Desangrados pero no vencidos, después de examinar el comportamiento
de las acciones de aquel día y sus consecuencias, acordamos con
Fructuoso no volver a intentar el derrocamiento de la tiranía
partiendo todo de una sola acción armada y por el contrario, continuar
la lucha con muchas acciones en la Capital hasta crear condiciones
para una Huelga General con apoyo armado e incorporarnos a la lucha en
las montañas, que según la información reunida por mí y aprobada por
José Antonio, sería en el sistema montañoso del Escambray.
En consulta con Fructuoso, enviamos al compañero Guillermo Jiménez
a las provincias de Las Villas y Camagüey para orientar a las
Direcciones del Directorio en ambas, el fortalecimiento de la
Organización, por el papel que desempeñarían dichas provincias en los
planes elaborados. El Jefe del Directorio Revolucionario en Las
Villas, compañero Agustín Gómez Lubián, le planteó al compañero
Jiménez que por la línea de unidad nuestra, se encontraba totalmente
comprometido en las tareas del 26 en dicha región, lo que lo
imposibilitaba para esa tarea, por lo que proponía como Jefe del
Directorio en Las Villas al compañero Ramón Pando Ferrer, quien ya era
miembro del mismo y Presidente del grupo pro-FEU de la Universidad
Central de Las Villas. Pando se hace cargo de la Dirección del
Directorio, reorganiza la provincia de Las Villas y coordina
estrechamente con Enrique Villegas en Sancti Spíritus.
Meses después Las Villas, se encontró con un Directorio ya
reorganizado, trabajando en la idea del Frente Guerrillero que les
correspondía y que se ignoraba en virtud de la compartimentación y
cuidado del secreto en aquel momento y la desarticulación natural con
los dirigentes históricos que salieron clandestinamente o asilados en
embajadas por los acontecimientos del 13 de Marzo.
Para llevar adelante dicho plan Fructuoso decidió que yo saliese al
extranjero a preparar una expedición armada en el menor tiempo
posible, para lo que había que reunir el dinero necesario, contactar
los vendedores clandestinos de armas y adquirir un barco y mi salida
sería clandestina por la única vía que teníamos, que era mediante el
contramaestre de un pequeño barco de carga que hacía viajes entre La
Habana y Miami en los Estados Unidos, al negarme yo a asilarme en
alguna Embajada, por entender que el Jefe de Acción no debía asilarse.
La confianza que habían tenido en mí tanto José Antonio como
Fructuoso y la unidad de mis compañeros, me dieron la autoridad
necesaria para cumplir la misión que se me encomendaba y que me
permitió posteriormente continuarla al frente de la Organización. La
línea a seguir era comprar fusiles para lo que sería la guerrilla y
armas automáticas para la lucha en la ciudad, sin darla a la
publicidad, a la vez que desinformábamos a la tiranía, haciendo la
propaganda de que mantendríamos la misma táctica.
Simultáneamente con la ayuda de un obrero cubano, René Azcarreta de
una litográfica, logré la impresión de un buen diseño de bonos del
Directorio con la imagen de José Antonio, para enviarlos a Cuba en
cantidades suficientes, "embutidos" en las puertas y los asientos de
automóviles de uso que importaba un agente comercial, captado por
Eduardo García Lavandero para cumplir misiones de ese tipo. Esa era la
primera ayuda que enviábamos a los compañeros en Cuba para cumplir con
la primordial tarea de reunir el dinero necesario para la expedición
que organizaba.
El segundo paso fue comprar una docena de pistolas que les envié
para su defensa y posibles acciones, por la misma vía de los autos
"embutidos". Ante la imposibilidad de conseguir otros armamentos de
más calibre y poder de fuego en Miami, pues todo lo que te vendían lo
informaban a la Policía, le di la tarea al compañero Luis Blanca en
Nueva York, de localizar comerciantes ilegales que pudieran
abastecernos de lo que necesitábamos.
Por esos días recibí a un viejo condiscípulo de las aulas de
primera enseñanza en las Escuelas Pías y posteriormente del Instituto
de Segunda Enseñanza, de Camagüey, el compañero Armando Garrido, quien
con un gran sentimiento de viejos amigos y solidaridad vino a
saludarme y ofrecerse para contribuir con nuestra causa. Quedamos en
contacto muy estrecho y comencé a refugiarme en su casa de un barrio
residencial llamado Hialeah para aislarme y pensar en la solución de
los problemas que se iban presentando. Todo fue un esfuerzo gigantesco
desarrollado en Miami, Nueva York, Chicago, Tampa, en otros países
latinoamericanos y en Cuba, para lograr el financiamiento
independiente de la expedición.
Cuando a pesar de todo habíamos logrado reunir el capital necesario
y comprado las armas, quedaba la tarea más difícil: lograr la
embarcación que nos llevara a Cuba. Hacía planes y planes de cómo
recaudar el dinero para ese fin y el tiempo mínimo para lograrlo. Uno
de esos días refugiado en la casa de Armando Garrido, él observaba mi
preocupación, preguntándome qué me pasaba. Contestándole yo que tenía
las armas, pero me faltaba el barco y no tenía dinero para alquilarlo
y mucho menos para comprarlo, pues haría falta poner alguna propiedad
en garantía, de la que no disponíamos. Entonces el compañero Garrido
contestó de inmediato: "El barco lo pongo yo y esta casa la pongo de
garantía".
Durante la conversación le alerté que si el barco se perdía pondría
en peligro su casa, respondiéndome que no importaba una casa ante la
pérdida de la vida de sus compañeros y lo único que pasaría era que
tendría que discutirlo con su padre. Con esta feliz solución pasé a
analizar con él los posibles rumbos de nuestra expedición, por ser
conocedor de las rutas marítimas e incluso aéreas, pues era piloto.
Teniendo en cuenta dónde se concentraba la vigilancia de los
guardacostas yankis, trazamos como la mejor ruta a seguir, una vez
dejado el Puerto de Miami, el rumbo Este hasta la isla de Nassau y
desde allí bordearla hacia el Sur, dejando la isla Andros al Oeste
para enfilar por un canal entre los bajos de las Bahamas, muy
peligrosos para la navegación, hasta llegar a Raccon Cay, que sería
nuestro lugar de trasbordo para el cual Garrido había ofrecido el yate
de su familia y en él continuaríamos rumbo Sur, hasta llegar a
Nuevitas.
Garrido partió hacia Nuevitas a preparar la parte de la operación
correspondiente. Este plan nos permitiría, con el yate en que
saldríamos de Miami, burlar a las autoridades yankis y con el yate de
Garrido burlar a las autoridades de la tiranía de Cuba. Días después
regresó con la mala noticia de que no podíamos utilizar el yate de su
padre por haberlo este metido en varadero, para someterlo a
mantenimiento. Analicé con él la posibilidad, porque no había otra
alternativa, de continuar hasta Cuba con el yate que íbamos a alquilar
lo cual reducía la seguridad de la operación. Garrido fue a Camagüey a
buscar una solución, donde se vio en una situación con tan pocas
posibilidades que decidió apelar a su padre. Fue un encuentro difícil
reclutar a su padre para la idea, pero ante la decisión de su hijo de
estar dispuesto a morir en el empeño a toda costa, si él no lo
ayudaba, terminó conquistándolo para la empresa. Cuando regresó traía
la solución, que sería un barco de pesca tipo balandro, llamado San
Rafael de 13.60 metros de eslora, y 4.40 metros de manga.
Por tanto, disponíamos ya de un buen barco y en las mismas
condiciones que íbamos a tener en el yate de Garrido, porque el San
Rafael también estaba matriculado en el Puerto de Nuevitas, lo que
daba seguridad de no ser inspeccionado. El lugar de atraque sería en
la Playa Santa Rita, porque en ella, además, está situada la casa de
Abel Cabalé, que en su camión tendría la misión de transportar las
armas. Había el inconveniente de que el San Rafael era de mucho calado
y no podía acercarse, lo que impedía su atraque para proceder al
desembarco, por lo que gestionó para la operación del balandro a la
playa, la lancha Yalovén.
Garrido regresa a Miami nuevamente y me informa todo. Lo envío de
regreso a Camagüey a coincidir con Gustavo Machín (Tavo). La tarea de
Tavo era lograr la identificación mutua entre los pescadores del barco
y nosotros cuando nos encontráramos, avisar y coordinar con la
jefatura del Directorio Revolucionario en Camagüey, representada por
Alberto García, el camión y los automóviles para el traslado de las
armas y expedicionarios desde Nuevitas a Camagüey y coordinar la
relación del mismo con Garrido, para ultimar los detalles del
desembarco, transporte, aseguramiento de armas y combatientes en casas
de seguridad, para finalmente viajar en el San Rafael hasta Raccon Cay,
donde haríamos el trasbordo al balandro.
Vuelve Garrido a Miami, me informa y resolvemos alquilar el yate
necesario para la primera etapa de la travesía, lo cual hace y resulta
ser el Scapade. Decidí no zarpar de inmediato, para no llamar la
atención y que los compañeros Eduardo García Lavandero y Armando
Garrido, salieran con las compañeras Eva de la Campa y Ester Martín en
el yate, simulando un paseo para dar una imagen de vacacionistas, lo
que hicieron durante un tiempo hasta que regresaron según el plan,
para proceder a embarcar las armas y los expedicionarios en la noche
del 31 de enero.
Hasta ese momento a varios compañeros les había confiado la
realización de tareas necesarias para estar listos para la partida,
Armando Garrido jugando un papel decisivo, poniendo en nuestras manos
las embarcaciones necesarias; a Gustavo (Tavo) Machín para coordinar
al Directorio de Camagüey con el desembarco; a Luis Blanca organizando
la compra de armas en Nueva York. Eduardo García Lavandero en el
entrenamiento del manejo de armas a todos los compañeros en los
pantanos de Los Everglades; a Julio García Oliveras que había traído
de Costa Rica cuatro M-3, el examen final del armamento, para
comprobar su estado de funcionamiento. A Juan Abrantes (el Mejicano)
regresar a La Habana y esperar para incorporarse a la llegada de la
expedición. A Tony Santiago, que fuese a Sancti Spíritus y desde allí
se incorporara al Frente una vez abierto. A Pedro Martínez Brito,
situarse en Ciego de Ávila y esperar allí instrucciones. A los
compañeros Domingo Portela y Armando Pérez Pinto, incorporarse a la
Organización en La Habana.
Nosotros, designados por el Directorio y el 26, para hablar en el
natalicio de José Martí el 28 de Enero de 1958 en Miami, hicimos
público allí, la constitución de nuestro Frente; por haber caído
Enrique Villegas en combate el 25 de enero y tener lista la
expedición. Reiteramos la promesa de la unión de nuestra generación,
para hacer la Revolución. La juventud villaclareña haría suyo este
Frente con la presencia de combatientes del Directorio, del 26 de
Julio y de todos los que quisieran una Revolución.
El 31 de enero fue el día de la partida. Las armas las fuimos
llevando hasta el barco, y después comenzamos a mover poco a poco a
los compañeros, cuyos lugares de estancia fui visitando uno a uno. Por
la tarde la policía yanki hizo demostraciones ostensibles de iniciar
una operación sobre nosotros, adueñándose de una casa en la cual
habíamos realizado actividades intencionalmente para hacerles creer
que ese era nuestro centro de operaciones. Fui el último en abordar la
nave, dando la orden de partida al patrón del Scapade, Alton Sweeten.
Ya era de noche y había mucho frío.
En el extremo del muelle quedaba el compañero Armando Garrido que
con un gran sentimiento fraternal en aquel momento decisivo, nos
despedía interpretando con su acordeón una hermosa melodía titulada
"Adiós".
El barco se fue alejando de las costas de la Florida que se perdían
en la noche bajo el resplandor de la ciudad, con un mar encrespado
rumbo a Nassau. Después de varias horas el yate se detuvo,
argumentando el patrón Sweeten que había que regresar, porque el timón
se había roto. Le contestamos al norteamericano que no había
posibilidad de ese regreso. Nos pusimos duros y se arregló el timón.
Continuamos la navegación y ya después de sobrepasar Nassau un mar
embravecido y cada vez más tempestuoso, nos haría perder el rumbo
varias veces. Esta situación aumentó la distancia a recorrer y por
tanto el gasto de combustible. A propuesta del patrón Sweeten hicimos
escala en un pequeño puerto de la isla Andros, donde podíamos
abastecernos de combustible. El patrón Sweeten me alertó sobre una
lancha guardacosta inglesa y me propuso simular que continuábamos
viaje y por el contrario refugiarnos al otro lado de la gran bahía,
hasta que pasaran varias horas y partir de nuevo al amanecer. Con esa
idea el patrón Sweeten comenzaba a convertirse en uno de nosotros. Una
vez anclados en la costa y totalmente apagados, comenzamos a escuchar
una música agradable seguramente bahamesa, cuando nuestra
clandestinidad quedó rota por el fuerte ruido del motor de una lancha
que avanzaba hacia nosotros, para solo pasarnos muy cerca y escuchar
las voces a gritos de sus pasajeros, al parecer en jolgorio, que nos
gritaban: ¡Cubanos! ¡Saludos a Fidel Castro!
Cuando nos reponíamos de esa sorpresa agradable, de pronto, el yate
vibró fuertemente de un lado a otro y después se inclinó bruscamente
hacia babor, hasta quedar totalmente recostado en un ángulo de 30
grados. En la proximidad del amanecer comenzó a subir la marea, el
barco volvió a flotar por lo que el compañero Raúl Díaz Argüelles se
brindó para lanzarse a las frías aguas e inspeccionar el casco del
barco y comprobar si había daños que impidieran la navegación. No
había daño alguno. Pero, habíamos perdido la mitad del combustible.
Partimos con la mínima claridad. Volvíamos a internarnos en el mar,
totalmente picado.
Al amanecer del otro día debíamos reducir máquinas, pues deberíamos
estar a la entrada de los peligrosísimos bajos de las Bahamas. Llegó
el amanecer, nos dimos cuenta de que ya los habíamos pasado en la
noche a ciegas y a toda máquina. Se aprovechó que también había
amainado el mal tiempo, para hacer prácticas de tiro. El tiempo volvió
a empeorar. El oleaje violento se impuso de nuevo. El frío seguía
intenso. Llegamos a la noche y perdimos el rumbo.
Al llegar la mañana encendí el radio para sintonizar alguna posible
emisora cercana. Moví el dial lentamente pero de corrido y saltó una
emisora con fuerza que anunciaba a Puerto Padre. Hice girar el radio
de un lado a otro sobre su propio eje hasta determinar la posición en
que su potencia crecía enormemente y dije: ahí enfrente está Puerto
Padre, por tanto, Raccon Cay está en nuestra retaguardia y si
asumiéramos que según la distancia que hay entre los dos puntos,
estamos a la mitad del camino y teniendo en cuenta la cantidad de
combustible que nos queda, daría exacto para desembarcar en las costas
de Puerto Padre e internarnos en dicho territorio. Pero, si estamos
algo más lejos nos quedaríamos al pairo, sin llegar a la costa, lo que
nos convertiría en fácil blanco de las fuerzas aéreas y de mar de la
tiranía. Por lo tanto, la decisión fue intentar llegar a Raccon Cay,
volviendo sobre la ruta navegada, ya que si nos quedábamos sin
combustible antes de llegar al mismo, podíamos obtenerlo con la ayuda
de los pescadores de la zona y reconstruir el plan de esperar al San
Rafael para desembarcar en Nuevitas. Llegamos y fondeamos. Al tomar el
bote auxiliar para ir hasta la playita de Raccon Cay, vi que había
desaparecido el nombre de Scapade y en su lugar aparecía brillante, el
de Thor II.
Al amanecer unos gritos que me llamaban, salían de un barco que
entraba a la pequeña rada y vimos al compañero Tavo Machín que desde
la punta de la proa del San Rafael nos saludaba. Tavo había cumplido
su misión. Le dimos un abrazo y saludamos a los pescadores. Al capitán
Enrique Valdés y sus compañeros de tripulación: su hijo Joaquín, Mario
Pérez Watson, Ernesto Fonseca, Abilio Hurtado y Carlos Hernández.
Después, el capitán Valdés me propuso que debíamos salir al anochecer,
para poder estar al otro día, a la hora señalada, 9 de la noche en
Nuevitas.
Al anochecer del 8 de febrero entramos por el canal que conduce a
la Bahía de Nuevitas y nos situamos según lo convenido, anclados junto
al cayo más grande de los tres llamados Ballenatos y allí esperamos la
lancha Yalovén que debía venir a nuestro encuentro para iniciar el
desembarco. Ya debía haber llegado. Esperamos como una hora. El
Capitán me propuso desembarcarnos en una playita que había en el
Ballenato Grande y venir a buscarnos al otro día por la noche, pues el
atraque en que cabía el San Rafael estaba muy cerca de la Marina de
Guerra. Le rechacé amablemente el ofrecimiento, diciéndole que
podríamos ser víctimas de lo casual y ser descubiertos y aniquilados,
aunque íbamos a combatir hasta la última bala. El capitán Valdés dice
que él y todos sus tripulantes estaban dispuestos a seguirnos en la
acción con las armas en la mano. Aquel gesto tan hermoso, por viril y
solidario, era una demostración del patriotismo revolucionario de los
pescadores. Serían armados todos de inmediato. Al momento vimos una
luz que nos hacía señales y se acercaba, dándonos el silbido de
contraseña que contestamos, hasta que llegaron a nuestro lado por
babor. Era la lancha Yalovén y venía en ella mi viejo compañero de
aulas y ahora de la Revolución, Armando Garrido. Bajé hasta la lancha
y nos dimos un abrazo. Seguidamente me presentó a los motoristas, los
compañeros Edid y Enei Mederos Mayedo, miembros del Movimiento 26 de
Julio. Inmediatamente procedimos a pasar para la lancha a todos los
compañeros y a trasbordar las armas. Partimos todos para navegar el
último tramo de la expedición, hacia el pequeño muelle de la Playa
Santa Rita con toda aquella carga que hundía al Yalovén hasta la línea
de la cubierta. Desembarcamos situando todo el armamento en medio de
la playa.
Dividí la tropa en dos grupos: el mayor se quedaría en la casa de
Abel Cabalé a unos 100 metros del muelle, quien ya nos esperaba, pues
tendría además la responsabilidad de transportar el grueso de las
armas en su camión, ya parqueado al lado de la casa. Yo me trasladaría
con el otro grupo para la casa de Garrido, muy próxima en la ciudad,
para desde allí organizar la marcha hacia Camagüey que sería en la
mañana temprano. Me acompañaron Eduardo García Lavandero, segundo jefe
de la expedición, Luis Blanca Fernández, Carlos Montiel y Gustavo
Machín. Desde esa casa les dábamos salida a los autos, los tres
primeros automóviles irían en la vanguardia con instrucciones de ir
despacio hasta que avizoraran el camión con las armas que los
seguiría. Yo me trasladé hasta la playa y le di salida a Cabalé con el
camión, a quien le situé un custodio. Nosotros nos situamos detrás del
camión con otros dos autos, formando el cierre del convoy rumbo a
Camagüey.
Finalmente la caravana llegó a Camagüey, acantonándose la mayor
parte, formada por 9 expedicionarios, en el norte de la ciudad, entre
la Avenida Finlay y la zona de La Vigía; 4 expedicionarios para la
granja Villa Blanquita en el Oeste, para custodiar el alijo de armas
que llegaría con el camión. Por mi parte, con dos compañeros más quedé
situado en el corazón del casco histórico donde instalé el puesto de
mando. Por estar dicha casa en un lugar de tránsito muy complicado y
con calles estrechas de trayectoria irregular, se estimó entrar por el
fondo, por un callejón nombrado Sin Salida, cuyo final era una enorme
puerta colonial cerrada, que al llegar nos abrió el padre de Garrido,
que nos esperaba pacientemente y cuando pasamos la puerta nos recibió
con un fraternal abrazo. Desde ese lugar realicé las coordinaciones
necesarias para continuar la marcha sobre el tramo que nos faltaba de
Camagüey al Escambray, que sería en transportes por carretera; el
envío de las armas destinadas a La Habana y el traslado del grupo que
le correspondía instalarse en la capital. Di al compañero Tony
Bastida, jefe del Directorio en la ciudad de Camagüey, autorización
para recoger en Villa Blanquita las armas correspondientes a La Habana
y enviarlas embaladas convenientemente por medio del expreso CANÍMAR
que él administraba. Al compañero Alberto García, jefe del Directorio
en la provincia de Camagüey, que hiciera contacto con la Organización
en Ciego de Ávila y me enviaran al compañero Sergio Valle para
entrevistarme con él en el Hotel Habana, situado frente a la Alcaldía
de la ciudad, para darle la tarea de conseguir un camión seis ruedas
que llevaría las armas el día que partiéramos para el Escambray.
Por fin llegó el día de reiniciar la marcha hacia el Escambray el
13 de febrero en horas de la tarde. Nos situamos en la carretera
central en un tramo más adelante, en el crucero de Tagarro, yendo
hacia el Oeste de Villa Blanquita, desde donde controlamos el paso de
los autos de la vanguardia, la llegada del camión y los siguientes
autos de la retaguardia, partiendo nosotros en el último carro. Toda
la vía estuvo expedita. Al llegar a Jatibonico nos detuvimos con todos
los carros desplegados para esperar a los compañeros de Sancti
Spíritus.
Puntualmente llegaron los compañeros de Sancti Spíritus, con Piro
Abréu, Jefe del Directorio en la región, a la cabeza; traía un chofer
como práctico para que manejara el camión hasta el punto en que
entraríamos al Escambray. Después de los saludos con fuertes y rápidos
abrazos dimos la orden de partir urgentemente, continuando sin novedad
hasta Sancti Spíritus.
En esa ciudad se incorporó a mi auto Ramón Pando Ferrer, Jefe del
Directorio Revolucionario en la provincia de Las Villas y varias
compañeras, dirigentes y combatientes de la clandestinidad que
ocuparon lugar en los autos, para proteger con su presencia a los
expedicionarios de la vista de posibles agentes de la tiranía. Entre
ellas iba María Josefa Suárez, alma de la Organización en Sancti
Spíritus, de origen estudiantil y alto nivel intelectual, quien por su
capacidad organizativa, dinamismo e inagotable energía, era el más
sólido puntal de apoyo de sus jefes desde Enrique Villegas (caído en
combate) a Piro Abréu, su sagaz seguidor. Le seguían con el mismo
temple y valentía sus hermanas Consuelo y Belén y las también hermanas
Gladys y Ana Lidia Brizuela, cada una en un auto de expedicionarios.
Llegamos al lugar convenido para que el grupo de recepción nos
esperara, entre la ciudad de Sancti Spíritus y el pueblo de Banao,
donde había un cuartel, próximo a la loma del Obispo. Todos los
compañeros bajaron de los autos. Los expedicionarios, incluyendo a
Ramón Pando Ferrer saludamos al grupo de recepción, casi invisibles
por la densa oscuridad de la noche. Yo dije como saludo en voz alta
para que todos me oyeran: ¡Hoy es 13 de febrero, aniversario de la
caída de Rubén Batista Rubio!
Presentamos también a una muchacha que se hacía llamar Edelmira,
llegada de la Sierra Maestra con un mensaje de Fidel para nosotros,
ella ha de resultar, una vez que la identificamos, la heroína
Clodomira Acosta, noble y audaz muchacha campesina que se había ganado
la confianza del alto mando del Ejército Rebelde, cuyo Comandante en
Jefe personalmente le dio esa misión a un territorio lejano a la
Sierra Maestra. Es un mensaje dirigido A Los Combatientes del
Escambray en el que al valorar positivamente aquel nuevo Frente y
ofrecer ayuda solidaria, nos transmite lo que resulta la primera
lección de la guerra de guerrillas que recibimos: "Si la topografía
de la zona hace imposible resistir o el parque se agota, aconsejo
moverse hacia acá, caminando de noche y emboscándose de día en sitio
donde no pueda percibirlo la aviación, siguiendo la ruta en zigzag,
cuando el enemigo caiga una o dos veces en emboscadas cesará toda
persecución." Así lo confirmaremos en los próximos días, lo que
ocurriría con el combate de la Diana en que el ejército al tener
muchas bajas desistió de su cerco y persecución.
Así fue como aquel 13 de febrero cuyo Aniversario 50 conmemoramos,
quedó fundado ante la Historia el Frente Guerrillero del Escambray.