Desde el primer Walt Disney, hasta la última telenovela que
convoca a buena parte de la familia frente a las pantallas del
televisor, respondemos a complacencias elaboradas durante años a
partir de lo que hemos estado recibiendo.
Como buena parte de todas las complacencias se trata, pues, de lo
que "el otro" ofrece en función de nosotros.
Batman,
el hombre murciélago.
Por décadas, una parte de ese otro, desinteresado, culturalmente
abierto, ha ido delineando excelentes perfiles de comunicación
artística. Pero junto a esa nobleza, y sobrepasándolo por la clásica
milla en cuanto a recursos y expansiones territoriales, convive el
gran rostro de una alfabetización del gusto manipulada en aras de
intereses económicos.
Maniobra del "otro mercantil" que hace ver siempre los mismos
filmes, escuchar la misma música, buscar los mismos libros (en caso
de que se lea) y protestar cuando una telenovela "típica" ose
salirse de los cauces trillados (la muchacha quedándose al final con
el feo, o el bueno sin recuperar la herencia de la que fuera
despojado).
Una llamada industria del entretenimiento que tiene en el sector
audiovisual el más poderoso instrumento financiero de la
mundialización cultural y de la cual, aunque muchos crean escapar
fácilmente, no escapan porque sus primeras influencias las recibimos
de nuestros padres y abuelos, sometidos ellos a los peliculones
llorosos de la época, o a las novelas por televisión con galanes de
cabelleras engomadas y mujeres trágicas que se iban a la cama
maquilladas como para un cabaret (y claro que se siguen realizando
no pocas de esa estirpe).
Largo tema que comienza en la noche de los folletines, allá en el
XIX francés, con Ponson du Terrail y Eugene Sue, este último el
primero en convertir un producto cultural por entrega en un éxito de
venta excepcional, a partir del melodrama, y que serviría de patrón,
hasta nuestro días, a novelas radiales, entregas episódicas en los
cines (Rocambole, en los años veinte, Flash Gordon, en
los treinta) telenovelas y esas grandes producciones que cada cierto
tiempo nos traen de vuelta a El hombre araña y a Batman.
Folletines del XIX y filmes y telenovelas del XX y XXI, jugando
muchas veces un papel de manipuladora alfabetización en lo
concerniente al gusto, ante una masa ávida por emprender un
"acercamiento cultural" a dimensiones de la vida que un arte de
mayor elaboración, elitista si se quiere al compararse en cifras y
posibilidades de educación, no le permitía ni le permite en muchas
partes del mundo.
¿Y nosotros qué?
Aunque con escuelas y educación, también expuestos. Porque si
bien no faltan los preparados, o los que rompen el cerco de las
cinco vocales manipuladoras del gusto y van en busca de un alfabeto
totalizador y más pleno en cuanto a disfrute estético, quedan los
que persisten en nadar en las mismas aguas del "ocio cultural": para
película, la misma de acción y violencia gratuita, y para conflictos
del ser, de amores, gozadera y muertes, las clásicas telenovelas.
"Meterse" con las telenovelas en muchos países, incluido el
nuestro, es ponerse la soga al cuello, así es que desde ya proclamo
¡vivan las telenovelas!, pero los que una vez disfrutaron solo con
ellas y luego fueron capaces de ir más allá, empinarse, asomar la
cara del otro lado y de llegar, digamos que a Bergman saben que
este, desde unos códigos que demandan, ¡eso sí!, más estatura de
comprensión y análisis, proporciona el misterio artístico de lo
incomparable en esa dura materia que es tratar de conocer el ser y
las relaciones humanas que lo unen, o lo despedazan.
Claro que están los que tocan a Bergman, o a otro grande, y luego
dicen: me aburren (con toda sinceridad, o como un embozo de "no
estoy preparado, no he sido alfabetizado para esto y por lo tanto no
comprendo").
Y también los hay que gozan con los innegables ganchos de las
telenovelas y luego son capaces de cambiar el enchufe porque saben
que con los códigos activados para la propuesta brasileña ––y son
las mejores del área–– no alcanzarán plenamente los peldaños de
otras propuestas.
La alfabetización del gusto es algo más complicado de lo que
pudiera pensarse y con raíces más lejanas de adonde pudieran llegar
las memorias de nuestros abuelos. Pero si se tiene en cuenta que la
industria del audiovisual es la más poderosa dentro de la tan
llevada y traída mundialización de la cultura —esa que trata de
imponerse desde un patrón unificador en el que bailan por igual
ideología y finanzas— habría que convenir entonces en la necesidad
de empinarse por encima del muro de ellos y, sin renunciar ni mucho
menos a complacencias estéticas ya arraigadas, tentar lo hasta ahora
ignorado.
El cine y el audiovisual ganan espacio por minutos en el mundo.
Así como una vez nos alfabetizamos en lo que respecta a la
Gramática, la Historia y la Literatura, es hora de ir pensando en
hacerlo también en las escuelas en lo relacionado al gusto y lo que
cada día estamos viendo y oyendo en cualquier pantalla.
Por supuesto que al final cada cual terminaría escogiendo "lo
suyo".
Pero como decía una vieja película, no por desconocimiento de
causa.