Rumbo a la verdad

La expedición de Nuevitas y el Frente Guerrillero
del Escambray

Faure Chomón

Por primera vez tendré que relatar aspectos de esta historia en primera persona, para aclarar lo no aclarado. Para continuar la narración de los hechos de la Revolución cubana, posteriores al 13 de Marzo de 1957 protagonizados por el Directorio Revolucionario, tendremos que seguir el hilo conductor de las vidas de José Antonio Echeverría y Fructuoso Rodríguez, que se prolonga en la apertura de otro Frente Guerrillero del Ejército Rebelde en las montañas del Escambray y la continuidad de la lucha armada en La Habana.

Faure Chomón conduciendo un jeep en el Escambray y junto a él el comandante Tony Santiago.

Desangrados pero no vencidos, después de examinar el comportamiento de las acciones de aquel día y sus consecuencias, acordamos con Fructuoso no volver a intentar el derrocamiento de la tiranía partiendo todo de una sola acción armada y por el contrario, continuar la lucha con muchas acciones en la Capital hasta crear condiciones para una Huelga General con apoyo armado e incorporarnos a la lucha en las montañas, que según la información reunida por mí y aprobada por José Antonio, sería en el sistema montañoso del Escambray.

En consulta con Fructuoso, enviamos al compañero Guillermo Jiménez a las provincias de Las Villas y Camagüey para orientar a las Direcciones del Directorio en ambas, el fortalecimiento de la Organización, por el papel que desempeñarían dichas provincias en los planes elaborados. El Jefe del Directorio Revolucionario en Las Villas, compañero Agustín Gómez Lubián, le planteó al compañero Jiménez que por la línea de unidad nuestra, se encontraba totalmente comprometido en las tareas del 26 en dicha región, lo que lo imposibilitaba para esa tarea, por lo que proponía como Jefe del Directorio en Las Villas al compañero Ramón Pando Ferrer, quien ya era miembro del mismo y Presidente del grupo pro-FEU de la Universidad Central de Las Villas. Pando se hace cargo de la Dirección del Directorio, reorganiza la provincia de Las Villas y coordina estrechamente con Enrique Villegas en Sancti Spíritus.

Meses después Las Villas, se encontró con un Directorio ya reorganizado, trabajando en la idea del Frente Guerrillero que les correspondía y que se ignoraba en virtud de la compartimentación y cuidado del secreto en aquel momento y la desarticulación natural con los dirigentes históricos que salieron clandestinamente o asilados en embajadas por los acontecimientos del 13 de Marzo.

Para llevar adelante dicho plan Fructuoso decidió que yo saliese al extranjero a preparar una expedición armada en el menor tiempo posible, para lo que había que reunir el dinero necesario, contactar los vendedores clandestinos de armas y adquirir un barco y mi salida sería clandestina por la única vía que teníamos, que era mediante el contramaestre de un pequeño barco de carga que hacía viajes entre La Habana y Miami en los Estados Unidos, al negarme yo a asilarme en alguna Embajada, por entender que el Jefe de Acción no debía asilarse.

La confianza que habían tenido en mí tanto José Antonio como Fructuoso y la unidad de mis compañeros, me dieron la autoridad necesaria para cumplir la misión que se me encomendaba y que me permitió posteriormente continuarla al frente de la Organización. La línea a seguir era comprar fusiles para lo que sería la guerrilla y armas automáticas para la lucha en la ciudad, sin darla a la publicidad, a la vez que desinformábamos a la tiranía, haciendo la propaganda de que mantendríamos la misma táctica.

Simultáneamente con la ayuda de un obrero cubano, René Azcarreta de una litográfica, logré la impresión de un buen diseño de bonos del Directorio con la imagen de José Antonio, para enviarlos a Cuba en cantidades suficientes, "embutidos" en las puertas y los asientos de automóviles de uso que importaba un agente comercial, captado por Eduardo García Lavandero para cumplir misiones de ese tipo. Esa era la primera ayuda que enviábamos a los compañeros en Cuba para cumplir con la primordial tarea de reunir el dinero necesario para la expedición que organizaba.

El segundo paso fue comprar una docena de pistolas que les envié para su defensa y posibles acciones, por la misma vía de los autos "embutidos". Ante la imposibilidad de conseguir otros armamentos de más calibre y poder de fuego en Miami, pues todo lo que te vendían lo informaban a la Policía, le di la tarea al compañero Luis Blanca en Nueva York, de localizar comerciantes ilegales que pudieran abastecernos de lo que necesitábamos.

Por esos días recibí a un viejo condiscípulo de las aulas de primera enseñanza en las Escuelas Pías y posteriormente del Instituto de Segunda Enseñanza, de Camagüey, el compañero Armando Garrido, quien con un gran sentimiento de viejos amigos y solidaridad vino a saludarme y ofrecerse para contribuir con nuestra causa. Quedamos en contacto muy estrecho y comencé a refugiarme en su casa de un barrio residencial llamado Hialeah para aislarme y pensar en la solución de los problemas que se iban presentando. Todo fue un esfuerzo gigantesco desarrollado en Miami, Nueva York, Chicago, Tampa, en otros países latinoamericanos y en Cuba, para lograr el financiamiento independiente de la expedición.

Cuando a pesar de todo habíamos logrado reunir el capital necesario y comprado las armas, quedaba la tarea más difícil: lograr la embarcación que nos llevara a Cuba. Hacía planes y planes de cómo recaudar el dinero para ese fin y el tiempo mínimo para lograrlo. Uno de esos días refugiado en la casa de Armando Garrido, él observaba mi preocupación, preguntándome qué me pasaba. Contestándole yo que tenía las armas, pero me faltaba el barco y no tenía dinero para alquilarlo y mucho menos para comprarlo, pues haría falta poner alguna propiedad en garantía, de la que no disponíamos. Entonces el compañero Garrido contestó de inmediato: "El barco lo pongo yo y esta casa la pongo de garantía".

Durante la conversación le alerté que si el barco se perdía pondría en peligro su casa, respondiéndome que no importaba una casa ante la pérdida de la vida de sus compañeros y lo único que pasaría era que tendría que discutirlo con su padre. Con esta feliz solución pasé a analizar con él los posibles rumbos de nuestra expedición, por ser conocedor de las rutas marítimas e incluso aéreas, pues era piloto. Teniendo en cuenta dónde se concentraba la vigilancia de los guardacostas yankis, trazamos como la mejor ruta a seguir, una vez dejado el Puerto de Miami, el rumbo Este hasta la isla de Nassau y desde allí bordearla hacia el Sur, dejando la isla Andros al Oeste para enfilar por un canal entre los bajos de las Bahamas, muy peligrosos para la navegación, hasta llegar a Raccon Cay, que sería nuestro lugar de trasbordo para el cual Garrido había ofrecido el yate de su familia y en él continuaríamos rumbo Sur, hasta llegar a Nuevitas.

Garrido partió hacia Nuevitas a preparar la parte de la operación correspondiente. Este plan nos permitiría, con el yate en que saldríamos de Miami, burlar a las autoridades yankis y con el yate de Garrido burlar a las autoridades de la tiranía de Cuba. Días después regresó con la mala noticia de que no podíamos utilizar el yate de su padre por haberlo este metido en varadero, para someterlo a mantenimiento. Analicé con él la posibilidad, porque no había otra alternativa, de continuar hasta Cuba con el yate que íbamos a alquilar lo cual reducía la seguridad de la operación. Garrido fue a Camagüey a buscar una solución, donde se vio en una situación con tan pocas posibilidades que decidió apelar a su padre. Fue un encuentro difícil reclutar a su padre para la idea, pero ante la decisión de su hijo de estar dispuesto a morir en el empeño a toda costa, si él no lo ayudaba, terminó conquistándolo para la empresa. Cuando regresó traía la solución, que sería un barco de pesca tipo balandro, llamado San Rafael de 13.60 metros de eslora, y 4.40 metros de manga.

Por tanto, disponíamos ya de un buen barco y en las mismas condiciones que íbamos a tener en el yate de Garrido, porque el San Rafael también estaba matriculado en el Puerto de Nuevitas, lo que daba seguridad de no ser inspeccionado. El lugar de atraque sería en la Playa Santa Rita, porque en ella, además, está situada la casa de Abel Cabalé, que en su camión tendría la misión de transportar las armas. Había el inconveniente de que el San Rafael era de mucho calado y no podía acercarse, lo que impedía su atraque para proceder al desembarco, por lo que gestionó para la operación del balandro a la playa, la lancha Yalovén.

Garrido regresa a Miami nuevamente y me informa todo. Lo envío de regreso a Camagüey a coincidir con Gustavo Machín (Tavo). La tarea de Tavo era lograr la identificación mutua entre los pescadores del barco y nosotros cuando nos encontráramos, avisar y coordinar con la jefatura del Directorio Revolucionario en Camagüey, representada por Alberto García, el camión y los automóviles para el traslado de las armas y expedicionarios desde Nuevitas a Camagüey y coordinar la relación del mismo con Garrido, para ultimar los detalles del desembarco, transporte, aseguramiento de armas y combatientes en casas de seguridad, para finalmente viajar en el San Rafael hasta Raccon Cay, donde haríamos el trasbordo al balandro.

Vuelve Garrido a Miami, me informa y resolvemos alquilar el yate necesario para la primera etapa de la travesía, lo cual hace y resulta ser el Scapade. Decidí no zarpar de inmediato, para no llamar la atención y que los compañeros Eduardo García Lavandero y Armando Garrido, salieran con las compañeras Eva de la Campa y Ester Martín en el yate, simulando un paseo para dar una imagen de vacacionistas, lo que hicieron durante un tiempo hasta que regresaron según el plan, para proceder a embarcar las armas y los expedicionarios en la noche del 31 de enero.

Hasta ese momento a varios compañeros les había confiado la realización de tareas necesarias para estar listos para la partida, Armando Garrido jugando un papel decisivo, poniendo en nuestras manos las embarcaciones necesarias; a Gustavo (Tavo) Machín para coordinar al Directorio de Camagüey con el desembarco; a Luis Blanca organizando la compra de armas en Nueva York. Eduardo García Lavandero en el entrenamiento del manejo de armas a todos los compañeros en los pantanos de Los Everglades; a Julio García Oliveras que había traído de Costa Rica cuatro M-3, el examen final del armamento, para comprobar su estado de funcionamiento. A Juan Abrantes (el Mejicano) regresar a La Habana y esperar para incorporarse a la llegada de la expedición. A Tony Santiago, que fuese a Sancti Spíritus y desde allí se incorporara al Frente una vez abierto. A Pedro Martínez Brito, situarse en Ciego de Ávila y esperar allí instrucciones. A los compañeros Domingo Portela y Armando Pérez Pinto, incorporarse a la Organización en La Habana.

Nosotros, designados por el Directorio y el 26, para hablar en el natalicio de José Martí el 28 de Enero de 1958 en Miami, hicimos público allí, la constitución de nuestro Frente; por haber caído Enrique Villegas en combate el 25 de enero y tener lista la expedición. Reiteramos la promesa de la unión de nuestra generación, para hacer la Revolución. La juventud villaclareña haría suyo este Frente con la presencia de combatientes del Directorio, del 26 de Julio y de todos los que quisieran una Revolución.

El 31 de enero fue el día de la partida. Las armas las fuimos llevando hasta el barco, y después comenzamos a mover poco a poco a los compañeros, cuyos lugares de estancia fui visitando uno a uno. Por la tarde la policía yanki hizo demostraciones ostensibles de iniciar una operación sobre nosotros, adueñándose de una casa en la cual habíamos realizado actividades intencionalmente para hacerles creer que ese era nuestro centro de operaciones. Fui el último en abordar la nave, dando la orden de partida al patrón del Scapade, Alton Sweeten. Ya era de noche y había mucho frío.

En el extremo del muelle quedaba el compañero Armando Garrido que con un gran sentimiento fraternal en aquel momento decisivo, nos despedía interpretando con su acordeón una hermosa melodía titulada "Adiós".

El barco se fue alejando de las costas de la Florida que se perdían en la noche bajo el resplandor de la ciudad, con un mar encrespado rumbo a Nassau. Después de varias horas el yate se detuvo, argumentando el patrón Sweeten que había que regresar, porque el timón se había roto. Le contestamos al norteamericano que no había posibilidad de ese regreso. Nos pusimos duros y se arregló el timón.

Continuamos la navegación y ya después de sobrepasar Nassau un mar embravecido y cada vez más tempestuoso, nos haría perder el rumbo varias veces. Esta situación aumentó la distancia a recorrer y por tanto el gasto de combustible. A propuesta del patrón Sweeten hicimos escala en un pequeño puerto de la isla Andros, donde podíamos abastecernos de combustible. El patrón Sweeten me alertó sobre una lancha guardacosta inglesa y me propuso simular que continuábamos viaje y por el contrario refugiarnos al otro lado de la gran bahía, hasta que pasaran varias horas y partir de nuevo al amanecer. Con esa idea el patrón Sweeten comenzaba a convertirse en uno de nosotros. Una vez anclados en la costa y totalmente apagados, comenzamos a escuchar una música agradable seguramente bahamesa, cuando nuestra clandestinidad quedó rota por el fuerte ruido del motor de una lancha que avanzaba hacia nosotros, para solo pasarnos muy cerca y escuchar las voces a gritos de sus pasajeros, al parecer en jolgorio, que nos gritaban: ¡Cubanos! ¡Saludos a Fidel Castro!

Cuando nos reponíamos de esa sorpresa agradable, de pronto, el yate vibró fuertemente de un lado a otro y después se inclinó bruscamente hacia babor, hasta quedar totalmente recostado en un ángulo de 30 grados. En la proximidad del amanecer comenzó a subir la marea, el barco volvió a flotar por lo que el compañero Raúl Díaz Argüelles se brindó para lanzarse a las frías aguas e inspeccionar el casco del barco y comprobar si había daños que impidieran la navegación. No había daño alguno. Pero, habíamos perdido la mitad del combustible. Partimos con la mínima claridad. Volvíamos a internarnos en el mar, totalmente picado.

Al amanecer del otro día debíamos reducir máquinas, pues deberíamos estar a la entrada de los peligrosísimos bajos de las Bahamas. Llegó el amanecer, nos dimos cuenta de que ya los habíamos pasado en la noche a ciegas y a toda máquina. Se aprovechó que también había amainado el mal tiempo, para hacer prácticas de tiro. El tiempo volvió a empeorar. El oleaje violento se impuso de nuevo. El frío seguía intenso. Llegamos a la noche y perdimos el rumbo.

Al llegar la mañana encendí el radio para sintonizar alguna posible emisora cercana. Moví el dial lentamente pero de corrido y saltó una emisora con fuerza que anunciaba a Puerto Padre. Hice girar el radio de un lado a otro sobre su propio eje hasta determinar la posición en que su potencia crecía enormemente y dije: ahí enfrente está Puerto Padre, por tanto, Raccon Cay está en nuestra retaguardia y si asumiéramos que según la distancia que hay entre los dos puntos, estamos a la mitad del camino y teniendo en cuenta la cantidad de combustible que nos queda, daría exacto para desembarcar en las costas de Puerto Padre e internarnos en dicho territorio. Pero, si estamos algo más lejos nos quedaríamos al pairo, sin llegar a la costa, lo que nos convertiría en fácil blanco de las fuerzas aéreas y de mar de la tiranía. Por lo tanto, la decisión fue intentar llegar a Raccon Cay, volviendo sobre la ruta navegada, ya que si nos quedábamos sin combustible antes de llegar al mismo, podíamos obtenerlo con la ayuda de los pescadores de la zona y reconstruir el plan de esperar al San Rafael para desembarcar en Nuevitas. Llegamos y fondeamos. Al tomar el bote auxiliar para ir hasta la playita de Raccon Cay, vi que había desaparecido el nombre de Scapade y en su lugar aparecía brillante, el de Thor II.

Al amanecer unos gritos que me llamaban, salían de un barco que entraba a la pequeña rada y vimos al compañero Tavo Machín que desde la punta de la proa del San Rafael nos saludaba. Tavo había cumplido su misión. Le dimos un abrazo y saludamos a los pescadores. Al capitán Enrique Valdés y sus compañeros de tripulación: su hijo Joaquín, Mario Pérez Watson, Ernesto Fonseca, Abilio Hurtado y Carlos Hernández. Después, el capitán Valdés me propuso que debíamos salir al anochecer, para poder estar al otro día, a la hora señalada, 9 de la noche en Nuevitas.

Al anochecer del 8 de febrero entramos por el canal que conduce a la Bahía de Nuevitas y nos situamos según lo convenido, anclados junto al cayo más grande de los tres llamados Ballenatos y allí esperamos la lancha Yalovén que debía venir a nuestro encuentro para iniciar el desembarco. Ya debía haber llegado. Esperamos como una hora. El Capitán me propuso desembarcarnos en una playita que había en el Ballenato Grande y venir a buscarnos al otro día por la noche, pues el atraque en que cabía el San Rafael estaba muy cerca de la Marina de Guerra. Le rechacé amablemente el ofrecimiento, diciéndole que podríamos ser víctimas de lo casual y ser descubiertos y aniquilados, aunque íbamos a combatir hasta la última bala. El capitán Valdés dice que él y todos sus tripulantes estaban dispuestos a seguirnos en la acción con las armas en la mano. Aquel gesto tan hermoso, por viril y solidario, era una demostración del patriotismo revolucionario de los pescadores. Serían armados todos de inmediato. Al momento vimos una luz que nos hacía señales y se acercaba, dándonos el silbido de contraseña que contestamos, hasta que llegaron a nuestro lado por babor. Era la lancha Yalovén y venía en ella mi viejo compañero de aulas y ahora de la Revolución, Armando Garrido. Bajé hasta la lancha y nos dimos un abrazo. Seguidamente me presentó a los motoristas, los compañeros Edid y Enei Mederos Mayedo, miembros del Movimiento 26 de Julio. Inmediatamente procedimos a pasar para la lancha a todos los compañeros y a trasbordar las armas. Partimos todos para navegar el último tramo de la expedición, hacia el pequeño muelle de la Playa Santa Rita con toda aquella carga que hundía al Yalovén hasta la línea de la cubierta. Desembarcamos situando todo el armamento en medio de la playa.

Dividí la tropa en dos grupos: el mayor se quedaría en la casa de Abel Cabalé a unos 100 metros del muelle, quien ya nos esperaba, pues tendría además la responsabilidad de transportar el grueso de las armas en su camión, ya parqueado al lado de la casa. Yo me trasladaría con el otro grupo para la casa de Garrido, muy próxima en la ciudad, para desde allí organizar la marcha hacia Camagüey que sería en la mañana temprano. Me acompañaron Eduardo García Lavandero, segundo jefe de la expedición, Luis Blanca Fernández, Carlos Montiel y Gustavo Machín. Desde esa casa les dábamos salida a los autos, los tres primeros automóviles irían en la vanguardia con instrucciones de ir despacio hasta que avizoraran el camión con las armas que los seguiría. Yo me trasladé hasta la playa y le di salida a Cabalé con el camión, a quien le situé un custodio. Nosotros nos situamos detrás del camión con otros dos autos, formando el cierre del convoy rumbo a Camagüey.

Finalmente la caravana llegó a Camagüey, acantonándose la mayor parte, formada por 9 expedicionarios, en el norte de la ciudad, entre la Avenida Finlay y la zona de La Vigía; 4 expedicionarios para la granja Villa Blanquita en el Oeste, para custodiar el alijo de armas que llegaría con el camión. Por mi parte, con dos compañeros más quedé situado en el corazón del casco histórico donde instalé el puesto de mando. Por estar dicha casa en un lugar de tránsito muy complicado y con calles estrechas de trayectoria irregular, se estimó entrar por el fondo, por un callejón nombrado Sin Salida, cuyo final era una enorme puerta colonial cerrada, que al llegar nos abrió el padre de Garrido, que nos esperaba pacientemente y cuando pasamos la puerta nos recibió con un fraternal abrazo. Desde ese lugar realicé las coordinaciones necesarias para continuar la marcha sobre el tramo que nos faltaba de Camagüey al Escambray, que sería en transportes por carretera; el envío de las armas destinadas a La Habana y el traslado del grupo que le correspondía instalarse en la capital. Di al compañero Tony Bastida, jefe del Directorio en la ciudad de Camagüey, autorización para recoger en Villa Blanquita las armas correspondientes a La Habana y enviarlas embaladas convenientemente por medio del expreso CANÍMAR que él administraba. Al compañero Alberto García, jefe del Directorio en la provincia de Camagüey, que hiciera contacto con la Organización en Ciego de Ávila y me enviaran al compañero Sergio Valle para entrevistarme con él en el Hotel Habana, situado frente a la Alcaldía de la ciudad, para darle la tarea de conseguir un camión seis ruedas que llevaría las armas el día que partiéramos para el Escambray.

Por fin llegó el día de reiniciar la marcha hacia el Escambray el 13 de febrero en horas de la tarde. Nos situamos en la carretera central en un tramo más adelante, en el crucero de Tagarro, yendo hacia el Oeste de Villa Blanquita, desde donde controlamos el paso de los autos de la vanguardia, la llegada del camión y los siguientes autos de la retaguardia, partiendo nosotros en el último carro. Toda la vía estuvo expedita. Al llegar a Jatibonico nos detuvimos con todos los carros desplegados para esperar a los compañeros de Sancti Spíritus.

Puntualmente llegaron los compañeros de Sancti Spíritus, con Piro Abréu, Jefe del Directorio en la región, a la cabeza; traía un chofer como práctico para que manejara el camión hasta el punto en que entraríamos al Escambray. Después de los saludos con fuertes y rápidos abrazos dimos la orden de partir urgentemente, continuando sin novedad hasta Sancti Spíritus.

En esa ciudad se incorporó a mi auto Ramón Pando Ferrer, Jefe del Directorio Revolucionario en la provincia de Las Villas y varias compañeras, dirigentes y combatientes de la clandestinidad que ocuparon lugar en los autos, para proteger con su presencia a los expedicionarios de la vista de posibles agentes de la tiranía. Entre ellas iba María Josefa Suárez, alma de la Organización en Sancti Spíritus, de origen estudiantil y alto nivel intelectual, quien por su capacidad organizativa, dinamismo e inagotable energía, era el más sólido puntal de apoyo de sus jefes desde Enrique Villegas (caído en combate) a Piro Abréu, su sagaz seguidor. Le seguían con el mismo temple y valentía sus hermanas Consuelo y Belén y las también hermanas Gladys y Ana Lidia Brizuela, cada una en un auto de expedicionarios.

Llegamos al lugar convenido para que el grupo de recepción nos esperara, entre la ciudad de Sancti Spíritus y el pueblo de Banao, donde había un cuartel, próximo a la loma del Obispo. Todos los compañeros bajaron de los autos. Los expedicionarios, incluyendo a Ramón Pando Ferrer saludamos al grupo de recepción, casi invisibles por la densa oscuridad de la noche. Yo dije como saludo en voz alta para que todos me oyeran: ¡Hoy es 13 de febrero, aniversario de la caída de Rubén Batista Rubio!

Presentamos también a una muchacha que se hacía llamar Edelmira, llegada de la Sierra Maestra con un mensaje de Fidel para nosotros, ella ha de resultar, una vez que la identificamos, la heroína Clodomira Acosta, noble y audaz muchacha campesina que se había ganado la confianza del alto mando del Ejército Rebelde, cuyo Comandante en Jefe personalmente le dio esa misión a un territorio lejano a la Sierra Maestra. Es un mensaje dirigido A Los Combatientes del Escambray en el que al valorar positivamente aquel nuevo Frente y ofrecer ayuda solidaria, nos transmite lo que resulta la primera lección de la guerra de guerrillas que recibimos: "Si la topografía de la zona hace imposible resistir o el parque se agota, aconsejo moverse hacia acá, caminando de noche y emboscándose de día en sitio donde no pueda percibirlo la aviación, siguiendo la ruta en zigzag, cuando el enemigo caiga una o dos veces en emboscadas cesará toda persecución." Así lo confirmaremos en los próximos días, lo que ocurriría con el combate de la Diana en que el ejército al tener muchas bajas desistió de su cerco y persecución.

Así fue como aquel 13 de febrero cuyo Aniversario 50 conmemoramos, quedó fundado ante la Historia el Frente Guerrillero del Escambray.

 

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