Quizá como nunca antes el espectador tenga la posibilidad de
acceder, en estas proyecciones que tendrán lugar en la sala Chaplin
y la sala de video Charlot, a una cronología ilustrada de la
filmografía insular que antecedió a la creación del ICAIC, para lo
cual se ha hecho un notable esfuerzo de búsqueda, recuperación y
restauración de copias. El resultado debe ser un verdadero remedio
contra la nostalgia y una manera de situar las cosas en su justo
lugar.
El mismo lunes 15 a las 2:00 p.m. podrá verse un minuto salvado
de El Parque de Palatino, filmado en 1906 por el pionero
Enrique Díaz Quesada, mientras que en la última función del día 31,
a las 5:00 p.m. se exhibirán María la O (1947), una
coproducción cubano-mexicana de Adolfo Fernández Bustamante que
incluye en el elenco a la inefable Rita Montaner, y La tremenda
corte (1945), registro de chistes de Leopoldo Fernández (Trespatines)
producido por la agencia publicitaria del refresco Materva.
No deja de ser una curiosidad que el ciclo incluya cuatro filmes
estrenados luego del triunfo revolucionario de Enero de 1959: dos de
ellos, Surcos de libertad, de Manuel de la Pedrosa, y La
vida comienza ahora, de Antonio Vázquez Gallo, al menos intentan
ponerse a tono con la nueva realidad que se abría paso, aunque a
partir de fórmulas estéticas enmohecidas. Los restantes, La
vuelta a Cuba en 80 minutos, de Manuel Samaniego, y Mares de
pasión, también de Manuel de la Pedrosa, se mueven entre la
ordinaria revista musical y el más ramplón melodrama.
Al comentar esta primera parte del ciclo, el destacado realizador
Manuel Herrera, director de la Cinemateca, explicó cómo durante años
se han polarizado las opiniones entre quienes reconocían un cine
anterior a la Revolución y quienes lo ignoraban.
"También reinaba un poco de ignorancia —aclaró —, ya que al estar
desaparecida la casi totalidad de las obras de la etapa muda y
carecer de una amplia investigación sobre nuestras raíces no
podíamos considerar cómo, en manos de hombres como Enrique Díaz de
Quesada, se intentaba echar las bases de un cine culturalmente
cubano abundando en nuestra historia. Pero el sonoro comienza en
1937 con La serpiente roja, de Ernesto Caparrós, que, pese a
los valores que pretendiéramos encontrarle, responde a un criterio
comercial, como presagio de lo que vendría después.
"En medio de esta polémica —puntualizó— dos cosas nos aparecen
claras: existió un cine cubano antes de la creación del ICAIC pero,
a despecho de obras aisladas, el cine cubano revolucionario, el cine
como creación artística destinado a la superación cultural del
espectador, que se proyectó y se lanzó hacia un continente en el
Nuevo Cine Latinoamericano, nació con el decreto que creó el ICAIC
en marzo de 1959. Para cualquier Cinemateca, patrimonio fílmico es
todo lo producido en el país independientemente de su calidad
artística. No hacerlo, no reconocer nuestras raíces, sería muestra
de suprema ignorancia. Logradas o no, estas cintas nos devuelven hoy
la imagen de notables figuras, actores, músicos, cantantes, que de
otro modo no conoceríamos. Apegadas al costumbrismo vernáculo se
asoman a la vida de entonces, a los conflictos cotidianos, a la
filosofía de un sector social, callejero y vividor, parte de nuestra
identidad en formación apresada en imágenes."