La historia “olvidada” del combate de Yorktown
Cuba no debe su independencia a los EE.UU. Más
bien todo lo contrario. Dijo Martí —New York/4/1889— que “jamás fue
Cuba para los EE.UU. más que posesión apetecible”. Sin embargo, la
propuesta puede leerse en sentido inverso, y afirmar que EE.UU. sí
alcanzó su independencia apoyado por los criollos de la isla, que ya
eran cubanos. Para ser más exactos, apoyados por las mujeres cubanas
de La Habana, que donaron alhajas y dinero en cantidad suficiente como
para que el general George Washington ganara la batalla decisiva de la
guerra, pusiera preso al ejército adversario y decidiera el curso de
los acontecimientos en favor de la independencia de las Trece
Colonias. De esta deuda de gratitud se habla muy poco en EE.UU. O
simplemente no se habla. Reconocer el papel de los cubanos sería
agradecer —y vuelvo nuevamente a Martí— a aquellos “a quienes tienen
por gente levantisca, floja y desdeñable”. Y eso presupone una
humildad que no está en el inventario de virtudes del colosal vecino.
Félix Pita Astudillo
"...el millón que fue entregado a Saint-Simon por las damas de La
Habana para pagar a las tropas, puede ser considerado, en verdad, como
el cimiento monetario sobre el cual fue erigido el edificio de la
independencia norteamericana."
Stephen Bonsal, historiador estadounidense- "When the French were
Here: a Narrative of the Sojourn of the French Forces in America and
Their Contribution to the Yorktown Campaign", New York, 1945.
En cualquier parte de los EE.UU., un escolar traba temprano
contacto con la historia de ese país. Aún antes de la escuela, algo ha
sabido de sus próceres y sus símbolos nacionales por la grotesca vía
de la publicidad comercial. Recuerdo un ejemplo en un importante
diario norteamericano: una réplica del célebre cuadro de George
Washington cruzando el río Delaware. Sobre la chalupa, terciado, un
flamante colchón de muelles acompaña al general Washington. El mensaje
anunciaba grandes rebajas en una colchonería local, como parte de las
ofertas por el "Washington Day". (Para entender mejor la promiscua
mezcolanza: ¿se imaginan uno de los reverenciados retratos de Martí,
trucado con modernas tecnologías, de modo que el Apóstol aparezca
anunciando un dentífrico o una marca de frijoles enlatados? Impensable
para nuestro concepto del respeto a los valores patrios; perfectamente
viable en los mecanismos comerciales de una sociedad como la
estadounidense).
El
venezolano Francisco de Miranda recogió el dinero entre las damas de
La Habana.
Digresión aparte, el escolar norteamericano llega a un conocimiento
curricular de esa historia a través de la escuela a la que asiste.
Allí es instruido, entre otros episodios, sobre la lucha
independentista de las Trece Colonias a partir de 1776. Muy al
detalle, allí conoce de la participación francesa en esa contienda.
Maneja nombres como los de LaFayette, general y marqués, Rochambeau,
mariscal, y otros militares galos enviados a EE.UU. por Luis XVI, unos
años antes de que los revolucionarios de La Bastilla le cortaran la
cabeza. "Pagarle la deuda a LaFayette" fue uno de los slogans
movilizativos con los cuales se enviaron tropas de EE.UU. a los
escenarios bélicos europeos en el presente siglo. La presencia de
Francia en la independencia de EE.UU. es un hecho tan conocido como
indisputado.
Pero esto no ocurre con otros episodios, decisivos por cierto para
el triunfo de las armas norteamericanas en lucha contra el
colonialismo británico.
¿Cuántos escolares norteamericanos aprendieron institucionalmente
que el millón 200 mil libras esterlinas con que George Washington pudo
pagar a sus ejércitos, equilibrar sus finanzas y luego derrotar a los
"casacas rojas" ingleses en la batalla de Yorktown, fue una donación
patriótica y solidaria de las mujeres cubanas de La Habana?
¿Cuántos alumnos supieron alguna vez que ese dinero fue reunido en
la capital de Cuba por un hombre de 31 años, llamado Don Francisco de
Miranda, quien tres décadas después sería Generalísimo en los
ejércitos gloriosos de Simón Bolívar?
¿Cuántos estudiantes supieron que la donación de las habaneras fue
entregada personalmente a un joven militar francés de 21 años, que se
escurrió clandestinamente en Cuba, y que llamándose Claudio Enrique de
Saint-Simon, iba a convertirse años más tarde en fundador de una
doctrina precursora del pensamiento socialista?
¿Cuántos de ellos conocieron en sus aulas que en ese momento, diez
años antes de la Gran Revolución Haitiana, el pueblo de la hoy
martirizada isla de Haití fue capaz de organizar un ejército
voluntario de 3 000 milicianos, 100 artilleros y 10 cañones, en apoyo
de los escasos 6 000 hombres de George Washington?
Imagino que los programas de historia en las escuelas de EE.UU.
tengan dificultades para referir estos estratégicos pasajes de la
independencia norteamericana. Tener deudas de gratitud histórica con
marqueses, condes, mariscales y generales de la blanca y rancia
Francia de Luis XVI, es un hecho que rebasa la prueba de la
melanina, es decir, que encaja con todo el concepto actual de la
supremacía primermundista (o del Viejo Mundo, como se le llamaba
entonces).
Pero tener que admitir que astrosos negros haitianos fueron
camaradas de armas del general Washington, o que mestizos criollos de
Cuba recaudaron una fortuna en sólo 5 horas para financiar la batalla
decisiva contra Inglaterra, son inconvenientes realidades que es
preferible pasar por alto, sobre todo cuando lo único que han hecho
los EE.UU. en los siglos posteriores, ha sido clavar garras y
mandíbula sobre las dos islas del Caribe. Rapacidad y despojo no son
ciertamente las formas clásicas de la gratitud.
Aún a 214 años de distancia, es válido reconstruir lo sucedido en
el combate de Yorktown, según fuentes norteamericanas de hace medio
siglo. Nunca es tarde, y menos si con ello se reivindica y ensalza la
historia de Nuestra América, para subsanar omisiones. Esta es la razón
única que me mueve a recontar la historia "olvidada".
UN VIEJO FACSÍMIL DEL SENADO NORTEAMERICANO
Un amable lector y patriota, el doctor Adolfo Marrero, me hizo
llegar el amarillento facsímil. Proviene de las actas del Senado de
EE.UU., que registran las incidencias congresionales en cada sesión de
la Legislatura. Su valor rebasa tiempos, espacios y contextos.
He aquí la síntesis de lo ocurrido antes, durante y después de la
batalla de Yorktown:
La
batalla de Yorktown decidió la independencia de Estados Unidos.
El 16 de julio de 1781, 23 fragatas de la Flota de Francia, bajo el
mando del Almirante De Grasse, fondearon en Cabo Haitiano, en la costa
septentrional de Haití. Las enviaba el monarca francés, por las viejas
rivalidades y contradicciones con Gran Bretaña, con el fin de auxiliar
a los ejércitos del general Washington, que guerreaban en el norte y
sur de las entonces Trece Colonias, para expulsar a los ingleses.
París había salido, merced a los ingleses, con el rabo entre las
piernas de sus antiguas posesiones coloniales en Canadá, la Luisiana y
la India. Para Luis XVI, la independencia de las Trece Colonias era un
divino desquite contra Albión, y el objetivo de enviar la Flota era
precisamente neutralizar el poderío naval inglés en aguas del
hemisferio occidental y a la vez colaborar militarmente con las tropas
del general Washington. A esos fines, ya operaba en territorio
norteamericano el general Rochambeau, uno de los más destacados sables
de Francia.
A la llegada del Almirante De Grasse a Cabo Haitiano, le esperaban
tres cartas del general Rochambeau. En la primera, éste pedía al jefe
de la Flota que reclutara tropas y las trajera consigo como refuerzos
del Ejército Continental del general Washington. Rochambeau dejaba a
la discreción de De Grasse el sitio por donde desembarcar en
territorio norteamericano.
La segunda misiva —quizás la más importante de las tres— planteaba
a De Grasse la alarmante situación económica de los ejércitos
independentistas, que ni el esfuerzo de Robert Morris —responsable
financiero de los revolucionarios— había logrado resolver. No había
dinero para financiar la campaña de Yorktown; ni siquiera para pagar a
las tropas independentistas. (Por más que a los cubanos nos resulte
extraño el hecho de que un ejército libertador cobre salario). La
carta de Rochambeau urgía al Almirante De Grasse a recaudar la enorme
suma de 1 millón 200 mil libras como única forma de derrotar al
enemigo en la aldea de Yorktown, cuyas tropas bien munidas estaban al
mando del general inglés, Lord Cornwallis.
La tercera y última carta —todas fechadas en junio de 1781—
esbozaba a De Grase la estrategia militar a seguir. Aquí también
expresaba Rochambeau su alarma por la situación financiera. Estas son
sus propias palabras:
"No debo ocultarle, Señor, que los norteamericanos están en el
límite de sus recursos, que Washington no tiene ni la mitad de las
tropas que él calcula tener, y que en mi opinión, aunque él permanece
callado al respecto, él no tiene 6 000 hombres, ni tampoco el Señor de
LaFayette reúne 1 000 regulares con la milicia para defender
Virginia..."
Pero no era apenas preocupación del militar francés. El propio
George Washington escribía angustiado al financiero Morris:
"Debo solicitarle con urgencia, si es posible, que me procure en
especie la paga de un mes para el destacamento bajo mi mando. Parte de
las tropas no han recibido paga alguna desde hace un largo tiempo, y
en varias ocasiones han mostrado señales de gran descontento (...) no
tengo dudas de que el dulzor de un poco de moneda dura les devolverá
el carácter apropiado. Si la cantidad total no pudiera ser obtenida,
al menos una parte de ella será mejor que nada..."
Robert Morris, con la crudeza del que administra lo que no existe,
le respondió:
"Yo le he informado, Su Excelencia, de la triste situación en
materia de dinero, y dudo mucho que sea posible pagar, como usted
desea, un mes de salario a su destacamento. Por lo tanto, pienso que
siempre será mejor no levantar falsas expectativas en ese sentido."
Washington se deprimió. Él pensaba como viable imprimir moneda
"continental", o sea moneda autóctona. Pero Morris le recordó que sin
respaldo de oro, ello era imposible. La moral de las tropas disminuía
peligrosamente, justo a las puertas de la que resultó batalla decisiva
para los independentistas. El historiador Stephen Bonsal (op. cit.)
resumió así la situación:
"Cuando llegó la hora cero de la Revolución, Washington se halló a
sí mismo en una gran encrucijada. El espíritu de combate de las tropas
estaba cercano al amotinamiento, y ninguno de los hombres de los
estados norteños quería ser enviado al sur."
Insisto en las anteriores precisiones, porque contextualizan la
verdadera importancia de la patriótica donación de las criollas de La
Habana, sin perjuicio del papel militar desempeñado por Francia.
DINERO Y JOYAS DE LAS HABANERAS
El Almirante De Grasse se atuvo a las instrucciones. Reclutó 3 000
voluntarios entre los haitianos de Puerto Príncipe y Cabo Haitiano, y
los puso bajo las órdenes del joven oficial Claudio Enrique de Saint-Simon.
Concentró en el lugar el máximo posible de fragatas para disuadir a
Gran Bretaña de cualquier aventura en esas aguas.
Pero la recaudación del millón 200 mil libras no fue posible en
Haití. Lo intentó en Santo Domingo, a través de la autoridad española
de aduanas, el Marqués de Salavedra. Pero allí tampoco había esa
gruesa suma. Sin embargo, Salavedra ofreció a De Grasse un contacto
seguro en La Habana, quien podría ocuparse de recaudar la suma.
Ese hombre era el venezolano Don Francisco de Miranda, una figura
tan grande que sólo fue segundo de Bolívar, con el título de
Generalísimo. En ese momento, Miranda contaba 31 años, y ya en 1780
había participado en la guerra de independencia norteamericana. (Doce
años más tarde, alcanzaría el grado de Mariscal de Campo en los
ejércitos revolucionarios de Francia).
Miranda, que había servido en el ejército ibérico, era en 1781 el
ayudante personal del gobernador español de Cuba, Juan Manuel de
Cajigal. De Grasse no lo pensó mucho: en los últimos días de julio de
1781, la Aigrette y otras dos de las mejores fragatas de la
Flota, zarparon hacia La Habana en un peligroso viaje, bajo el mando
del joven oficial Saint-Simon. El 28 de ese mes, despachó a la fragata
Concorde con una misiva para el general Rochambeau,
informándole del riesgoso periplo de Saint-Simon.
Al parecer, el gobernador Cajigal abrió discretamente el erario
público de la isla de Cuba en apoyo a la misión de la Aigrette.
Pero su principal contribución fue dar luz verde a Don Francisco de
Miranda para emprender en cuestión de horas la increíble recaudación.
El historiador norteamericano Lewis (Charles Lee Lewis-"Admiral De
Grasse and the American Independence", Annapolis, 1945) refiere el
papel clave de Miranda, prácticamente desconocido pese a su hazañosa
vida libertaria:
"La historia de Miranda, uno de los principales líderes de la
independencia latinoamericana, es bien conocida. Lamentablemente, sin
embargo, su decisiva participación en la recogida de fondos requeridos
para financiar la campaña de Yorktown, es uno de los aspectos menos
conocidos en la vida de este hombre extraordinario. La simple verdad
es que Miranda, junto a unos pocos cubanos (criollos), fueron las
personas que organizaron la recogida de fondos solicitada por Saint-Simon.
Si bien procedieron de varias fuentes diferentes, el principal grupo
donante fueron las damas habaneras. Ellas ofrendaron sus joyas y sus
diamantes —su riqueza— a la causa norteamericana."
Y puntualiza Lewis, que como biógrafo de De Grasse investigó a
fondo en los archivos de Francia:
"El tesoro público fue ayudado por personas individuales, damas,
que incluso donaron sus diamantes. Cinco horas después del arribo de
la fragata Aigrette (...) la suma de 1 200 000 libras fue llevada a
bordo."
No es ocioso reafirmar aquí la cubanía de esas generosas mujeres
habaneras, porque Cuba, a todos los efectos legales, era posesión de
España, pero ya anidaban en ellas sentimientos de solidaridad
independentista y de separatismo. Es bueno deslindarlo, porque incluso
la conducta de Miranda y aun del propio Cajigal, parece ser diferente
de la ambivalente e insincera posición de la Corona Española, en
conflicto con Gran Bretaña por razones de mezquina rivalidad
colonialista.
LA HISTORIA "OLVIDADA"
Según Lewis, la Flota francesa zarpó de Cabo Haitiano el 5 de
agosto de 1781. El día 14, a unas tres leguas al norte de Matanzas, el
convoy se reunió con la Aigrette y las otras dos fragatas con
su preciosa carga. El 25 de ese mismo mes, De Grasse escribió a
Rochambeau sobre el gesto de las habaneras y notificó que de-sembarcaría
el día 30 por la bahía de Chesapeake, Maryland, cercana a la ciudad de
Baltimore. Así ocurrió.
Charles Lee Lewis es de la opinión de que "no es exagerado
afirmar que, sin la oportuna asistencia de De Grasse, todos los
esfuerzos de Washington, LaFayette y Rochambeau no habrían tenido
resultados decisivos."
El también historiador Harold E. Davis ("Los EE.UU. en la Historia:
Desarrollo Histórico de su Pueblo y su Significado", México, 1967)
ofrece un resumen de lo acontecido después:
"Con ese dinero, los dirigentes norteamericanos y franceses
comenzaron a enfrentar los vastos gastos de la campaña sureña. El
Ejército Continental, junto a la muy necesitada colaboración francesa,
combatieron exitosamente a las fuerzas británicas del general
Cornwallis en Yorktown, Virginia. La Flota francesa desempeñó un
importante papel, tal vez crucial, al impedir que los refuerzos
ingleses llegaran a Cornwallis. Después de unos pocos días de salvaje
combate, las tropas británicas, rodeadas por los rebeldes, se vieron
obligadas a rendirse. La capitulación de Yorktown fue firmada el 31 de
octubre de 1781. A partir de entonces, la victoria norteamericana se
consolidó, aunque hasta 1783 continuaron combates esporádicos. El
Tratado de París estableció, finalmente, la independencia
norteamericana."
En este desenlace se insertan las contribuciones de las mujeres
cubanas, de una parte, y de los voluntarios haitianos, de la otra. Y
debe ser recordado con reverencia y respeto, porque vivimos en tiempos
en los que algunos suicidas aniquilan su historia y sus instituciones,
y otros intentan hacernos creer que la historia ha terminado y hacen
esfuerzos por "olvidar" lo que no les interesa que sea recordado. Como
en Yorktown.
*Félix Pita Astudillo, La Habana
(1943-1996). Periodista y diplomático. Fundador de Granma.
Destacado comentarista de asuntos nacionales e internacionales.
Escritor de barricada, mordaz y de amplia cultura. Premio Nacional
de Periodismo José Martí. Recibió la Réplica del Machete de Máximo
Gómez. Dio cobertura a numerosos acontecimientos de primera línea.
Al reeditar este artículo suyo, publicado el 14 de enero de 1995,
Granma continúa su homenaje a destacados periodistas que
marcaron la historia de nuestro periódico. |
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