Bajo
el pretexto de la celebración este 2009 del Año Internacional de la
Astronomía, el artista habanero Abel Herrero se da el gusto de
compartir visiones para nada divorciadas del hombre que pisa la
Tierra y de impregnarnos una percepción antropológica de la
creación, entendida esta como la afirmación de valores humanistas
indispensables para una espiritualidad éticamente responsable.
Esta es la razón de ser del extraordinario despliegue de la
muestra Observatorio, con la que Herrero (La Habana, 1971)
invade casi todos los espacios del Centro de Desarrollo de las Artes
Visuales (CDAV), que ocupa una de las esquinas de la Plaza Vieja en
el Centro Histórico de la capital.
Estamos ante un nuevo hito de una carrera ascendente fraguada en
dos orillas: Italia y Cuba. El artista es considerado por la crítica
del país europeo como una de las figuras jóvenes de mayor
prominencia en el panorama artístico peninsular —cualidad que se ha
ganado con constancia y honestidad intelectual en un ámbito
sumamente competitivo en el que no pocas veces prevalecen veleidades
publicitarias y tironazos comerciales—, mientras que por otra parte
ha mantenido una presencia viva como promotor cultural entre
nosotros al colaborar con eventos como la Feria Internacional del
Libro y agendas como la de la Fundación Nicolás Guillén, expresiones
de un compromiso entrañable con la cultura de su país.
En ocasión de una exposición suya en Milán, la crítica señaló
cómo la suya era "una pintura esencial, privada de inútil
virtuosismo, que encuentra su fin último en la capacidad de contar".
Ese atributo se hace ostensible en Observatorio. Herrero
es un armador de fábulas visuales que condensa con un admirable
grado de concreción simbólico-narrativa, mediante un sentido muy
preciso de la extensión del campo de imágenes y de las metáforas que
pretende transmitir al espectador.
Sus telas de gran formato aluden a un cosmos que se levanta sobre
pieles de animales —¿acaso un guiño a la ecología?—, pero sin lugar
a dudas la pieza de mayor impacto por sus proporciones y complejidad
intelectual es Corrección universal de la miopía, una especie
de pintura mural formada por cinco paneles consecutivos en la que se
especula, en un sentido lockiano, sobre el conocimiento humano.
La muestra también acoge instalaciones, como Gravedad plástica,
La úlcera de Galileo y Astro, ejecutadas bajo el
prisma de una voluntad expresiva unitaria, de acuerdo con la
temática elegida.
En Herrero, sin embargo, nos convence mucho más el pintor. No
tanto por la indudable seducción que se deriva de la correspondencia
entre los planteos conceptuales y las soluciones formales, sino por
esa convicción que nace del respeto hacia un oficio mediante el cual
el artista responde a la necesidad vital de indagar en sí mismo —y
en los demás— las más íntimas o desafiantes verdades.