Ni
la partida de nacimiento ni el largo extrañamiento de una tierra que
es obligada referencia en su genealogía, pudieron sustraer a Joaquín
Nin-Culmell del entorno hispánico. Su obra es española por los
cuatro costados y así llegará a los oídos de quienes asistan este
viernes, a las 6:00 p.m., a la Basílica Menor de San Francisco de
Asís, en La Habana Vieja, para tener el privilegio de escuchar el
estreno en Cuba de las Tonadas, obra pianística esencial en
el catálogo de un compositor que nació en Berlín cien años atrás y
murió en Estados Unidos en el 2004.
El acontecimiento correrá a cargo del pianista holandés Marcel
Worms y se inscribe en el ciclo Conciertos cubanos, auspiciados por
la Asociación de Músicos de la Unión de Escritores y Artistas de
Cuba (UNEAC).
Claro que a muchos les sonará el apellido del autor, aunque su
legado sea poco conocido entre nosotros. Su padre, Joaquín Nin
Castellanos, también destacado músico y pedagogo, nació en La Habana
en 1879 y, después de andar por medio mundo, recaló en su ciudad
natal en 1939 donde murió una década más tarde. Su hermana Anaís
(1903 - 1977) alcanzó renombre literario por sus diarios, relatos y
en especial la narración En una campana de cristal, y la
tumultuosa relación que sostuvo con el novelista norteamericano
Henry Miller. Otro dato curioso: su hermano Thorvald nació en La
Habana en 1905.
El propio itinerario de Nin-Culmell fue cosmopolita. Se educó en
Barcelona, Estados Unidos y París y terminó su vida en California,
donde ejerció la docencia desde 1938 hasta avanzada edad. Pero a
nadie se le ocurrirá citarlo como un compositor norteamericano.
"Nunca me he sentido muy americano —confesó—; muy agradecido a las
Américas, eso sí, pero no americano. En cambio, cuando volví a
España en el año 24 la recorrí prácticamente entera, viajando en
trenes de tercera clase y de noche para no pagar hotel".
El encuentro con Manuel de Falla en 1930 resultó decisivo. Se
convirtió en un modelo para su crecimiento artístico. El maestro
ayudó al joven: lo recomendó para que perfeccionara estudios en la
capital francesa con Paul Dukas. Falla le inculcó algo que nunca
olvidó: "Yo no le enseño para que usted haga lo que he hecho bien,
he tomado el tiempo de enseñarle para que haga lo que usted tiene
que hacer".
A partir de su primera obra, La Matilde y El Emilio, para
guitarra, engrosó un repertorio en el que figuran conciertos, piezas
orquestales, para guitarra, órgano, piano, algunos ballets y muchas
canciones. Hace apenas unos días, el 19 de septiembre, tuvo lugar en
el madrileño Teatro de la Zarzuela el estreno mundial de su ópera
La Celestina, basada en el monumento literario escrito por el
bachiller Fernando de Rojas.
Entre 1956 y 1961, Nin-Culmell escribió las Tonadas,
cuatro cuadernos con 48 piezas en total, de las cuales se escucharán
en La Habana las series III y IV. Existe una muy buena grabación de
esta obra, interpretada por el español Pedro Piquero dos años atrás
para el sello Verso. Nin-Culmell dijo alguna vez que prefería
"emocionar a sorprender". Tal es la filosofía de esta colección de
miniaturas que repasa evocativamente la geografía de las Españas
(cabe el plural, por cuanto son diversas las aproximaciones sonoras
regionales) sin descender a la copia folclórica.
El programa de Worms incluirá también cinco de las 12 danzas
cubanas, para piano, de 1985, sin lugar a dudas un homenaje de Nin-Culmell
a la tierra paterna, y a la obra de Cervantes que conoció bien, al
punto de que en 1947 versionó dos danzas del autor de Adiós a
Cuba para guitarra.
Por cierto, que estas no son las únicas obras "cubanas" en su
catálogo. Mientras escribía las danzas releyó la poesía de José
Martí, a quien profesaba admiración, y puso música a los versos de
La niña de Guatemala. Meses después compuso Si ves un
monte de espumas, para barítono y piano, y Diez de Octubre,
para coro mixto y metales, también sobre textos martianos. Ya en
1952 había estrenado Tres canciones tradicionales cubanas,
para coro mixto, la última de ellas, nada menos que Dónde está la
Ma’ Teodora.