología, estomatología, psicología, genética y otras
disciplinas en dependencia de las necesidades individuales de cada
gestante. A esto se suman exámenes trimestrales (también gratuitos)
de hemoglobina, serología, HIV, creatinina, glicemia, alfafeto
proteína y otros.
Pero la garantía de esa atención médica no termina en el parto:
después del nacimiento del bebé, las madres deben llevar a su hijo a
consulta (cada 15 días, hasta los seis meses de edad; una vez al
mes, de seis meses a un año; y cada seis meses, después del año de
vida). El esquema de vacunación cubano inmuniza contra 13
enfermedades, protegiéndolos de poliomielitis, tuberculosis,
rubéola, sarampión, tétanos, difteria, hepatitis B, meningitis
bacteriana, entre otras. Y nuestro índice de mortalidad infantil, lo
sabemos con orgullo, está entre los más bajos del planeta.
La pregunta obligada: ¿si tenemos todas esas garantías, por qué
en lo personal demoramos, posponemos o no convertimos en prioridad
el nacimiento de un hijo? Es obvio que los elevados niveles de
instrucción alcanzados en Cuba conllevan también a la paternidad
responsable. Las familias jóvenes quieren tener hijos en viviendas
propias, lejos del hacinamiento o la tutela de sus padres; también
se valoran más las posibilidades reales para garantizar una adecuada
calidad de vida en el crecimiento de los hijos; y se tiene más en
cuenta el entorno económico y la realidad familiar.
Muchas son las cosas que todavía faltan por hacer para mejorar la
calidad, disponibilidad y precios de productos básicos de la
canastilla infantil, la alimentación y los juegos didácticos. Y eso,
sin duda, deberá seguir siendo una preocupación impostergable del
Estado; pero ni la más osada solución encaminada a promover el
crecimiento de la natalidad, podrá sustituir esa alegría que solo
podemos regalarnos los seres humanos: despertar y ver que junto al
sol ha salido la contagiosa sonrisa de un niño. En casa lo
celebramos todos los días desde la llegada de Diego.
(*) "El descenso de la natalidad en Cuba", en: Revista Cubana de
Salud Pública, http://bvs.sld.cu/revistas/spu/vol29_2_03/spu08203.pdf