La alfabetización del gusto

ROLANDO PÉREZ BETANCOURT
rolando.pb@granma.cip.cu

Pocos se atreverían a discutir que existe una alfabetización del gusto.

Rodolfo Valentino, primer actor en seducir con tan solo una mirada.

Desde el primer Walt Disney, hasta la última telenovela que convoca a buena parte de la familia frente a las pantallas del televisor, respondemos a complacencias elaboradas durante años a partir de lo que hemos estado recibiendo.

Como buena parte de todas las complacencias se trata, pues, de lo que "el otro" ofrece en función de nosotros.

Batman, el hombre murciélago.

Por décadas, una parte de ese otro, desinteresado, culturalmente abierto, ha ido delineando excelentes perfiles de comunicación artística. Pero junto a esa nobleza, y sobrepasándolo por la clásica milla en cuanto a recursos y expansiones territoriales, convive el gran rostro de una alfabetización del gusto manipulada en aras de intereses económicos.

Maniobra del "otro mercantil" que hace ver siempre los mismos filmes, escuchar la misma música, buscar los mismos libros (en caso de que se lea) y protestar cuando una telenovela "típica" ose salirse de los cauces trillados (la muchacha quedándose al final con el feo, o el bueno sin recuperar la herencia de la que fuera despojado).

Una llamada industria del entretenimiento que tiene en el sector audiovisual el más poderoso instrumento financiero de la mundialización cultural y de la cual, aunque muchos crean escapar fácilmente, no escapan porque sus primeras influencias las recibimos de nuestros padres y abuelos, sometidos ellos a los peliculones llorosos de la época, o a las novelas por televisión con galanes de cabelleras engomadas y mujeres trágicas que se iban a la cama maquilladas como para un cabaret (y claro que se siguen realizando no pocas de esa estirpe).

Largo tema que comienza en la noche de los folletines, allá en el XIX francés, con Ponson du Terrail y Eugene Sue, este último el primero en convertir un producto cultural por entrega en un éxito de venta excepcional, a partir del melodrama, y que serviría de patrón, hasta nuestro días, a novelas radiales, entregas episódicas en los cines (Rocambole, en los años veinte, Flash Gordon, en los treinta) telenovelas y esas grandes producciones que cada cierto tiempo nos traen de vuelta a El hombre araña y a Batman.

Folletines del XIX y filmes y telenovelas del XX y XXI, jugando muchas veces un papel de manipuladora alfabetización en lo concerniente al gusto, ante una masa ávida por emprender un "acercamiento cultural" a dimensiones de la vida que un arte de mayor elaboración, elitista si se quiere al compararse en cifras y posibilidades de educación, no le permitía ni le permite en muchas partes del mundo.

¿Y nosotros qué?

Aunque con escuelas y educación, también expuestos. Porque si bien no faltan los preparados, o los que rompen el cerco de las cinco vocales manipuladoras del gusto y van en busca de un alfabeto totalizador y más pleno en cuanto a disfrute estético, quedan los que persisten en nadar en las mismas aguas del "ocio cultural": para película, la misma de acción y violencia gratuita, y para conflictos del ser, de amores, gozadera y muertes, las clásicas telenovelas.

"Meterse" con las telenovelas en muchos países, incluido el nuestro, es ponerse la soga al cuello, así es que desde ya proclamo ¡vivan las telenovelas!, pero los que una vez disfrutaron solo con ellas y luego fueron capaces de ir más allá, empinarse, asomar la cara del otro lado y de llegar, digamos que a Bergman saben que este, desde unos códigos que demandan, ¡eso sí!, más estatura de comprensión y análisis, proporciona el misterio artístico de lo incomparable en esa dura materia que es tratar de conocer el ser y las relaciones humanas que lo unen, o lo despedazan.

Claro que están los que tocan a Bergman, o a otro grande, y luego dicen: me aburren (con toda sinceridad, o como un embozo de "no estoy preparado, no he sido alfabetizado para esto y por lo tanto no comprendo").

Y también los hay que gozan con los innegables ganchos de las telenovelas y luego son capaces de cambiar el enchufe porque saben que con los códigos activados para la propuesta brasileña ––y son las mejores del área–– no alcanzarán plenamente los peldaños de otras propuestas.

La alfabetización del gusto es algo más complicado de lo que pudiera pensarse y con raíces más lejanas de adonde pudieran llegar las memorias de nuestros abuelos. Pero si se tiene en cuenta que la industria del audiovisual es la más poderosa dentro de la tan llevada y traída mundialización de la cultura —esa que trata de imponerse desde un patrón unificador en el que bailan por igual ideología y finanzas— habría que convenir entonces en la necesidad de empinarse por encima del muro de ellos y, sin renunciar ni mucho menos a complacencias estéticas ya arraigadas, tentar lo hasta ahora ignorado.

El cine y el audiovisual ganan espacio por minutos en el mundo. Así como una vez nos alfabetizamos en lo que respecta a la Gramática, la Historia y la Literatura, es hora de ir pensando en hacerlo también en las escuelas en lo relacionado al gusto y lo que cada día estamos viendo y oyendo en cualquier pantalla.

Por supuesto que al final cada cual terminaría escogiendo "lo suyo".

Pero como decía una vieja película, no por desconocimiento de causa.

 

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